miércoles. 17.04.2024
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Tachas 505 • Christy Martin • Marina Porcelli

Marina Porcelli

Christy Martin
Christy Martin
Tachas 505 • Christy Martin • Marina Porcelli

Casi como un nombre, como el crédito de la foto, la delimitación de la cosa. Su identidad. Equivale a nombrar, a posicionarse, marca y señala. En México, en la jerga periodística, a los titulares se les dice cabeza, en Argentina, copete, bajada. Sumarios de designación. Christy Renea Martin nació el 12 de junio de 1969 en Mullens (Virginia Occidental, Estados Unidos) y estuvo activa como boxeadora desde 1989 a 2012, en la categoría súper welter. Su historia es más bien melodramática, o así la presentan. Esta hija de un minero (la etiqueta se la puso Don King), de novia con una compañera de estudios en la adolescencia, finalmente se casa con su propio entrenador (él le lleva veinte años, y también se apellida Martin) y para el casorio compran anillos en Walmart: el par de la ceremonia, y otro porque, metáfora mediante, el compromiso es también con el boxeo. Christy Martin crece, entrena, se profesionaliza. Usa aretes, tacones y maquillaje y (sic) se masculiniza cuando sube al ring. Claro que la agresividad y la violencia también forman parte del boxeo femenino, pero estas categorías (lo masculino; lo femenino) son términos usuales en las narraciones sobre la vida de Christy Martin. El caso es que el 23 de noviembre de 2010, en su casa de Orlando, Estados Unidos, James Martin apuñala varias veces a la boxeadora, le dispara en el pecho y la da por muerta, antes de abandonar la casa. Esto se lee en todos los reportes, en todas las semblanzas sobre ella. Y sin embargo, honestamente, cuando checo y releo los artículos, no termino de entender si se trata de una denuncia real de parte de la prensa sobre un intento de feminicidio, o si se trata de un uso mediático (sensacionalista, truculento) de la historia de Christy Martin. Lo digo porque casi no hay ninguna nota que la destaque centralmente como una de las primeras boxeadoras norteamericanas, la Martin que también abre camino para la disciplina de mujeres en México, y en otros países de Latinoamérica (se enfrentó contra la licencia número uno de Argentina, la Tigresa Acuña, en 1997), la que firma contrato con Don King, y es promocionada en las veladas de Mike Tyson, la que hace la primera pelea de box femenino televisada contra Deirdre Gogarty, el 16 de junio de 1996. 

Entonces señalo la recurrencia en los titulares, en las cabezas, sobre cómo se identifica y se delimita la figura de las boxeadoras: hablo de cuando sucede una especie de corrimiento, de reflector que se desplaza y dice otra cosa acerca de estas mujeres que “además” boxean. Se las designa como hermosas, por ejemplo. A Svetlana Soluyanova, cuando tenía 25 años, en 2019, la prensa europea la destaca por su belleza, y entre las preguntas está una que linda con lo delirante: la de si, en su casa, golpea a su novio. A Joana Pastrana, en los reportajes que da en Madrid, también en 2019, se le pregunta si el espejito que viene en el cinturón de campeona mundial sirve para maquillarse.

Yo no me maquillo, contesta Pastrana. 

¿Y novio no tienes todavía?

Tengo novia.

Se suele creer (así confiesan algunas deportistas, incluso) que si una mujer es buena boxeando, tiene la casa sucia y descuida a sus hijos. Esta caracterización, claro, es impensable en el mundo masculino: el deportista varón compite, fracasa, triunfa, tiene una buena racha, o le falta entrenar más: pero nadie le pregunta si usará el cinturón para ir a una fiesta. A las mujeres, en cambio, se las consigna en el desplazamiento, en cierta lateralidad que las subestima, y quita del centro su nivel en el deporte. Me llama muchísimo la atención: esa imposibilidad de entenderlas como boxeadoras netas. 

Poco después del intento de feminicidio de James Martin, Netflix saca un documental sobre la vida de la hija del minero. 2010 son años dramáticos: Christy Martin declara que llega a tomar cocaína con los guantes puestos. Después se recupera. Hace una pelea con la mano fracturada, tiene una apoplejía, y se recupera. Combate también contra Laila Alí, que le lleva ocho kilos, y Alí gana por destrozo. Estos matchs desbalanceados son más comunes de lo que se cree: son tan pocas las mujeres que boxean, y resulta tan difícil desarrollarse en ese campo, que casi todas terminan enfrentándose siempre contra las mismas, “y en las condiciones que sean”, con tal de pelear

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Marina Porcelli. Ciudad de Buenos Aires, 1978. Narradora, ensayista, cursó estudios de historia en la UBA. Fue becaria del Centro Cultural de la Cooperación (Buenos Aires, 2004) y obtuvo diversos premios en género cuento y ensayo. Entre sus libros se encuentran: Cuaderno de invierno (novela corta, México, 2021); Nausica. Viaje al otro lado de la otredad(ensayos sobre género, Monterrey-La Plata, 2021); La cacería (cuentos, México, 2016); De la noche rota (cuentos, Argentina, 2009). Parte de la obra de ficción y ensayística de la autora ha sido publicada en medios y antologías de Argentina, Chile, Cuba, México, Nicaragua, España, EEUU y China. En 2010, Marina Porcelli fue elegida por el Fonca/Conaculta para participar del Programa de Residencias Artísticas para Iberoamérica y Haiti; en 2012 fue becada por la Secretaría de Cultura Argentina, en convenio con México. En 2014, recibió el Premio de cuento Edmundo Valadés; Mención en el Premio Casa de las Américas, Cuba, categoría ensayo; y la Primera Mención en el Premio Municipal de Literatura de Buenos Aires. En 2017, obtuvo una residencia artística en Montreal, Canadá, y ese mismo año, otra, en Shanghai, China. Dio talleres de escritura creativa en el Observatorio de violencia contra las mujeres, en Salta, y el Seminario de Narrativa en la Universidad de Salta, Argentina, 2019. Algunos de sus cuentos y ensayos fueron traducidos al inglés, al alemán y al chino. Colabora regularmente con revistas y suplementos de cultura de América Latina, y desde 2018 a 2020, estuvo a cargo de la sección de Narrativa de Revista Levadura de Monterrey, México.





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