Un ojo en la corteza del árbol
abierto pero 
ciego
inútil a la vez que necesario 
ahí
habitan hormigas y también en el poste
de alumbrado público que no ilumina al tronco y eso al ojo
le da igual
farolas rotas, fundidas, endebles como
neumáticos porosos que se rompen y dejan huella 
en el rectángulo de luz lunar 
y tenue para la cuna de bebé dibujada con sombrero
y cubierta con el manto de la virgen de los que caen
del cielo
manto azul pestilente
terciopelo lejano
zurcido invisible para el ojo en el árbol
azul negro como boca de lobo con halitosis
-invisible, no inodoro-
porque lo químico siempre se impone y la fotosíntesis
hace sombrilla del ánimo, del ánima que llega al café fantasma
y nadie ve nada excepto el ojo nido
del árbol 
que distrae a las hormigas de su ruta química
y las tribulaciones del microbioma
que vive por centurias, milenios, en sus enormes cabezas color óxido 
y rip rip se escucha cuando cortan las hojas 
rip rip y zoom in al zum-zum de la licuadora del avión que sobrevuela el Amazonas
y a las hormigas no les importan los aviones
prefieren alas de libélula 
-los nutrientes son mejores-
a menos que el avión caiga en medio de la selva y entren en él por las ventanas rotas
coman pasajeros hasta los huesos
carguen su peso en fósforos húmedos
que no servirán jamás en la Amazonía
como tampoco los gritos entre el murmullo vociferante de lo desconocido biológico
enredo de hojas y patas diminutas y pieles inmensas
marabunta de cephalotes
calaveras, humus donde nadie 
se salva 
y el rastro perdura
químico
en el metal oxidado
y en algunas cabezas

***
Yara Patiño Estévez. Editora y escritora.

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