martes. 23.04.2024
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Diario de una millenial musicómana y nostálgica (II)

Daniela Aguilar

Diario de una millenial musicómana y nostálgica (II)

Bob Dylan, You’re A Big Girl Now

Muchos dicen que Bob Dylan fue una gran figura dentro de su generación. Yo digo, más bien, que es grande hoy también. Tal vez ya no hay montones de chicas girando ante él, pero eso es una cuestión de fama –y, ¿esa qué?-. El reconocimiento que tiene por lo que hizo en su momento le durará aún después de que lo echen al hoyo unos metros debajo de lo que pisa ahora. Él es grande en su generación y en otras, aunque tal vez, quién sabe, con menos impacto. Dylan es así porque siempre ha sabido que para decir algo sincero, y de paso hacerse oír, no se necesitan tecnicismos ni nombres científicos o alguna explicación en extremo racional.  Se puede hablar claro, directo y eficaz siempre, pero necesita práctica y entrenamiento en la experiencia. La vida lo hizo tropezar, no se puede definir como un ser perfecto o cercano a ello; al contrario, escribió acordes y palabras en medio de una podredumbre en la que tal vez no había cáscaras de plátano o envoltorios de comida, pero sí un ambiente casi tan desganado y sórdido como ese. Sus grandes canciones, en la oscuridad o a plena luz del día, te piden tomar el asiento más cercano y escuchar, volverse vulnerable a cada maldita sílaba. Su conciencia es que en todo hay precios qué pagar (aunque a veces la etiqueta no esté muy a la vista) y la comunica en resignaciones que de cualquier modo terminas acatando: es mejor salir, aunque en harapos, que quedarse dentro a lamentarse. You’re a Big Girl Now, le dijo. Lo cantó sólo para ella y nos dejó claro, tal vez sin querer, que podemos creer lo que se nos venga en gana, que esto es tan fácil y espontáneo, que al final, es demasiado franco y evidente.

Charles Bradley, Changes

Escuchar a Charles Bradley es un lujo que, sin embargo, todos debieran permitirse cuanto antes. Hacerlo por primera vez atenta contra lo maquinal que debe ser el corazón para para no sufrir alguna especie de atentado. Charles es justo eso, la ruptura de lo metódico y lo instruido, porque todo pierde razón cuando ya sólo se memoriza pero deja de sentirse. Viene a dejar claro y sin objeciones que la vida es sentimientos o no es nada. Puede ser fácil que de vez en cuando hacernos pasar por robots parezca lo mejor, así evitamos (o intentamos evitar) un gran número de cosas lamentables, pero por saltarnos unas, imagina de cuántas más nos perdemos. Creer en la gente, creer que esto va a mejorar o que aún puede empeorar, adherirse a la idea y la realidad… no somos inmunes, sufrimos, podemos ser los seres menos afortunados en el hemisferio, pero de cualquier modo, podemos escuchar. Bradley, este longevo del día a día, de lo que lo rodea a él y a nosotros, remueve a paladas constantes y fuertes la maleza del camino. Derrama lágrimas y sudor, de la manera más franca, del modo inevitable, dejándose llevar por aquello que necesita y tiene que decir, por lo que quiere. Sin estudiar demasiado la etimología pero teniendo los pies sujetos a la situación, dolido, constante. Conocedor, y no por ello con facha de experto, ansioso pero nunca con avaricia, ejemplar y a la vez igual de miserable o dichoso que aquel del camino.

Babyshambles, Albion

El sorbo final al batido es el sonido de la esperanza. Eso dijo alguien. Y esto, un lema que se debería predicar casi compulsivamente hasta quedar sin garganta desde hoy en adelante, cortesía de Javier “Ecos” Morales (aquí mismo, en un Tachas pasado hablando sobre Fats Waller): “Nos dejó el consejo perfecto: nunca dejes que los malos momentos duren demasiado, canturrea alguna canción y todo mejorará”. Después de leer eso soy más feliz. Hace tiempo que no tenía esta sensación. Qué bonito. Creo que está genial tener esta clase de privilegios. Encontrar esa frase es un privilegio que agradezco con exageración. Hacer mía esta frase me ha dado algo así como un superpoder. Este mundo nos jode parejo a casi todos (aunque yo qué sé, apenas tengo algunos años y no he visto ni sé nada) pero si voy a vivir, si ya estoy aquí, lo voy a hacer con música. La palabra misma es puro romanticismo. Esto dice un diccionario: “Arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, para crear un determinado efecto”. Es básica, fundamental; la tomas prestada un rato y de repente es ya tuya. La canción no cambia, tal vez tú sí, pero con la tonada indicada nada puede ser tan malo. Estar triste o enfurruñado está bien, es señal de que aún sientes, y al menos tú estás lejos de dejar de palpitar y de perder toda capacidad de sentir. A veces somos tan privilegiados que de hecho parece una broma de tan bueno. ¡Privilegios, carajo! ¡Y no hablo de un bolso o un reloj! ¡Hablo de Babyshambles, de The Velvet Underground, de esa música de la que nos apropiamos! Himnos nuestros, en nuestra boca, tan antes que tú o yo, pero tan propios. Tan increíbles, sencillos o muy pragmáticos. Nuestros, de cualquier modo. Suerte por los que sabemos con qué empeorar o llenar de magia nuestros males, suerte por los que pierden mucho y aún así podemos tararear para enfrentar el mundo… o intentar hacerlo.

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Daniela Aguilar
(León, Guanajuato, 2000) es estudiante, escritora en ciernes y entusiasta de los discos. La música pop transformó su vida. Siente una extraña nostalgia por épocas que no vivió, pero ama con intensidad su era de las redes sociales y la inmediatez.

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