martes. 18.02.2025
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La importancia de llamarse…

Fernando Cuevas de la Garza

La importancia de llamarse…

En El viaje de Chihiro (Miyazaki, 2001), una de las grandes películas del siglo XXI, una de las hermanas que dirigía los baños del extraño poblado le robaba el nombre a quienes llegaban, en cierta forma para incidir en su identidad, poderlos controlar y trastocar su capacidad para recordar. Si nombre no es destino absoluto, al menos sí implica un rasgo de distinción, además de las intenciones y visiones de nuestros padres, que le sirve a los demás no sólo para identificarnos, sino para recrearnos en su memoria y, de paso, convertirnos en parte de su experiencia vital.

Con base en su propia novela, el artista multidisciplinario y uno de los pilares actuales de la animación nipona, Makoto Shinkai (5 centímetros por segundo, 2007; mediometraje El jardín de las palabras, 2013), dirige con efusivo y mágico espíritu adolescente Tu nombre (Japón, 2016), relato romántico con tintes humorísticos entre dos jóvenes que se conocen de una muy particular manera, entre sueños transportadores, reliquias por ser descubiertas, sake suficientemente fermentado, suplantaciones inquietantes y listones con poderes enlazadores de origen en principio nebuloso.  

Mitsuha (voz de Mone Kamishiraishi) es una preparatoriana que aspira a escapar de su aburrido pueblo, en el que no hay cafeterías (aunque sí máquinas con café de lata); participa en rituales Shinto que no entiende del todo y pasa el tiempo con un par de amigos. También bachiller, Taki (voz de Ryûnosuke Kamiki) convive con sus amigos y labora como mesero en un restaurante, calladamente enamorado de una compañera de trabajo. Ambos estarán destinados a vivir un acto de empatía extrema, amaneciendo en el cuerpo del otro y empujados a resolver tanto la cotidianidad desconocida como la propia cuando regresan a su entorno, fisonomía y realidad.

La historia se centra en la idea de los contrastes: desde la más visible, los rasgos propios de la masculinidad en convivencia con la feminidad, hasta las que se relacionan con los contextos y actividades de los jóvenes. Ahí está la dicotomía entre tradición y modernidad de un país en el que ambas vertientes conviven con natural integración; un ambiente rural y urbano cada vez más diferenciado, como sucede en buena parte del mundo, y las relaciones familiares que se reconfiguran en función de las distintas visiones generacionales: mientras que una es hija del alcalde y vive con su abuela y su pequeña hermana, el otro está también con su padre, coincidiendo ambos en cuanto a la orfandad materna.

El recurrente tema de la separación y las expectativas depositadas en un futuro anhelado pero no del todo alcanzado (El lugar que nos prometimos, 2004), así como el cruce de perspectivas o mundos posibles sobre un mismo suceso (Viaje a Agartha, 2011), vuelven a aparecer en este relato de amor partido por un cometa de amenazadora belleza y al fin reconstruido contra la lógica del espacio y el tiempo, más cíclico que lineal y con posibilidades de expandirse en distintas direcciones, anticipando sucesos o abriendo la alternativa de modificarse si las acciones de los involucrados consiguen ser lo suficientemente determinantes, como sucedía en La chica que saltaba a través del tiempo (Hosoda, 2006).

La animación retoma elementos característicos del anime, sobre todo en el trazo de los personajes y sus exageradas gesticulaciones, incluyendo esas lágrimas a borbotones que se presentan en momentos de genuina emotividad, para insertarse en escenarios que combinan un cuidado en el detalle de objetos típicos y estructuras con coloridos juegos fantásticos que obligan a mirar directo al cielo, como para identificar ciertas Voces de una estrella distante (2003). Los clarificadores dibujos realistas de los interiores –casas, transportes, escuelas- se expanden a las tomas abiertas en las que se aprecia el pueblo y su entorno natural junto a Tokio y su inabarcable urbanidad.

Para certificar el sello de origen, quizá con frecuencia excesiva, se integra un j-pop que busca ensalzar los sentimientos juveniles a partir de tonadas que suenan familiares, y que cede terreno sonoro a paisajes de música instrumental cortesía de la banda Radwimps, acompañando los momentos decisorios de la relación entre los protagonistas, incluyendo el divertido intercambio de mensajes, y de las intentonas por cambiar un destino que parecería inamovible. Recordar el nombre puede ser determinante para reconstruir el pasado con miras a edificar el futuro deseado.

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