viernes. 19.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

Sin lugar para los débiles. Sobre las tendencias de la comparación del mal lector

Rafael Cisneros

Sin lugar para los débiles. Sobre las tendencias de la comparación del mal lector

Un puñado de años después de 1961 (unos cincuenta), se reveló que J. R. R. Tolkien fue nominado al Premio Nobel de Literatura. Por esos tiempos, un tal Anders Österling (entonces miembro de la Academia Sueca) rebajó la prosa de Tolkien a categoría de escritura de segunda mano,[1] una perspectiva bastante frívola, más aún tratándose de —lo que supongo era— un respetable académico. Por este motivo, Tolkien perdió la “oportunidad” del galardón y su saga del Anillo quedó reducida a los coleccionistas de género, los casi siempre mal ponderados best-sellers. El Nobel de ese año sería entregado al autor serbio Ivo Andrič. En años actuales surgen los comentaristas de este rechazo a Tolkien, sin ahondar en comparaciones reflexivas, dando por sentado que Andrič es un autor irrelevante. Por supuesto que, en materia de “arte” y “cultura”, la tendencia a comparar es ya primordial en la construcción de los íconos, pero todo lo automatizado (casi siempre proveniente de rabias estomacales más que de criterio constructivo) tiende a los rechazos inmediatos desde el simple sonido de los nombres. Así, quienes consideran la elección de Andrič como “irrelevante” contradicen sus propias exigencias hacia la prosa de Tolkien, usualmente gritoneadas por gente que nunca ha leído a fondo sus obras completas como una manifestación literaria, más que como una mera invención de aventuras; y por otra parte, gritaderas que ni siquiera considerarían leer a Andrič, aunque sea por mera referencia o por tomarse la molestia de confirmar su supuesta rabia hacia él.

Con esto denoto una de las quejas más comunes de los supuestos fans de Tolkien: las descripciones detalladas de los paisajes y personajes, así como su exploración genealógica y su sensibilidad pendiendo en los distintos embrollos que rozan y cruzan por sus vidas. De Andrič no he escuchado quejas, porque nadie lo conoce, ni se da a la fructífera tarea de hacerlo. Por un lado tenemos al gran autor de la Saga del Anillo, El Hobbit, Roverandom o las historias del Silmarillion, valorado por fanáticos y rebajado por académicos; sucede lo contrario en el caso del gran autor yugoslavo de obras como Un puente sobre el Drina, El lugar maldito, La crónica de Travnik o los cuentos del Café Titanic. Ambos forman rostros en una misma moneda de temáticas e inquietudes. Mientras Andrič abarca (acorde al motivo de la Academia Sueca) «[…] la fuerza épica con la que ha reflejado temas y descrito destinos humanos de la historia de su país», Tolkien abarca la épica de una Tierra Media donde el lenguaje, la identidad de razas y la naturaleza describen la fuerza de los destinos humanos.

Tolkien forja su narración a través de diversas fuentes mitológicas, desde las sagas islandesas hasta las cruzadas y sus experiencias en las Guerras Mundiales. Andrič forja su narración a través de las eternas complicaciones terrenales y políticas de su país, abarcando las eras otomanas en donde turcos, musulmanes y cristianos ortodoxos residían en una Yugoslavia sitiada, todo esto cimentándose en sus propias experiencias como parte de la comunidad balcánica, consternado y preocupado tanto por su país como por el bienestar humano. La obra de Tolkien no difiere en materia de territorios en disputa, personajes desarrollándose en tempestades bélicas y conflictos de raza y religión. La temática de las razas parecería en Tolkien meramente un bestiario fantástico simbolizando la terrible realidad de la civilización, pero las etnias de su historia manifiestan a fondo que el conflicto y la guerra son inevitables, ya sea a causa de creencias, de las percepciones de los líderes o la conveniencia del poder. Muy parecido a la antigua Yugoslavia, tan certero como los escritos de Andrič. Ni uno ni otro se basa en preciosismos para altivar sus respectivas épicas, sino de formas para hallar el sentido de vida en un mundo de malentendidos. Ambos autores, con el galardón de la memoria de sus lectores, proveen la visión, tanto de quienes ganaron para contar la historia, como de los que perdieron en el intento de hacerlo.

La tendencia a comparar deliberadamente, apenas ante la superficie de los nombres, es un común desvío de los malos lectores. Más juiciosos que una ley de cabecera, conveniente para su corruptor, estos malos lectores atrofian desde sus rabietas la apreciación de otras posibles realidades, exponiendo comparaciones gratuitas sin la justificación primordial de toda opinión: la disposición a la lectura. Los galardones muchas veces son hálitos que vienen y van en torno a un populismo mayor al de los éxitos personales. Julio Cortázar, en su famosa entrevista de 1977 del programa español A fondo, explicaba que una literatura haciéndose valer por sí misma perdura más allá de su contexto histórico, transformándose en una experiencia reflexiva que ofrece la autenticidad de un nuevo sentido cada que es descubierta. Tanto Andrič como Tolkien poseen el tino de quienes manifiestan más que una cuestión fantasiosa y una novelización histórica. Podemos identificarnos con ellos por la empatía que lograron proyectar en sus personajes, contextos y (¿por qué no?) existencialismos. Desde académicos respetables hasta fans enardecidos, el mal lector nunca ahondará más allá de lo que pueda permitirle la ignorancia de su predisposición, y al momento de presentarse un desacuerdo, su perspectiva será la de un duelo a pistolazos por cuestiones honoríficas, sin contemplar el resto de las cartas sobre la mesa. Sólo queda reflexionar sobre los enclaustrados parámetros de las insatisfacciones gratuitas en un público exigente y falto de criterios, a partir de las sugerencias de este argumento: hay que leer y releer a Andrič y a Tolkien, o yendo más lejos, leer ambas perspectivas de las cartas, y arrojar los prejuicios con los que son referidos estos y otros autores de este inmenso mundo.

*Rafael Cisneros (León, Guanajuato, 1988) es escritor y cinéfilo. Ha producido, dirigido y editado numerosos videos para publicidad, grupos pop y cortometrajes artísticos. Ha publicado, bajo varios seudónimos, numerosos cuentos.

 

[1] La Academia Sueca rechazó dar el Nobel a Tolkien por la poca categoría de su prosa, artículo obtenido http://www.cultura.elpais.com/cultura/2012/01/05/actualidad, el 5 de enero de 2012.

[Ir a la portada de Tachas 152]