ENSAYO
Tachas 477 • Despierto, pero a qué costo • Ed Dander

Noche
La alarma suena. 1:30 a.m. Me despierto, me alisto y pido un Uber. El camino no es largo, 25 minutos a lo mucho que me son buenos para hacer check in y revisar pendientes: Sergio: “Ed, Te confirmo la junta en Zoom para el Jueves a las 11”. Arturo: “Aquí está la presentación para el pitch del martes. Avisame qué piensas y sorry por la hora”. Por la hora... ¿Por qué estoy revisando temas de trabajo a las 1:45 am arriba de un Uber rumbo al aeropuerto? ¿En qué momento la madrugada dejó de ser para dormir o en todo caso para salir de fiesta? ¿Qué sucedería si no lo hago? Una respuesta simplista sería decir que voy a perder mi empleo y por tanto no podré pagar la renta. Ni siquiera Netflix o Spotify. Pero en el peor de los casos, ¿Cómo sería vivir sin ello? Sería un desadaptado social, seguramente. Tal vez podría entonces irme a los bosques para vivir deliberadamente y enfrentar solo los hechos de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar, como lo hizo Henry Thoreau en Walden.[1] Mientras pienso en ello, nuevas notificaciones llegan, y todas requieren de mi atención. Es un estado perpetuo de emergencia como lo llama Douglas Rushkoff,[2] y si no lo hago, bueno, la lista sigue acumulándose al igual que mi ansiedad. A diferencia de los libros u otros medios análogos, las apps no tienen stopping cues,[3] es decir, señales que nos indiquen que podemos parar lo que estemos haciendo sin perder la continuidad de ello, y por el contrario, nos mantienen por horas atentos a ellos, haciéndonos sentir que estamos siendo productivos o, en el mejor de los casos, deseosos por saber qué otra novedad aparecerá después en nuestro feed. Lo único que debemos hacer es no despegar la vista de la pantalla y mover nuestro pulgar ad infinitum. Simple como eso. Pero (siempre hay un pero) “no porque algo esté optimizado para su uso fácil significa que es bueno para la humanidad”, como declaró Aza Raskin, el inventor del scroll infinito.[4]
Madrugada
Pensar en todo esto me ha cansado mucho y me quedo dormido una vez arriba del avión. Despierto en medio del vuelo con Time to Pretend de MGMT sondando en mi teléfono y eso me hace recordar la vez que fui a Cuernavaca con un par de amigos a pasar unas vacaciones. Precisamente pusimos esa canción en el carro en el que íbamos, y después de escucharla y cantarla a todo volumen, concluimos que si alguna canción era representativa de nuestra generación justo sería esa. Era 2008 y yo y mis amigos ilusos cantábamos a coro: “...Extrañaré el aburrimiento, la libertad y el tiempo que pasaba a solas, pero no hay nada que hacer, el amor debe ser olvidado…” Éramos miembros de la siguiente generación que estaba lista para ser parte de las filas de una población económicamente activa, y de antemano sabíamos que el futuro laboral sería absorbente y no suficiente para tener una vida tan holgada como la tuvieron las generaciones anteriores. Tiene sentido entonces que en otro verso VanWyngarden cantara: “Pero es nuestra decisión, vivir rápido y morir jóvenes, tenemos la visión, ahora tengamos un poco de diversión”. Time to pretend fue en realidad un reflejo de lo que nuestra generación estaba por vivir. Claro, para las generaciones anteriores les resulta chocante ver el cinismo con el que nos manejamos, pero, ¿Qué más podemos hacer si nos entregaron un planeta destrozado, una economía al borde del colapso, y un futuro de lo más incierto? Al menos hay que pasarla bien mientras lo averiguamos.
Sin embargo, hay una línea delgada entre pasarla bien como recompensa por nuestros esfuerzos y pasarla bien como negación para cumplir con nuestras responsabilidades por la mera asociación negativa que puede tener determinada tarea. En una sola palabra (léase con voz diabólica) procrastinación, o como lo explican Pychyl y Sirois: “la primacía de la reparación del estado de ánimo a corto plazo… por encima del objetivo de las acciones planeadas a un plazo más largo”.[5]
Esto, como seguro todos sabemos, puede afectar desde tareas sencillas como ordenar nuestra habitación, hasta algo más profundo como dudar de nosotros mismos. Por ejemplo, dudar sobre la calidad de un texto que nos han comisionado para una revista. Justo antes de poder terminar este mismo párrafo, terminé un curso de carpintería en YouTube, y no mentiré, se siente bien aprender la diferencia entre clavo y tornillo, pero el compromiso de escribir este texto seguía aquí esperándome aún de ver todo el canal de carpintería. Y claro que me generó aún más ansiedad y estrés, pero si algo nos ha enseñado el conductismo es que una vez recompensado por mi procrastinación, y ante una nueva ola de estrés por terminar este trabajo, lo mejor sería scrollear ad infinitum en Instagram para nivelar ese nuevo momento negativo que se generó. Bienvenido a mi vida, hábito crónico.
En una charla para Ted Talks, Adam Alter explica que esto se ha intensificado recientemente y se debe a que la tecnología es diferente de lo que fue 20 años antes, y ahora somos capaces de dar las recompensas que son necesarias para que el organismo se vuelva adicto, y añade: “El tema es que no somos adictos a los dispositivos, sino a los contenidos que estos nos dan, y considerando que los dispositivos son cada vez más portátiles y resistentes, la adicción va con nosotros a donde vayamos...”[6]
¿Y porque si sabemos todo esto no podemos dejarlo? Douglas Rrushkoff explica en su libro Present Shockque hay una adicción a revisar constantemente el email, que solemos confundir con productividad pero que lejos de optimizar nuestro trabajo, sólo nos mantiene en un loop constante de búsqueda de satisfacción. Elabora: “...No es porque necesitemos el correo electrónico para nuestra productividad, sino porque somos adictos a la posibilidad de que haya un gran premio en alguna parte. Como apostadores compulsivos en una máquina tragamonedas recompensados con unas cuantas monedas cada docena de intentos, estamos entrenados para seguir abriendo correos electrónicos con la esperanza de una pequeña inyección de serotonina…”[7]
Mañana
Llego a mi destino, ya de mañana, y después de un par de juntas decido darme el resto del día libre. Paso a mi librería favorita en la ciudad, y como recomendación en la sección de no ficción me encuentro con un título que de inmediato llamó mi atención: Cómo no hacer nada, resistencia a la economía de la atención. Por Jenny Odell. Apenas lo abro y en la introducción leo un par de líneas que vienen muy ad hoc: “No hay nada más difícil que no hacer nada. En un mundo donde nuestro valor está determinado por nuestra productividad, muchos de nosotros encontramos cada uno de los minutos de nuestra vida capturados, optimizados y apropiados como un recurso financiero por las tecnologías que usamos diariamente.”[8]Obviamente lo compré y continué leyendo. Odell comienza hablando de la historia “El Árbol Inutil” escrita por Zhuang Zhou en el siglo IV; habla de un leñador que ve un árbol viejo y decide no cortarlo por parecerle poco útil para carpintería (necesito recomendarle a Zhuang mi curso de YouTube). Luego, el árbol se le aparece en un sueño y le dice que fue tonto al compararlo con los árboles que había cortado, porque si hubiera sido tan inútil como él pensaba, el árbol no habría llegado a esa edad. Odell explica la supuesta incongruencia de la inutilidad, que en realidad es una observación que hace Zhou a la paradoja de la sociedad, donde utilidad significa destrucción. Odell aclara además que, a pesar de que en su libro hay una crítica al sistema de producción capitalista, “no quiere decir que el villano sea el internet o las redes sociales, pero sí la lógica invasiva de social media comercial y su incentivo monetario que nos mantiene en un estado financiero lucrativo de ansiedad, envidia y distracción.” Es decir, socializar y divertirse no es lo que nos afecta, pero sí la adicción y ansiedad que la estructura detrás de las redes nos ha generado, y que se ha recrudecido con el devenir de nuevas apps y dinámicas de interacción con ellas (atención, desarrolladores UI/UX: aquí hay un área de oportunidad para repensar el futuro del desarrollo de apps).
Respecto a los trastornos emocionales generados por la tecnología y otras características particulares de la vida contemporánea, la Dra Jean Twenge de la Universidad de San Diego ha realizado estudios comparativos de estadísticas a través de varias décadas. Concluye que “La vida moderna no nos brinda tantas oportunidades para pasar tiempo con las personas y conectarnos con ellas, al menos en persona, en comparación con, digamos, hace 80 o 100 años.”[9] Caso contrario (y de éxito) están las poblaciones catalogadas como Blue Zones, donde viven las comunidades más longevas del planeta. Los científicos que han estudiado este fenómeno han concluido que parte de lo que mantiene a estas personas con vida por más tiempo es su alimentación libre de alimentos procesados, una vida con menor estrés y sus vínculos sociales.
Parece entonces que la vida moderna nos aleja de lo importante, incluso de lo esencial, de aquello por lo que Thoreau se fue a buscar a los bosques, y aunque romantizar la idea de escapar a nuestros problemas no soluciona mucho, lo cierto es que muchos de esos problemas han devenido de romantizar la idea de producción y consumo como sinónimo de progreso. No se trata entonces de vivir atormentados por el presente, sino más bien de “mover nuestro interés de la economía de la atención hacia el reino de lo físico y real”,[10] y saber que toda esa atención tiene un costo que es nuestra propia salud mental, física y emocional. Parece difícil después de estar tan inmersos en esto, pero está en nosotros permitir que esto no lo digo yo, lo dice este gato destrozado por la vida…
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Edgardo Dander. Su trabajo como Videasta y Diseñador independiente se ha desarrollado en proyectos culturales, artísticos y educativos; y como artista ha explorado temáticas de tecnología, media y comunicación.
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[1] Walden, Henry David Thoreau, Errata Naturae, 2013
[2] Present Shock - When Everything Happens Now: Douglas Rushkoff at TEDxNYED https://www.youtube.com/watch?v=_z2oFCR-0pc
[3] Why our screens make us less happy | Adam Alter https://www.youtube.com/watch?v=0K5OO2ybueM
[4] One of my lessons from infinite scroll: that optimizing something for ease-of-use does not mean best for the user or humanity https://twitter.com/aza/status/1138268959982022656?lang=en
[5] Sirois, F. and Pychyl, T. (2013) Procrastination and the Priority of Short-Term Mood Regulation: Consequences for Future Self. Social and Personality Psychology Compass. Tomado de https://eprints.whiterose.ac.uk/91793/
[6] Present Shock - When Everything Happens Now: Douglas Rushkoff at TEDxNYED https://www.youtube.com/watch?v=_z2oFCR-0pc
[7] Why our screens make us less happy | Adam Alter https://www.youtube.com/watch?v=0K5OO2ybueM
[8] How to Do Nothing, Resisting the Attention Economy, Jenny Odell, 2020, Penguin Random House
[9] https://www.thecut.com/2016/03/for-80-years-young-americans-have-been-getting-more-anxious-and-depressed.html
[10] How to Do Nothing, Resisting the Attention Economy, Jenny Odell, 2020, Penguin Random House