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Tachas 464 • El problema con el Guasón • Óscar Luviano
Óscar Luviano
Según cuenta Grant Morrison, Batman aparece por primera vez en 1939 como una respuesta a Superman, creado apenas un año antes por Jerry Siegel y Joe Shuster. El hombre murciélago de Bob Kane, dibujante mediocre pero de gran colmillo comercial, se distinguía del hombre acero al punto de ser su reverso: si aquel era una deidad solar heredera del fisicoculturismo de la época victoriana, Batman era un maniaco nocturno; si Superman poseía poderes naturales, Bruce Wayne demostraba que no hay límite para los ricos. Si la criatura más exitosa de Action Comics destilaba una originalidad capaz de crear todo un género (el de los superhéroes), Batman era una copia que bebía y fagocitaba todas de todas las fuentes en boga: el expresionismo alemán, el noir, el modernismo y lo que se le pusiera enfrente de década en década.
Esa ha sido la clave de la exitosa vida de Batman en la página y en las pantallas: mientras que Superman está obligado a ser fiel a sí mismo, Batman puede mutar cada vez que sea necesario. Así ha ido de lo camp al reaganismo, del fascismo a lo Frank Miller al psicologismo de Alan Moore, y de ahí al buenismo de la segunda década de este siglo. Batman es un producto que sigue siendo rentable porque nos ofrece la metáfora que necesitamos, no necesariamente la que nos explica a nosotros mismos.
Y más que la versión de Batman que nos acomode, lo que buscamos en estas mutaciones son los efectos que tienen sobre sus villanos. Batman, desde el programa de Adam West, ha establecido una regla de oro: se debe y se mueve en la medida de sus villanos. En particular, en la medida del Guasón. The Joker, si ustedes lo prefieren.
Lo que importa en cada reboot de Batman, desde las versiones ochenteras de Tim Burton y desde The Killing Joke de Alan Moore y Brain Talbot, es ante qué Joker va a enfrentarse Batman (que, por ende, va a resumir las dolencias sociales por las que atravesamos). Un Joker era una actualización de Al Capone y los mafiosos de la Era de la Prohibición, con un parecido con Ronald Reagan que lo hacía menos inocuo de lo que parecía. El Joker de Heath Ledger parecía condensar el alma incendiaria de las protestas sociales, la idea esencial de que no hay nada redimible en el universo de las opciones políticas. En contraste, la versión de
Joaquin Phoenix se centraba en el hombre heterosexual blanco como víctima de una sociedad enferma (y de mujeres enfermas) que lo enloquecen y justifican sus correrías.
Cada Guasón, pues, está diseñado, para bien o para mal, para hacer evidente esa barrera infranqueable del poder económico y paramilitar que Batman ha terminado por representar (el millonario que pone orden, ¡carajo!). De manera que mi pregunta ante el nuevo reboot de Matt Reeves no era si Robert Pattison podría, por fin, sacudirse el sambenito de Crepúsculo, sino en qué Guasón se verían concentrados los males de nuestro tiempo.
La primera desilusión fue que en esta primera entrega de The Batman (2022) no figuraba el Guasón más que como una sombra. La siguiente fue la película en sí misma. Lo mejor que se puede decir de ella es que es un remake no reconocido del Se7en (1995) de David Fincher y una adaptación del Year One (1988) de Frank Miller. Lo peor es tratar de describirla.
Por ejemplo: Gordon y Batman se tardan dos horas en encontrar el sentido de “rata con alas”.
Al parecer, algo no salió del todo bien pese al estreno masivo pospandemia y del recibimiento entusiasta de las redes sociales, y antes del desembarco de este Batman en los servicios de streaming, DC y la Warner lanzaron el anzuelo: una “toma eliminada” con el Guasón.
Aunque todavía no están claras las razones de su eliminación, los poco más de cinco minutos contienen más sustancia que todo el esfuerzo del pobre Paul Dano como Enigma, si bien en este caso tenemos una copia calcada del encuentro entre la agente Clarice Starling (Jodie Foster) y Hannibal Lecter (Anthony Hopkins) en The Silence of the Lambs (1991). En esta escena, Batman acude a visitar a Guasón para consultarlo sobre la identidad de Enigma (algo extraño si se considera que Bruce Wayne apenas se estrena como vigilante, según esta versión).
Lo que importa, en todo caso, pues, es lo que se hace del Joker en esta ocasión. ¿Cuál es la zeitgeist de la que se ha nutrido?
No es sencillo precisarlo: interpretado por Barry Keoghan (que parece recién traído del hospital de The Killing of a Sacred Deer), este Guasón aprendió bien la lección que Phoenix dejo: reírse más que hablar cuando no tienes nada que decir, y dejar que los tics y los prostéticos se expresen.
Con zonas de cabello arrancado, infecciones cutáneas y la desesperada necesidad de una cirugía odontológica, este nuevo Joker no sólo es una decepción: también preocupa. Está, por una parte, esta idea de que la decadencia física refleja una decadencia moral, tan autoayuda de los miles. Por la otra, está su incapacidad para decir algo interesante y limitarse a ser una derivación de otros personajes (incluso habla de Enigma en los mismos términos que Lecter se refería a Buffalo Bill: “un muchacho creativo”).
¿Qué representa este Guasón para mí? Con su balbuceo y la hueca espectacularidad de su cuerpo destruido, es ante todo una condensación no de nuestras sociedades, sino de su franquicia. Es el efecto por el efecto que son las casi tres horas de The Batman. Es el cuerpo gangrenado del cine.