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Tachas 494 • ‘Fue la mano de Dios’, o en busca de la inocencia perdida • Fernando Cuevas

Fernando Cuevas

Fue la mano de Dios (Italia, 2021)
Fue la mano de Dios (Italia, 2021)
Tachas 494 • ‘Fue la mano de Dios’, o en busca de la inocencia perdida • Fernando Cuevas

El 22 de junio de 1986 se enfrentaron Argentina e Inglaterra en los cuartos de final del Mundial celebrado en México con todo y las heridas provocadas por la guerra de las Malvinas, concluida cuatro años antes y en la que los sudamericanos fueron derrotados. En épico partido que terminó 2-1 a favor de los pamperos, Maradona anotó dos tantos históricos: uno, conocido como el gol del siglo, en el que arrastró la pelota detrás de media cancha y se llevó a más de la mitad de los jugadores ingleses, y el otro en el que hizo trampa y la metió con la mano, ganándole el salto a Peter Shilton. Después declaró que lo había metido “un poco con la cabeza y un poco con la mano de Dios.”

En esta vertiente nostálgica a la que se han suscrito varios cineastas para recordar sus tiempos idos en forma de ficción autobiográfica, Paolo Sorrentino (miniseries sobre el papado The New Pope, 2019-2020 y The Young Pope, 2016; El divo, 2018; La gran belleza, 2013; Un lugar donde quedarse, 2011; Un hombre de más, 2001) entrega Fue la mano de Dios (Italia, 2021) para repasar con afectos encontrados su adolescencia ochentera en Nápoles, con el telón de fondo de Maradona y su apoteósica llegada al club de su ciudad en 1984, incluyendo todo el barullo que causó su estancia, tanto en términos futbolísticos como extra cancha, y en particular cuando ganaron el scudetto en 1987 por primera vez en su historia, desatando una maradomanía que se extendió al Mundial de 1990: ya después vendría la caída del ídolo. 

Pero como cabría esperarse, todo este contexto futbolero refiere a personales recuerdos agridulces que se vinculan con pérdidas dolorosas y aprendizajes vitales: crecimiento sentimental, experiencias memorables y maduración casi obligada a la par del fin de la inocencia frente a la dura y al mismo tiempo incierta realidad de la la vida, desde dilemas sociales y familiares, hasta románticos y morales. De cómo orientarse a ser cineasta tras escuchar voces inesperadas y al fin la propia, y lidiar con la tragedia personal, así como comprender las pasiones circundantes y el peso que se puede dar a la propia existencia, presente y futura: de pronto, lo que nos parece sumamente importante resulta ser un puente para cruzar hacia otros territorios.

Fabiettto Schisa es un joven napolitano de diecisiete años cuya vida más o menos predecible se trastoca desde la llegada de Maradona al Napoli (Filipp Scotti, entrañable). Lo rodean personas de intensidades elevadas como la tía volcánica (Luisa Ranieri), emblema de liberación; el hermano cercano que aspira a ser actor (Marlos Joubert), la hermana tras la puerta del baño y el amigo delincuente, además de sus progenitores: Toni Servillo, cómplice del realizador, interpreta al afectuoso papá con todo y sus canas al aire, mientras que de un buen humor incontenible, Teresa Saponangelo pasa de la broma al conflicto silenciado. Aparecen, por supuesto, esos arquetipos italianos de efusividad incontenible y de sabia ancianidad, con sus dejos de superstición, entre festejos y alegatos con todos hablando y manoteando a la vez.

Sorrentino vuelve a revisar La juventud (2015) desde una perspectiva añorante y plena de preguntas a la distancia, con todo y una exploración de Las consecuencias del amor (2004) y sus extrañas configuraciones que abren el despertar sexual guiado por una especialista (Betty Pedrazzi) y el enamoramiento idealista, entre apuntes de milagros asumidos y creencias de mágica resolución que terminan por ser convincentes en las lógicas de quienes las asumen, incluyendo el gol de Maradona, convertido casi en una obra surrealista y alcanzando explicaciones de corte místico: finalmente, se trata del mejor futbolista de todos los tiempos, según acuerdan varios de los involucrados.

La cámara refuerza el tono memorioso y de apertura a nuevos horizontes, capturando las miradas hacia el golfo napolitano y recorriendo calles e interiores con estampas entre íntimas y festivas, dramáticas y humorísticas, incluyendo esa filmación de la filmación de toque felliniano, acompañada por un score necesariamente evocativo, cortesía del habitual Lele Marchitelli, plagado de esas sensaciones que terminan entrar por los sentidos para llevarnos a la vida pasada, idealizada o transformada, pero al fin definitoria para entender al yo actual; en este caso, al realizador en el que se ha convertido el autor del filme.








 

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