sábado. 20.04.2024
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Maldiciones: temores infantiles, recuerdos escondidos

Fernando Cuevas

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It: Eso, 2017
Maldiciones: temores infantiles, recuerdos escondidos

Un par de cintas de terror con temática similar, ambas con la impronta de Stephen King: la primera basada en una de sus más famosas novelas y la segunda recurriendo a su influencia, entre otros recursos argumentales, para articular su trama. Niños que se enfrentan a fuerzas que los atemorizan, producto de sus propias angustias y capitalizadas por entidades terroríficas de otros mundos y dimensiones, materiales e inmateriales, presentes y pasados. El tiempo corre y las posibilidades de acabar con las amenazas se constriñen. Quien no tenga miedos generados en la infancia, que explique cómo le hacemos.

Terminar la maldición

Han pasado 27 años desde los sucesos relacionados con el alienígena de múltiples formas, preponderantemente asumiendo el disfraz de payaso diabólico en el poblado de Derry, tan atrasado que todavía se desprecia a los homosexuales. El grupo protagónico de preadolescentes parece repetir esquemas en sus vidas adultas: formando parejas que remiten a sus padres –violentos, obesos, abusivos, displicentes-, bien orientándose a buscar un símil del primer amor (la esposa pelirroja) o manteniendo una vida solitaria sin demasiadas satisfacciones que compartir (ahora que está de moda el clásico “no es por presumir”). Casi todos se han marchado excepto Mike, quien al advertir sucesos siniestros, convoca a todos para que regresen y puedan cumplir su promesa sangrante.

Dirigida con vigor por Andy Muschietti (It: Eso, 2017; Mamá, 2013), It: capítulo 2 (EU, 2019) cumple con las expectativas en términos generales tras su primera entrega, pero no consigue superarla y, dado un guion que por momentos deja cabos sueltos (el loquito del cuchillo, por ejemplo) u omite explicaciones necesarias, y una edición que permite que se alarguen demasiado ciertos episodios sin un propósito narrativo claro, no sorprende ni alcanza a instalarse como una cinta de terror a la altura de otras producciones que han renovado el género.

Una de las fallas del filme radica en olvidarse por momentos del villano, como si estuviera levitando en espera de que los amigos los vayan a atacar, sin construir relatos secundarios que alcancen el mismo interés en tanto se enfrentan a su némesis: es claro que las mejores secuencias de la cinta, que debieran ser más seguidas, son cuando el payaso bocón y de dientes prominentes se hace presente en sus diferentes formas, en particular cuando ataca a los pequeños, escenas que acaban por resultar las más impactantes del filme.

Se agradecen por supuesto las bien incorporadas inserciones de humor, el apunte sobre el desprecio por la homosexualidad y la intención por delinear con cierta profundidad a los personajes adultos, siempre en referencia a sus orígenes y para diferenciarlos entre sí. Si infancia es destino, aquí parece que el bloqueo memorístico, usado por todos ellos de manera inconsciente, no termina por funcionar: se trata de hombres y mujer adulta que viven situaciones complejas y, si nos atenemos a conceptos sicológicos, presentan una determinada circunstancia no resuelta que van cargando, acaso sin darse cuenta, que les impide desarrollarse plenamente como personas funcionales.

En este sentido, resulta acorde el cast integrado por Jessica Chastain, como la pelirroja dolida con pareja golpeadora; James McAvoy, en el papel del hermano mayor y ahora escritor con pésimos finales que hasta su esposa desprecia (ahí queda la referencia a The Mist); Bill Harder, en plan comediante mugroso pero al fin sensible; Isaiah Mustafa, el hombre que se quedó a enfrentar a la bestia, manejando su obsesión; Jay Ryan, de gordito humillado en la panza a esforzado adulto del que no se sabe nada más; James Ransone, procurando seguridad todo el tiempo; Andy Bean, recordando la condición eterna de perdedores y, sobre todo, Bill Skarsgård, ya sumergido en el papel del clown tragón y desquiciado que se siente el devorador de mundos, conocido como Pennywise.

La cámara se desplaza con soltura cual globo rojo sobrevolando por los distintos escenarios, el manicomio con el asesino poseso por ejemplo, y el manejo de la oscuridad contribuye al sobresalto, además de atreverse a crear tensión a plena luz del día, jugando con los temores de los involucrados. Visualmente esta segunda entrega gana en relación con la primera: las criaturas mostradas como la anciana creciente, el contagiante leproso, la araña con la cabeza de Stanley, el leñador gigante y, por supuesto, el payaso arácnido, se muestran con mayor nitidez y hasta se presentan fugazmente las personificaciones de la primera parte, sobre todo la pintura tipo Modigliani de cuello interminable.

Claro que están los homenajes ochenteros a los chicos perdidos y a la pesadilla en la calle del infierno, además del muy divertido cameo de Stephen King en la tienda de antigüedades y del  propio director en la farmacia; por supuesto, pudiera aventurarse una auto reflexión en cuanto a que se hacen constantes referencias a los flojos finales de las historias, talón de Aquiles del escritor, dicho sea de paso, y que se agradece su autocrítica: cuando un personaje graba en un set de la Warner Brothers, incluyendo un ritual dudoso que mezcla tradiciones indígenas que no vienen al caso. Cuando vayamos a un restaurante oriental, eso sí, tengamos cuidado con las galletas de la fortuna y, por si hiciera falta, todo se reduce a un asunto de autoestima.

Entender la maldición

Escrita y producida por Guillermo del Toro y dirigida por André Øvredal, realizador de las estimables La morgue (2016) y Troll Hunter (2010), Historias de miedo para contar en la oscuridad se alimenta de esquemas previos –el libro maldito, los niños enfrentándose a sus miedos, los fantasmas del pasado- para proponer un filme articulado que se deja ver, sin mayores sobresaltos, que resalta la idea de sus monstruos, unos más justificados que otros. Se inserta el tema del joven latino que se escapa de la guerra y de la constante exposición del discurso de Nixon en las pantallas televisivas.

El diseño de los monstruos presentes es vistoso y memorable, aunque por momentos caprichoso (como el de adiposo de blanco que no se justifica), pero el desarrollo argumental transcurre bajo los esquemas esperados de las cintas de terror: no hay una pizca de originalidad y si acaso se puede recuperar el viaje al pasado y la puesta en escena para recuperar a la niña escritora y su contexto, aduciendo a motivaciones que escapan a su perverso entorno familiar. Una cinta correcta, casi de entorno convencional, que incide en la forma en la que la infancia puede romper, abruptamente, con sus condicionamientos más perversos.

Colaboraron: Max y Gonzalo Cuevas

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