sábado. 20.04.2024
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EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO

Elise La Rue

C.D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)

Elise La Rue

La enigmática autora Elise La Rue (y aunque aplaudimos las denominaciones neutras de género, La Rue es definitivamente una autora) apareció por primera vez en la década de los noventa del siglo diecinueve como una soprano ligera en los escenarios parisinos, en el papel principal de espectáculos ahora olvidados, con títulos como L’Amour est comment il est perdu, pas comment il a trouvé. Tolouse-Lautrec lamentó su incapacidad para retratarla. “Ella no nació, ella fue creada” dicen que dijo de ella, un comentario que puede haber sido cierto, ya que no hay rastro de su lugar de nacimiento, de su nacionalidad, de su parentesco o ancestros. La enigmática La Rue (que intentaría añadir el adjetivo a su certificado de nacimiento, aunque no se pudo encontrar ninguno, por lo que el deseo resultó ser irrealizable) en diversos momentos de su vida decía ser francesa, alemana, polaca, rusa y americana. Esta camaleónica cualidad, junto a su efecto sobre los hombres, hacía de ella la materia prima perfecta para ser espía durante la Primera Guerra Mundial, un papel que aceptó con gusto, trabajando para los servicios secretos de al menos seis de las naciones en conflicto, muchas veces al mismo tiempo.

Tras ese periodo hay unos cuantos años perdidos en los que parece que adoptó diversos nombres. Apareció en el naciente Hollywood como una actriz con los sobrenombres de Theodesia Purr, Vera Palmer y Katie Hedmore. Intentó publicar novelas eróticas de sabor latino bajo el seudónimo de Juana Edelmira. Daba fiestas como Margaretha Zella-St. Cyr y firmó una columna como Phyllis Delphia.

Fue unos años después del conflicto cuando se sintió llamada por la musa; al regresar a Europa se cobró los favores hechos a las diversas naciones europeas y ocupó elegantes apartamentos en Mayfair, Manhattan, el Trastevere y el tercer distrito parisino, donde institucionalizó salones literarios. Muchos de los grandes escritores de la época pasaron por ellos pero pocos dejaron registro escrito. Se dice que Zelda Fitzgerald y Hadley Hemingway intentaron envenenarla, mientras que Nora Joyce se refirió a ella como una “ramera” (aunque parece que eso no impidió que se piense que ella puede ser el modelo de Molly Bllom).

Escribía a mano, desnuda, voluptuosa, tumbada en su diván, cubierta con la piel de un leopardo de las nieves que decía que ella misma había despellejado (esta historia, aunque improbable, puede ser cierta: recuerdos aparecidos hace poco la ubican viajando con el joven Stalin de cacería por las planicies de Asia Central), acompañada de su coctel favorito de schnapps y Dobonnet (el que ella llamaba ‘Bloody Murder’), comenzando a media mañana y dejándolo a la hora del almuerzo.

Habiendo comenzado y abandonado muchas novelas, ella siempre decía que su mejor trabajo era la obra de teatro ‘The Heart Is an Autumn Wanderer’, un épica descaradamente autobiográfica de cinco horas que requería un elenco de doscientos actores. El hecho de que nunca se representara lo atribuía a misteriosas conspiraciones en los mundillos teatrales de Londres, París, Nueva York y Berlín.  (Ignoraba el hecho de que su segunda obra, ‘Desnudez esta noche’, que sólo tenía dos actores y un papel, también fue rechazada.)

Su grafomanía era legendaria: en su chispeante memoria The Girl with the Avant –Garde Face, Eric Levallois recuerda cómo, una vez que se quedó sin papel, escribió poemas imaginistas en billetes de quinientos francos.

En años posteriores se hizo amiga de Anaïs Nin y Henry Miller y es recordada por ellos en sus diarios y su correspondencia (Nin la llamaba ‘La Duquesa’; Miller, ‘una apestosa puta podrida’). Escribía largas cartas divagantes, haciendo copias de cada una, una para ella y otra para la posteridad, en tinta perfumada sobre papel violeta.

Acabando la Segunda Guerra Mundial, su fortuna cambió dramáticamente. Henry Miller, los Hemingway y los Joyce ya habían pasado y ella sintió que la era dorada del París literario había pasado. Nin quitó cualquier mención de La Rue de la versión publicada de sus diarios. Sartre no la reconoció. Cayó en una profunda depresión y aumentó su consumo de alcohol. Siempre corta de dinero, intentó cobrarse los favores de los en otro tiempo ardientes admiradores, que ahora estaban desaparecidos o decían que no recordaban a esa mujer maloliente y temblorosa. Para 1961 estaba viviendo en la calle, durmiendo bajo el Pont Neuf, ya sin cartas ni perfume violeta, manteniéndose caliente en las largas noches. En 1967 fue apuñalada hasta la muerte por un vagabundo que confundió unos trozos de papel con billetes.

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