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Spoilerama • Ron Jeremy y Salgado Macedonio: la escuela del porno • Óscar Luviano

Óscar Luviano

Ron Jeremy
Ron Jeremy
Spoilerama • Ron Jeremy y Salgado Macedonio: la escuela del porno • Óscar Luviano



Hace unas semanas, los fugaces titulares de Internet anunciaron que siete nuevos cargos de agresión sexual se sumaban al proceso que enfrenta Ron Jeremy, uno de los actores más celebrados de la industria del porno californiano, aquel circuito que cine sexual que tuvo su época más rentable entre los setentas y los noventas, sobreviviendo (contra todo pronóstico) el paso de la película analógica a lo digital.

Jeremy, de 67 años, podría recibir una sentencia de 330 años en la cárcel por actos que, en su momento y legalmente, realizó frente a una cámara y que le fueron aplaudidos por generaciones de hombres.

De hecho, a juzgar por la defensa que se realizó del actor en las redes sociales, Jeremy es uno de los más altos referente sexoafectivos masculinos del siglo XXI.

Eso no lo discuto: creo que vivimos en una era dominada por el porno, aunque nos hagamos los superados. Nuestra relación con el poder, nuestras relaciones de pareja, nuestro brillo social, están sujetos –en más de un sentido- por el porno y lo que nos enseña.

Muy cerca de Ron Jeremy, otra estrella santificada por el porno durante su llamada época de oro es John C. Holmes, protagonista de más de 500 filmes, y quien muriese en 1988 por complicaciones del VIH, tras contagiar a sus compañeras de rodaje (las que intervinieron en, por lo menos, sus últimos filmes) y verse envuelto en una masacre a causa de un paquete de talco que trató de vender como cocaína.

Tras su muerte Holmes fue objeto de dos filmes —Boogie Nights(1997) y Wonderland (2003)—, figura mítica en un cuento de Roberto Bolaño y centro de largos debates sobre el largo de su pene.

Jeremy, por su parte, gozó de una breve carrera como actor no porno y mereció un documental sobre su vida y carrera, amén de un récord Guinnes por su número de títulos cinematográficos.

No trato de imponer que los actores porno tienen un comportamiento enfermizo (la otrora estrella juvenil Shia Labeouf, más o menos al mismo tiempo que Jeremy, fue denunciado por al menos dos de sus exparejas, por graves actos de violencia y maltrato), pero el problema con el porno es que ha hecho de la misoginia y de la violencia sexual factores aspiracionales.

La glorificación de los actores porno es algo de lo que no disfrutan las actrices del género. O sí, pero en los estrictos márgenes del fetichismo o del utilitarismo sexual.

Dentro de la adoración masculina que mantiene al porno vigente se distinguen dos claros rubros: a los actores se les admira por el número de mujeres con las que se han acostado a lo largo de su vida (algo que se extiende a los actores mainstream: cada vez que aparece en Ventaneado, Andrés García deja que la audiencia se asombre de su marca de más de 800 parejas sexuales).

En cambio, las actrices porno son admiradas por el número de hombres con el que se acostaron en una sesión. Los actores conquistan, las mujeres aguantan. Los actores son pasto de una urgencia indomable que se convierte, frente a las cámaras, en una forma desatada de la fuerza primigenia animal.

Creo que, a la larga, ese es el relato del porno, y su particular pedagogía. Ron Jeremy a los cincuenta y tantos años, y un Holmes destrozado por las adicciones, la cárcel y las secuelas del VIH, pudieron actuar sin problema en lo que entonces se consideraban grandes producciones del porno. En tanto, una actriz de 25 años era ya una veterana, material para el vergonzoso subgénero del porno gonzo, que escenifica o retrata la violencia sexual como entretenimiento: se trata de someter a las actrices a prácticas humillantes o de escenificar con ellas fantasías de la violación.

No quiero parecer reduccionista ni condescendiente. Sé que el porno ha sido objeto de diversos debates y defensas, que incluyen a Camille Plagia, Naief Yehya, Emmanuel Carrère y un largo etcétera. La mirada de género derivó en una escuela de porno feminista y en la reivindicación del derecho a usufructuar el propio cuerpo. Sin embargo, hace algunos años que Martin Amis escribió la reseña de un rodaje XXX, y tras la experiencia comparó a actrices y actores con los gladiadores romanos: esclavos obligados a combatir a muerte, con la esperanza de que el rendimiento de su cuerpo fuera suficiente para comprar su libertad.

Estos debates, incluyendo a los actuales, que versan sobre los efectos maléficos o benéficos del porno, se han quedado en esa época de oro, donde la industria del registro sexual imitó los lujos y ceremonias hollywoodenses (entrega de Oscar incluidas).

El porno que se debate ya no existe como industria. Para sobrevivir en la era digital, la industria de la pornografía desmontó cualquier aspiración a un star system, se volvió amateur (con mujeres y hombres que vendían grabaciones de sus relaciones o hacían espectáculos de sexo online) y al final se concentró en el porno gonzo, en versiones más violentas y pauperizadas. Es decir: la escenificación de la violencia sexual, sobre todo contra mujeres, se convirtió en el centro del negocio.

En este periodo (entre el 2005 y el 2015) se dieron algunas de las más infames series de esta última era del porno industrial. Entre ellas destaca las protagonizadas por el actor español Torbe.

Este vasco de nombre real Ignacio Allende Fernández es tan feo como Ron Jeremy, pero carente de cualquier carisma. Lo que no impidió que fundara un acotado imperio mediático bajo una sencilla mecánica: salir a la calle con un puñado de euros y convencer  a la primera peatona al alcance, de ser grabada follando con él.

Los encuentros estaban pactados de antemano. Su efectividad residía en centrarse, más que en las relaciones sexuales, en el aparente trabajo de seducción de Torbe. Tampoco debe obviarse que la mayoría de estas transacciones tuviesen como objeto a inmigrantes de Europa del Este y latinoamericanas. La fábula del porno gonzo: los hombres necesitan ejercer la violencia sexual y las mujeres están para recibirla, particularmente si son de un estatus inferior y reciben algún tipo de beneficio, por mínimo que sea. Negocios son negocios.

La serie tuvo gran éxito (y eso que se desarrolló en un momento en el que el contenido explícito se abaratada por la emergenica de PornHub y sus clones, que ofrecen este material de manera casi gratuita. Torbe pudo viajar a Argentina, Colombia y México, para realizar la misma pantomima con el tipo de cambio a su favor.

La herencia de Torbe al género es el apuntalamiento de los valores del porno tradicional en un entorno de bajo presupuesto y audiencias masivas, potenciando ante todo la premisa básica el porno del Siglo XXI: no importa que seas un cuarentón semicalvo y gordo, siempre que le pongas unos cuantos euros enfrente, esa mujer va a caer. Cualquiera puede. Cualquiera cae.

El ascenso de Torbe era imparable, incluso en 2006, cuando su productora fue acusada de filmar a una menor de edad, su productora siguió viento en popa. Los cargos fueron desestimados, al igual que una posterior investigación por evasión de impuestos.  No sería hasta 2016 cuando un nuevo cargo de abuso de menores y acusaciones de su participación en una red de trata y de venta de pornografía infantil lo llevaron a ese sitio del que los youtubers (que al final eso es) ya no regresan: la cancelación en redes.

En tanto los cargos de abuso de menores fueron retirados (si bien la investigación por porno infantil sigue adelante), Torbe es la sombra de lo que fue, y su más grande tragedia es que ya no tiene control sobre sus videos, que han pasado a ser parte de los que se ven gratuitamente en plataformas como Xvideos: goza de esa gloria de los Youtubers, que consiste en generar clics e ingresos para la plataforma sin recibir un céntimo.

Acaso el mayor homenaje que Torbe y otros productos similares reciben de Internet es la de los entusiastas que han llevado las enseñanzas del porno gonzo a la vida real: los vídeos de las “seducciones” de Torbe se exhiben junto a otros de todo tipo de abusos reales: relaciones sexuales grabadas con cámara oculta, exhibidos con el consentimiento de las mujeres que participan en ellos y, en no pocos casos, grabaciones de violaciones reales.

Fue el caso mexicano de Los Porkys (2015) y de la Manada (2016), en los que grupos de jóvenes difundieron videos de los abusos que cometieron sobre mujeres. Los nombres de los grupos se los adjudicaron ellos mismos, y remiten a esa fuerza animal indomable que yace en cada uno de nosotros, que es el porno. Ambos casos gozaron de impunidad (se trataba de jóvenes con nexos judiciales que casi los libraron de sentencias) y de apoyo en las redes sociales, proveniente de sectores que no veían más que un mero ejercicio de porno gonzo.

De hecho, uno de los jueces en el caso de la Manada desestimó el testimonio de la víctima porque la vio disfrutar en el video. Este magistrado llevó las enseñanzas del porno a la esfera judicial. Dicto sentencia guiado por la mirada del porno gonzo.

¿Qué tanto nos domina el porno? ¿Qué tanto ha influido en otros casos y decisiones relevantes para la vida pública?

En los días previos al 8M de este año, Morena ratificó como su candidato para la gobernatura de Guerrero, al senador con licencia y exalcalde de Acapulco, Félix Salgado Macedonio, a pesar de que en su contra hay cinco denuncias por abuso sexual (el mismo número de cargos le podría costar 330 años de Cárcel a Ron Jeremy).

Salgado es conocido por haber llenado a Acapulco de table dances de su propiedad durante su gobierno, y de haber amparado la trata y la violencia en el puerto, con una de las cuentas más altas de homicidios dolosos.

La candidatura contó con la anuencia presidencial y, según las encuestas que Morena dice haber realizado, con el fervor popular. Las víctimas han sido calificadas como falsas, oportunistas y manipuladas, en el mejor de los casos. Salgado, en cambio, es honesto y querido.

Al saber de su ratificación, Salgado tuiteó: Hay toro. Una fuerza animal indomable.

 

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