jueves. 18.04.2024
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GUÍA DE LECTURA

Decamerón, de Giovanni Boccacio

Jaime Panqueva

Tachas 168
Tachas 354
Decamerón, de Giovanni Boccacio

El año de la Encarnación de Jesucristo (1348), la peste invadió la ciudad de Florencia, bella sobre todas las otras ciudades de Italia. Producida por la influencia del aire o por nuestras iniquidades, lo cierto es que esta calamidad fue enviada a los mortales por la justa ira de Dios.

La peste no se manifestó, como en Oriente, por una hemorragia por la nariz, que era el signo cierto de una muerte inevitable. Aquí, al principio, se declararon en personas de uno y otro sexo tumores, bien en las ingles o en las axilas. Los unos se ponían gordos como una patata ordinaria, los otros como un huevo, los demás de diferentes obesidades. Al poco tiempo, aquellos tumores se extendían por todo el cuerpo y la enfermedad se hacía mortal. Muchos otros síntomas podían manifestarse: manchas negras o azules aparecían en los brazos, en las caderas y en las demás partes del cuerpo; unas, grandes y espaciadas, otras, pequeñas y abundantes, y, lo mismo que los tumores, eran una señal de muerte. Parecía que ante tales síntomas todos los remedios de la medicina fueran impotentes, y todos los que eran atacados morían al tercer día, sin que tuvieran fiebre ni cosa por el estilo. La peste era terrible, puesto que se contagiaba a las personas sanas por medio de las enfermas con igual prontitud con que se comunica el fuego a las materias secas y combustibles.

Con la descripción de la epidemia de peste bubónica que asoló Florencia en 1348, a la que Bocaccio atribuye cien mil muertos en la ciudad, inicia este libro escrito como un recuerdo de ella. Se estima que sólo una quinta parte de la población de la ciudad sobrevivió al mal. La muerte es la excusa perfecta para que diez jóvenes florentinos, siete mujeres y tres hombres, huyan al campo durante dos semanas que emplearán, excepto por los días de labores y religiosos, para contar cuentos. Las diez jornadas —de allí el título en griego– reúnen cien cuentos en total, para conformar un caleidoscopio de las preocupaciones y costumbres de la sociedad en la alta Edad Media que contrapone de forma constante lo cómico contra lo trágico, lo vulgar contra lo cortés. Escrito en el dialecto florentino, Decamerón es también, junto a la obra de Dante y Petrarca, una de las piedras angulares de la lengua italiana.

En estos tiempos de cuarentena —término acuñado también durante la Peste Negra- vale la pena regresar a los clásicos, tanto para deleitarse con sus relatos como para contrastar la actitud del ser humano ante las calamidades. ¿Saldrá del pánico del coronavirus alguna obra igual de memorable? El tiempo lo dirá.

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