viernes. 06.12.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

Sueño No. 9

Esteban Cisneros

Sueño No. 9

Alex, todo ha cambiado mucho […]
Nadie compra discos de Ludwig van,
De Ludwig Van.

Los Nikis, La Naranja no es Mecánica

Hay una historia que siempre me conmueve: Ludwig van está dirigiendo la orquesta y el coro en la première de su Novena Sinfonía el 7 de Mayo de 1824, en el Kärntnertortheater de Viena. Los músicos ya han dejado de tocar, pero el compositor sigue agitando sus manos como un poseso. El público debe estar tremendamente sorprendido, pero comienza a aplaudir con ganas. Ludwig van sigue dirigiendo hasta que uno de los cantantes, posiblemente la contralto Caroline Unger, toda una estrella, lo toma por los hombros y lo gira hacia el público, para que entienda lo que pasa: la ovación salvaje, todos de pie en las butacas, los saludos efusivos. Es como para que a cualquiera se le doblen las rodillas, hasta a los más cínicos. Algunos sienten la historia demasiado perfecta, demasiado sentimental. Pero uno no se muere de sentimentalismos, ¿verdad, John Osbourne?

Se dice que esta escena ocurrió en final del scherzo, pero a mí me suena como a que sucedió en la conclusión de la sinfonía. Como sea, es evidente que el aplauso no fue escuchado por Beethoven, como tampoco pudo oír una sola nota de su composición. Un hombre tan vapuleado por la vida, con profundos dolores incrustados en todo su cuerpo y en toda su alma, con su cabeza repleta de demonios que se habían ya quedado a vivir allí, y aun así se atrevía a componer una oda a la alegría. Así es el puto mundo.

La Historia insiste con que Beethoven se encontró por primera vez con An Die Freude (A la alegría, 1785), un poema de Friedrich Schiller, casi treinta años antes de su sinfonía más célebre, la Novena. Era un texto muy popular en los estados germánicos en la época y puede que haya comenzado a trabajar en musicalizarlo de una u otra manera desde 1792, cuando contaba con 22 años y no había compuesto aún su Primera Sinfonía. En 1803 Schiller publica una versión revisada y corregida, que se convertirá después en la base para la melodía que todos conocemos. Hay otros dos intentos de Beethoven en 1808 y en 1811 para terminar el proyecto. Hay anotaciones del mismo Beethoven acerca del texto, que datan de estas épocas.

En 1812 lo intenta de nuevo, resultando su Octava Sinfonía; no fue sino hasta diez años después que encontraría la forma final de su obra maestra, o tal vez que saldría de la nada, considerando la salud y la sordera del de Bonn. Aunque, de nuevo, los registros de la historia nos ponen ante una narración que genera un inmenso nudo en la garganta: hay hasta doscientas versiones previas, únicamente del tema principal del cuarto movimiento, el ahora conocido vulgarmente como El himno a la alegría.

El conductor Louis Sopor dijo que la pieza no tenía sabor. Verdi dijo que el gran final estaba mal puesto (y no entiendo a qué se refería, que se joda). Pero démosle la última palabra a Claude Debussy, que una cosa o dos debía saber: “es el ejemplo más triunfante de cómo moldear una idea a la forma preconcebida; Beethoven había ya escrito ocho sinfonías y la novena parece haber sido para él de significación casi mística. Se determinó a superarse a sí mismo. Este éxito no puede ser cuestionado”.

No sé mucho de música clásica. No sé nada. Pero tengo un instinto desarrollado de años y años de escuchar muchas músicas, las más posibles, siempre y cuando me parezcan potentes, honestas, expresivas, emocionantes. Y, sí, algunas veces me he enternecido con una pieza de música hasta las malditas lágrimas; soy demasiado susceptible, verdad. Pero incluso así, muy pocas cosas están tan incrustadas en mí como la Novena, el opus 125 de Ludwig van Beethoven, ese loco.

Hay que culpar a Stanley Kubrick, sí. Cuando a los trece vi La naranja mecánica por primera vez quedé totalmente impresionado: la ultraviolencia hardmod estilizada, atemporal, preciosa; no entendí nada pero pensé que era mi cosa favorita en todo el mundo. Era un ritual poner la película, en VHS, y perderme por dos malditas horas. Todo lo que quería era eso. Por supuesto, yo ya conocía de referencia y de oídas la gloriosa Novena, pero sólo entonces pude ver los pasajes de vida y muerte que sugería con cada nota.

Y confieso que pasé tardes enteras con los audífonos puestos. Escuchando. Sólo eso.

Jamás habrá algo así. Si alguna vez el mundo como lo conocemos termina será una tragedia. Y no por nosotros, sino por esto. ¿Dónde quedará la Novena? ¿Dónde quedará el Quijote, Manhattan de Woody Allen, el Astral Weeks de Van Morrison? Pero sobre todo, ¿qué pasará con Beethoven? ¿Todo lo que hizo y sufrió habrá sido en vano?

No lo será. Depende de nosotros. A ponerse los audífonos una vez más.

C/S.

***
Esteban Cisneros (León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú. Cree con fervor que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.