sábado. 20.04.2024
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EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO

El barón Friedich Von Schoenvorts y Nate Waronker

C.D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)

El barón Friedich Von Schoenvorts y Nate Waronker

Nate Waronker

Los más leídos de entre nosotros reconocerán, sin duda, el nombre del barón Friedich von Schoenvorts como uno de los personajes menores de una de las obras menos conocidas de ficción especulativa de Edgar Rice Burroughs. Este dato es, sin embargo, erróneo.

El barón Friedich real fue, quizá sorpresivamente, un junker prusiano del siglo diecinueve y él mismo un escritor de ficción especulativa de la que, desafortunadamente, nada sobrevive.

El barón comenzó su carrera como escritor cuando apenas había cumplido los veinte. Habiéndose casado con una representante de la familia noble von Schoenvorts (sus propios orígenes no están aclarados del todo, aunque se piensa que fue hijo ilegitimo de un tío lejano de los von  y una limpiadora de establos), pronto se vio enfrentado al intolerable aburrimiento de la vida en una casa de campo al este de Elbia, y se entregó a las musas para poder descuidar sus (mínimas) obligaciones. Sus obras más tempranas, que llegaban a las diez mil páginas, caían dentro del género que hoy llamamos ‘erótica’. Por desgracia, la baronesa encontró los manuscritos de su marido e hizo que los llevara al jardín y los quemara enfrente de todos los notables de la localidad, impidiendo así que el barón tomara la pluma en muchos años.

Su nombre reaparece con el cambio de siglo cuando compró para sí mismo una comisión en el ejército prusiano (probablemente para escapar de las atenciones de la baronesa). Aunque no era para nada un hombre de mar, se encontró pronto siendo el comandante de uno de los primeros submarinos. Como creía que la atmósfera encerrada de un submarino era el ambiente perfecto para escribir, el barón instaló una máquina de escribir en su camarote. (Se piensa que la máquina en cuestión era una Shols and Gliden Remington No. 1, una importación extremadamente cara y pesada, pero lo más probable es que fuera una más ligera y patriótica, una Fabig and Barschel Faktotum.)

Bajo el agua, el barón Friedrich encontró su elemento. Se encerró en su camarote durante días, subsistiendo con una dieta de galletas y licor de cerezas, escribiendo como si le fuera la vida en ello. Su periodo subacuático dio lugar a una historia en seis volúmenes de la familia von Schoenvorts (insistiendo, quizá falseando, en que eran los descendientes de una de las diez tribus perdidas de Israel), pero también una serie de trabajos que trataban de una colonia submarina de invasores marcianos que tramaban la aniquilación de la civilización occidental. Dichos malvados no lograban nunca sus planes de usar las joyas de la corona como rayo mortal, de convertir a la torre Eiffel en una nave espacial o de envenenar todas las salchichas del mundo por el atrevido barón Heinrich von Vortschoen.

Fue en una parada de emergencia junto a Biarritz (para conseguir más papel y más cinta para máquina de escribir, antes que para repostar) cuando el barón Friedich conoció por primera vez a la enigmática Lys La Rue que lo acompañaría a él y a su tripulación en muchas de sus aventuras.

Mientras tanto se había desatado la Primera Guerra Mundial, aparentemente desapercibida para el barón, que veía los ataques a su submarino como nada, salvo una distracción –en el mejor de los casos- o un intento de sabotear su carrera –en el peor-. Como resultado, el barón dio la orden de que se torpedeara, sin dudar ni un segundo, a cualquier artefacto que se les acercara lo suficiente.

Fue este acto arbitrario el que le concedió su fama como un bárbaro e intrépido patrullero del Atlántico y su aparición en algunos periódicos usamericanos en los que, se piensa, Burroughs pudo haber visto su nombre durante su época como aprendiz de vendedor de sacapuntas en Idaho.

Debido a sus pobres habilidades navegantes, el barón Friedich creía que estaba en algún lugar bajo las capas de hielo del Polo Norte cuando, en realidad, había encallado en las rocosas Azores. Creía que finalmente había encontrado su mágico mundo submarino aunque su tripulación, amotinada y hambrienta, no estaba de acuerdo y le disparó en la cabeza. Todos los manuscritos fueron a una tumba de agua cuando le prendieron fuego al submarino y vieron cómo se hundía bajo las olas donde, suponemos, sigue todavía.

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