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Tachas 511 • Agust Ames y Su Pequeño Big Bang • Enrique López Velarde

Enrique López Velarde

Imagen creada por IA
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Tachas 511 • Agust Ames y Su Pequeño Big Bang • Enrique López Velarde

Camarillo, California

Faltan  minutos para que amanezca. Una banda de  perros dispares mantiene a raya a un coyote. En medio de ellos, un cuerpo oscila como columpio en un viejo sauce del parque. Dos haces de luz  lo iluminan,  provenientes de un Masserati rojo. 

Una pashima francesa presiona la yugular del cuello de la mujer bronceada. Su rostro se encuentra graciosamente inclinado y, como en una de sus más populares selfies del 2017, muestra con desenfado su larga lengua. Hormigas, escarabajos y moscas trabajan sin descanso en el anaranjado cuerpo. El  grito de una pequeña anciana oriental de lentes grandes y minúsculas pesas en las manos no basta para vencer a los escuadrones de la muerte y tiene que ser una sirena la que disemine a los nuevos groupies de la estrella.

Ames en realidad murió en Guanajuato, no en Camarillo, California

Mercedes Grabowsky  camina desnuda por un túnel solitario. Estira una cinta purpura que conduce un potro blanco. Un obeso taxista los observa alejarse por las catacumbas a ritmo de una triste balada de “Calibre 50”. Mercedes, reconocida mundialmente como Agust Ames (las mejores tetas de la industria pornográfica del 2017)  interpreta a una extraña y solitaria criatura. 

Influida por uno de sus papeles más memorables ha decidido transformarse en una deidad extraterrestre: “Laishina”, líder insaciable de las furias femeninas (Justice League XXX). Marcha cavilando con sus pies adornados de lodo. La acompaña por siempre  una sentencia grabada en su pelvis: Born to be Wild. Tira del rocín como si éste fuese un ligero juguete de madera  ganado en una feria mexicana. Las interminables galerías subterráneas son la escenografía perfecta para una artista como ella. Es todo lo que necesita para realizar su penúltimo gran acto.

Por un momento no sabe más en dónde se encuentra; una crucifixión no es nada comparado a la  vida con la que tiene que lidiar día a día un insomne. Tres noches sin dormir y su mente sigue funcionando como un depósito de cuestiones incompatibles (El reality en el que participó unos días atrás, “The World's Biggest Gangbang”, y  un enlace fortuito en su twitter, “El Big Bang en un pequeño cuarto” de la astrofísica Zeeya Merali). Perdida en el laberinto subterráneo logra desprenderse de sí misma y observar su vida: para su desfortuna hoy siente que lo sabe todo. Busca la serenidad al volver a su mente la idea que la persigue: “Sólo somos un gran accidente, por qué tomarse tan en serio”.

¿Qué hace Agust Ames desde la mañana hasta la noche? Tratar de soportarse a sí misma.

The World's Biggest Gangbang y The Big Bang in a Little Room

Los actores, lubricados y flexibles,  han conseguido torcerse de tal manera que consiguen dar el aspecto al monitor de una vitrina de pretzels. The World's Biggest Gangbang, el reality más importante del porno mundial, tiene su sede este año en una finca de la sierra guanajuatense. Agust, ataviada sólo con una gag ball, es sometida por Eva Lovia y Abigail Mac. Se enfrenta a dos motosierras tatuadas en la barriga de un violento enemigo. Todo a su alrededor es caos o contradicción: dragones y pulpos contra flores y mariposas, celulitis y sudor contra aceites y silicón. Todo salpicado por  virutas de Nutella y rastros de cocaína. Agust observa atenta los gestos de delirio de aquellas que sostienen sus brazos y sus piernas, se concentra en los suyos para no parecer una impostora. De golpe aparece un reemplazo del frenético Leatherface: una chica dorada, acompañada de dos metálicos escorpiones que se aferran a sus dedos, conecta con cuidado al cuerpo de Ames un vibrante dispositivo luminoso. Una idea  la asalta al ser penetrada: la de ser dueña  de una chispa eléctrica. Ahora entiende lo que sigue… hacerlo explotar todo. 

Agust encuentra su mirada con el monitor y no se descubre más en él. Se ha  trasdoblado y observa su interior como un gran fragmento sideral. Implosiona, comprimiéndose gradualmente al punto original. En su trayecto inverso es testigo en milésimas de segundo de toda la historia del universo. Atraviesa galaxias y observa detonaciones supernova. Es estirada de los pies por un abismo negro, convirtiéndose por instantes en un largo fideo,  para terminar fusionada en el polvo aglutinante de una pequeña burbuja rellena de latte cósmico.

Agust ya es la esfera. Observa a un científico (mitad gallo, mitad hombre) trabajando en la  fábrica de burbujas. ¿Dios es un gallo? Uno sin cresta, de ojos rojos penetrantes, dueño de un crispado gazne dorado, enfundado en un barato traje de plumas verdes y negras. Cacaraquea preocupado mientras manipula helio e hidrogeno. 

Agust, agotada, decide dormir. Despierta con la gran explosión. Un mar caliente y radioactivo la rodea. Decide montar un fliteboard luminoso y surfea  las primeras galaxias, dejando atrás la gran obscuridad. Concentra su atención en sus rodillas, en  la posición  de sus hombros y de sus brazos, cuidadosa de no caer. En una bella maniobra, acaricia suavemente con su mano a la galaxia M87 (mientras con la otra mano en cuclillas sostiene la tabla). Sonríe ante la vastedad de billones de estrellas que registra con su mano. Siente en su rostro toda la brisa de las fuerzas atómicas, hasta que torpemente tropieza y hace un gran “wipe out” hacia la tierra. Le hace un guiño a un tierno microbio que lucha por transformarse en un lóbrego pez para terminar  como un tiranosaurio inconforme de sus brazos cortos. Agricultura, peste, pirámides, peste, mongoles, revolución industrial, viruela, las grandes guerras. Un perro viajando a la luna. Su nacimiento, un barato montaje de Vaselina, twitter, una pelea de gallos, una Big Mac, una ridícula orgía.

La leyenda viviente Ron Jeremy está detrás de Agust y ella no gime más.

 Está aburrida.

Antigonish, Nueva Escocia

Mercedes, con sus calcetas bajas y una vieja patineta, vuelve sola a casa después de acompañar a su madre a su trabajo de camarera en la cafetería que vende el mejor pay del pueblo. Al llegar saluda a un entusiasta y sucio caniche llamado “Burbuja”. Merienda pequeños panqueques que descongela en un destartalado microondas y los acompaña de abundante mantequilla y miel de maple. 

Sube corriendo a su cuarto tapizado de posters de Dicaprio. Escala por la  ventana de su alcoba con una inmensa grabadora conectada a una larga extensión naranja. Se sitúa en la cornisa del techo a esperar la noche junto a su somnoliento gallo, Rosco. Aparece una estrella fugaz que dibuja una media curva perfecta en ese pizarrón cóncavo que es el cielo. Mercedes cierra los ojos e implora en voz baja. Sonríe al intuir que pronto se le permitirá salir del sopor de ese pueblo canadiense.


 

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