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Déjà vu

Chema Rosas

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Déjà vu

Como todas las tardes desde hace varios años, Doña Patrocinio se encontraba sentada en la banca del parque. Estaba tan concentrada en su bordado que no se percató de la adolescente en uniforme escolar que se sentó junto a ella. A su vez la adolescente no repara en la anciana pues al momento de sentarse en la banca está concentrada en la pantalla de su celular. Todo sigue así por un rato hasta que la tranquilidad de ambas es arrebatada por los gritos de un pequeño que le exige a su madre un elote. Una vez que la mortificada madre se aleja con su vástago, la colegiala advierte la presencia de la anciana, quien a su vez le dedica con una sonrisa cortés y cada quien regresa a lo suyo.

La cosa hubiera quedado ahí si no fuera porque pocos minutos después, unos gritos casi idénticos a los anteriores alteraron la tranquilidad de la plaza. Otro niño, con el mismo uniforme escolar, exige a gritos un elote a su mortificada madre, quien tampoco se detiene a premiar el berrinche con un delicioso maíz. Doña Patro y la adolescente comienzan a reír y esta vez, cuando se voltean a ver, la sonrisa es más de complicidad que de cortesía.

—Fue como un loop, ¿no?  —señaló la joven entre risas y con el típico cantadito que se relaciona con las plantas rastreras estoloníferas que conocemos comúnmente como fresas.

—Un bucle de acontecimientos, querrá decir —aclara la señora, con el tono y sonrisa que sólo se adquiere tras cuarenta años de impartir clases de español en secundarias públicas.

— No… le digo que fue como un loop… o sea, tipo como cuando algo se repite y así.

—¿Y así qué? —inquirió interesada la anciana

—¡Osh! —exclamó la colegiala —o sea, una cosa que pasa y vuelve a pasar como que igualita luego luego.

— Por eso, está usted hablando de una serie de acontecimientos en bucle.

—¿Qué no son esos los que se hacen con tubos en el cabello? O sea, tipo como los que me hicieron para el acontecimiento de mi primera comunión y que ahora veo las fotos están de súper oso, pero equis, estaba peque y todos tenemos ese tipo de fotos, ¿o no? Seguro usted también tiene una así, pero en blanco y negro o esas que se ven como cafecitas porque son de hace mucho, como efecto vintage de instagram.

Doña Patrocinio tardó un momento en procesar la información y comprendió que la conversación iba a requerir más concentración de la que esperaba, así que pacientemente colocó el bordado en la canasta que tenía junto a ella y soltó un suspiro.

—En efecto, mi foto de primera comunión está en sepia porque así eran las fotos antes… y mi peinado incluía bucles, aunque para cuestiones capilares considero más adecuado llamarlos caireles, rizos o chinos. Y no confunda a esos chinos con los habitantes del país asiático.

—¡Uy señora! ¡Bájele dos rayitas! —exclamó la muchacha, con un tono más agudo del que había usado hasta el momento —ha de creer usted que porque soy joven soy tonta, pero obvio que sé diferenciar a los chinos de los chinos… especialmente porque los segundos son lacios.

—Perdón si la ofendí —sonrió la anciana —sólo quería explicarle que eso del loop es en realidad un anglicismo.

—Okei…

—¡Exacto! Los anglicismos son palabras, expresiones o giros procedentes del idioma inglés que usamos de forma habitual en nuestra lengua, como clip, cool, cheese cake o boomerang… que curiosamente es un objeto que tiene capacidad de regresar a su origen, como un bucle o loop —explicó Doña Patrocinio, y por un momento se transportó a sus años dorados frente a un grupo de estudiantes atentos a cada una de sus palabras. Casi alcanzó a percibir el aroma delicioso de la basura del sacapuntas y sentir en sus dedos el polvo residual de los gises que convirtió en análisis sintácticos y mapas mentales tantos años atrás.

—¿Señora, se encuentra bien? —susurró la muchacha mientras tocaba el hombro de la maestra jubilada —¡Me tenía bien friqueada! De repente de quedó como en shock, como si estuviera teniendo un flashback y así.

Doña Patrocinio regresó a la banca del parque, un tanto sobresaltada por el tono preocupado de la muchacha.

—Sí, no te preocupes… sólo que —dijo tratando de contener la risa —¡no soy fan de los anglicismos!

Soltó una carcajada enorme seguida de un ataque de risa. Tras un rato de disfrutar su propio chiste, notó que a la chica no le había parecido tan gracioso, porque se había marchado. De nuevo sola en la banca, tomó su canasta y reanudó su bordado. Se concentró tanto que no se percató de la adolescente en uniforme escolar que se sentó junto a ella. A su vez la adolescente no reparó en la anciana pues al momento de sentarse en la banca estaba concentrada en la pantalla de su celular. Como la luz ya no era buena para bordar, levantó la mirada y al ver a la colegiala sonrió de oreja a oreja.

—Esto es un déjà vu —dijo a la recién llegada muchacha —y los galicismos sí me gustan.

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Chema Rosas
 (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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