54 MUJERES, LA SERIE [XVI]
Fujiyama Mamas (Pioneras en un mundo de hombres)
José Luis Justes Amador
Hay más rock’n’roll en los tres minutos de «I need a man» que en la obra completa de Aerosmith
Bob Stanley
Pensar en los primeros años de la historia del rock and roll es sinónimo, casi siempre, de una lista de nombres masculinos. El rock’n’roll, que llegaba para quedarse, se vendía a la juventud, pero a una juventud que se era casi exclusivamente masculina con las “Peggy Sue” como instrumento de diversión o de adorno. Elvis, con su movimiento de cadera en la televisión, libró la sexualidad, pero sólo la de ellos, limitándose ellas a gritar y a suspirar. La música popular contemporánea había nacido con el problema que tendría, con excepciones por supuesto, a lo largo de todo el siglo XX: música pensada por hombres, producida y reproducida por hombres, dirigida a hombres y a mujeres pero sólo consumidoras o, al menos, en la medida en que eran consumidoras.
Una figura que se repite a lo largo de esa corta historia es la figura del perdedor. Alguien que por mala suerte, o por haber estado en un lugar equivocado o en un tiempo equivocado, no logra todo el reconocimiento que debería. Uno de los primeros casos de esa figura casi inseparable de la historia del rock fue, precisamente una mujer, la gran Barbara Pittman. Pittman estaba en el lugar adecuado. “Canté con él, lo conocí, vivía en la misma calle que él cuando éramos niños en Memphis. Su madre y la mía se juntaban en lo que ahora llaman fiestas de Tupperware. Viví en Graceland en los cincuenta cuando lo llamaron a fila. Iba a llevarme de gira con él cuando lo reclutaron”. Barbara lo cuenta en la entrevista sin rencor. Había sido la primera mujer en entrar en los míticos estudios Sun, cuna del rock’n’roll, para grabar el que sería su único gran éxito, “I need a man”.
“I need a man” es una canción de dos minutos cincuenta y cuatro segundos en que todo lo que después conoceríamos como rock’n’roll está en toda su plenitud. Un grito inicial que llega desde el blues, una base acelerada, cercana al rockabilly, sobre la que comienza el estribillo, y una letra directa, “necesito un hombre para amar”. Y sobre todo ese cantar / gritar en silencio para que al final de la línea entre una base rítmica. Es decir, exactamente lo mismo que las que ahora recordamos como canciones prototípicas, las de su amigo Elvis por ejemplo, de lo que llamamos rock’n’roll. Y, a pesar de la grandeza de la canción, su suerte fue la de pasar al olvido, salvo en las necesarias recopilaciones, como “Hard Bopping Girls”, de rockeras de primerísima generación. Pittman siempre dijo que la causa principal fue la falta de promoción. Ni siquiera las nuevas canciones que grabaría en los sesenta, para bandas sonoras de películas de motoristas, con el nombre de Barbara and the visitors, le dio ni fama ni éxito.
Mejor suerte tuvo Wanda Jackson que, al menos, tuvo la suerte de vivir un segundo aire cuando el ubérrimo Jack White reivindico su famosísimo “Let’s have a party” que supera en fuerza y en el recuerdo a la versión de la misma canción que Elvis había grabado apenas unos meses antes que ella. La canción ha sido versioneada y retomada, además de por los White Stripes, por, entre otros, Paul McCartney, Marc Bolan o Led Zeppelin, llegando a sonar incluso como música de fondo en “La sociedad de los poetas muertos”. A diferencia de la Pittman, Wanda Jackson no dejó de grabar a lo largo de su vida, con mayor o menor éxito y aprovechando cualquier tema para convertirlo en canción. Wanda Jackson, incluso, usó un tema tan poco rockista como las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, “Fujiyama Mama”, para crear un himno de tres minutos que en realidad reivindica su propia sexualidad, comparándola con el efecto de las bombas.
Aunque si una mujer estuvo, como Pittman o Jackson en algún momento lo estuvieron como amigas o competidoras, a la altura o, incluso, por encima del ícono, fue Big Mama Thorton quien, a diferencia de las otras dos cantantes, era negra. De ella es la primera versión grabada de “Hound Dog”, una de las canciones imprescindibles en cualquier recopilación de Elvis, del rock’n’roll de los años cincuenta. En su caso, la más que merecida fama no le llegaría nunca, por su único sentido de la independencia que hacía que grabara lo que quisiera cuando quisiera, algo que años después sería un valor y una virtud, pero que en aquellos primeros años era poco menos que un suicidio comercial. Su versión de “Hound Dog” está más cercana al blues, con un grito desesperado al comienzo, antes de una guitarra con los doce compases típicos del género, y que puede oírse en miles y miles de discos posteriores, para continuar con una canción saltarina y profunda al mismo tiempo que llegaría al número uno, en el que se quedaría siete semanas.
El caso de Linda Gail Lewis es más complejo, ya que ella no sólo tuvo que luchar contra su propia personalidad, el sistema o que la misma canción en voz de un hombre se vendiera mejor, sino contra su propio hermano. Si alguien había nacido para estrella del rock’n’roll en aquellos años era Jerry Lee Lewis, que unía a su sentido musical una habilidad incendiaria, literalmente, para el espectáculo. Sin embargo, su mejor versión de sí mismo sólo la ofrecía en alguno de los pocos duetos que llegó a grabar junto a Linda. De ella es un título que podría resumir perfectamente la gran lucha que debieron enfrentar todas aquellas pioneras en un mundo de dominio masculino: “I’d rather stay home and rock’n’roll”. Mejor quedarse en casa y rockanrolear. Precisamente porque no lo hicieron, hoy podemos acordarnos de ellas.
PD: Desde hace unos años, la labor de estas pioneras se ha visto premiada con recopilaciones que las reivindican y demuestran que tenían la misma fuerza y ganas de agitar el mundo que sus contrapartes masculinas. Vale la pena bucear en ella para encontrar una parte de la historia que nunca ha sido contada como merecía.
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