SHAKESPIRIANAS [XLII]
¿Por qué Shakespeare?
José Luis Justes Amador
Shakespirianas [XLII]
José Luis Justes Amador
216.
Y por qué no?
217.
Estoy en camión rumbo a una ciudad cercana a la mía. El camión no tiene acceso a Internet y la oferta de películas es mala. (La noche anterior he intentado ver en Netflix “El Rey”, una cuasi adaptación de Enrique V. no logré terminarla. Un Shakespeare sin Shakespeare). Voy preparando mentalmente y en papel un curso sobre periodismo cultural. ¿Cómo hablar de Shakespeare en ese contexto?
218.
“Journalists — and all kinds of writers, fiction and non — are constantly borrowing authority, becoming temporary experts on a place, or a field of knowledge, or a group of people. We learn as much as we can as fast as we can, mostly by asking lots and lots of nosy questions … We’re serial experts, and professional amateurs. I suspect Shakespeare was too”.
218.1. Los periodistas –y cualquier escritor, de creación o no- siempre están asumiendo la autoridad, convirtiéndose en expertos temporales de cierto sitio, ciertos campos del conocimiento, de un grupo de gente. Aprendemos tanto como podemos tan rápido como podemos, la mayor parte de las veces preguntando mil y una veces preguntas indiscretas… nos convertimos en expertos y en aprendices de una profesión. Sospecho que Shakespeare también lo era.
219.
Recuerdo, en medio del aburrimiento, un dato shakespiriano inútil.
219.1. Que la edición de Shakespeare que tenía García Lorca era la de 1929 de las Obras completas de William Shakespare, de Luis Astrana Marín, publicada por Aguilar
219.2. ¿Cuánto habrá de Romeo y Julieta en Bodas de Sangre?
219.3. Encuentro en la biblioteca de la universidad donde doy el curso, dos ediciones de la traducción de Astrana.
219.4. Me pregunto cómo habrán llegado hasta ahí si ni siquiera estaba fundado ese campus cuando se publicó.
219.5. Me hago una nota mental para comprarla la próxima vez que me cruce con ella en una librería de viejo.
(219.6. Toda librería de viejo que se precie tiene ejemplares de esa obra).
220.
Tres traducciones decentes, en algunos casos más que decentes, están, sin embargo, incompletas.
220.1. La de Valverde, a pesar de llamarse Teatro Completo, de la que sólo se publicaron dos tomos en 1968 y 1969.
220.2. La de Ángel Luis Pujante, en verso, que misteriosamente sólo tuvo un volumen.
220.3. La académica del proyecto Shakespeare dirigida por Manuel Ángel Conejero, que esperemos que algún día Cátedra termine.
221.
Salgo a fumar y pienso en Shakespeare leído.
221.1. En que es tan absurdo, y al mismo tiempo tan necesario, como una reseña para un libro.
221.2. Encuentro en mis apuntes unas palabras de Alfredo Michel Modenessi.
221.3. “Es de lo más absurdo seguir canonizando a Shakespeare el libro, el texto para leer. El propósito primario de un texto dramático no es la lectura cualquiera sino la lectura especializada del generador de teatro: el actor, el director, los creativos, etcétera. La transformación (falsa) de Shakespeare en objeto de lectura literaria no le hizo favor alguno: lo volvió objeto de museo y de libro de secundaria mal escrito y peor informado. El traductor es parte del universo de lectores especializados y creativos para el teatro en que Shakespeare puede convertirse, si se hace con él lo que se debe hacer: darle vida escénica, lo cual implica que, automáticamente, cada montaje es una manifestación de vigencia. Al igual que los creativos de una puesta, el traductor es a fuerzas un intérprete artístico de Shakespeare, con la responsabilidad específica de crear el texto de partida para un espectáculo en otra lengua —un texto que, por definición, es diferente del que hallaste al iniciar—, y el espectáculo que se crea a partir de eso es, por fuerza, de aquí y ahora, no de allá y entonces. Creer que hacer a Shakespeare es repetir una misma cosa hasta el cansancio es no sólo absurdo sino aburridísimo. Siempre que traduces, das vida de nuevo al texto de donde partes”.
222.
Aunque tarde, me hago el propósito de ver más Shakespare.