lunes. 23.06.2025
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RESEÑA

Tachas 522 • Error 404, de Esther Paniagua • Noé Vázquez

Noé Vázquez

Error 404, de Esther Paniagua
Error 404, de Esther Paniagua
Tachas 522 • Error 404, de Esther Paniagua • Noé Vázquez

En su libro Error 404 (2021, Penguin) Esther Paniagua describe el mundo que nos tocó vivir: un planeta hipercomunicado y micro segmentado en donde la mercadotecnia está dirigida de manera individual y cada uno de nosotros es vigilado en una escala dictatorial y corporativa ejercida por gigantes como Google, Facebook y un cúmulo de compañías que ejercen formas de control e influencia cada vez más sutiles y a la vez, más invasivas hacia la persona. Es un mundo en donde la gente es etiquetada en función de su pertenencia a colectivos bien identificados. En esta  civilización, en donde nuestros sueños, deseos, gustos han sido trasladados a la big data se han explotados nuestros odios y prejuicios, nuestros sesgos emocionales que alimentan a la bestia del capitalismo global y el corporativismo. Internet tiene un denominador que ha contribuido a la socialización universal de la experiencia y el conocimiento: la accesibilidad a la información y la comunicación cada vez más barata y eficaz, pero también, ha permitido que la experiencia humana sea un factor en la ecuación comercial, una simple materia prima que es vendida a un grupo de anunciantes.

Hace más de veinte años, cuando Internet empezó a despegar, no imaginábamos la influencia que la inmediatez y la conectividad iban a tener en nosotros. Internet creó un caldo cultivo orwelliano y se convirtió en un ojo en el cielo. Cada uno de nuestros movimientos e interacciones: reacciones en Facebook, búsquedas en Google, videos vistos en Vevo o en YouTube, búsquedas en tiendas en línea como Amazon, páginas web visitadas, aplicaciones descargadas conformarían un retrato de cada uno de nosotros. Internet llegaría a saber más de nosotros que incluso nosotros mismos. Algunos teóricos como David Graeber (autor, entre otros libros de Trabajos de mierda), David Harvey o Natalia Zuazo (Los dueños de internet) coinciden en que vivimos en una era subyugada por la vigilancia y la manipulación algorítmica en el que muchas de las decisiones sobre nosotros, nuestros gustos, nuestra vida laboral o de pareja son decididas por algoritmos o por mecanismos de inteligencia artificial. Una forma de vigilancia que el filósofo Michel Foucault ya describía en Vigilar y castigar o un novelista o ensayista como George Orwell ya anticipaba en sus textos. Esa inspección central o panóptico en donde es posible vigilar sin ser vigilado y que fue concebida para para mantener el control en prisiones en el Reino Unido a fines del siglo XVIII encontró una vertiente generalizada y globalizada en la que nadie parece escaparse. No es extraño que activistas informáticos que conocen las entrañas de la bestia como Jaron Lanier en su libro Quien controla el mundo(2014) nos adviertan sobre la injusticia que supone dar tanta información a los gigantes de Internet o que Richard Stallman, teórico del software libre, nos pida cancelar nuestras cuentas de internet. O que los dirigentes de las grandes corporaciones, conocedores de los peligros del uso de las redes sociales, les adviertan a sus hijos sobre los peligros de las redes o les impidan su uso. 

Los gigantes de Internet han estudiado muy bien las técnicas de manipulación mediática, la psicología de masas, la neuropsicología; han buscado la manera de mantener al público enganchado a los dispositivos portátiles, al grado que, sin exagerar, se pueda hablar de una adicción a las redes sociales a nivel patológico, tanto como la ludopatía a la que se enfrentan algunos jugadores en los casinos. Facebook y otras redes representan una Matrix de la que casi no podemos salir y si salimos, tendemos a regresar. Dependemos la red social para pasar horas de esparcimiento y juego. Lo «social», en este contexto virtualizado y ludopático debe entenderse como reafirmación, búsqueda de sentido, necesidad de afecto y pertenencia, esnobismo, deseo de convivencia e interacción, un valor que descubrimos como un sucedáneo de nuestros vacíos existenciales más profundos. 

Cuando se descubrió, a mediados de la década de los noventa del siglo XX que se podía influir en las personas a partir de su uso de Internet, se fueron perfeccionando los mecanismos para recopilar información y crear algoritmos cada vez más sofisticados y efectivos para influir en las decisiones de las personas. La «captología» dio lugar al diseño del comportamiento que al final, son eufemismos para hablar de la manipulación. Algunas filtraciones provenientes de ejecutivos de Silicon Valley como Tim Kendall, que fue director de monetización de Facebook, han mencionado que, buscando atraer la atención de los consumidores, los directivos de la citada compañía tomaron algunas estrategias de las Big Tobacco para fomentar conductas adictivas y mantener enganchados a los usuarios. 

Queda claro que las redes sociales son el nuevo opio del pueblo, pero también lo son los videojuegos, las plataformas de streaming como Netflix, las aplicaciones de celulares, la constante compulsión de revisar el correo electrónico. Los desarrolladores de plataformas de redes sociales saben de psicología de masas, saben que cada distractor que nos permita escapar del mundo real en la búsqueda de sensaciones se vuelve una fuente de satisfacciones en donde siempre queremos más. Las consecuencias de todos esos distractores tienen que ver con la falta de atención, la erosión de nuestras habilidades cognitivas, el estrés, la baja en el rendimiento académico. Existen estudios, como el del médico y escritor francés Michel Desmurget, en donde se explica que el uso lúdico de las pantalla perjudica los pilares de desarrollo en lo físico, lo emocional y lo intelectual. 

Se nos advierte sobre los peligros de dejar las decisiones humanas en manos de una máquina o una inteligencia artificial o el uso recurrente de bots. Claro que el uso de los bots, muchas veces no depende de ellos mismos, sino de la ética de sus creadores. Millones de ellos inundan Twitter buscando inclinar la balanza de las opiniones en una dirección o en otra, dependiendo de donde fluya la mayor cantidad de dinero y de medios para incidir en la opinión de los demás. Las interacciones con aplicaciones con Twitter han contribuido a crear públicos segmentados que solo reciben información adecuada a ellos, se crean cámaras de eco dentro de las tendencias o trending topics que solo contribuyen a reforzar los sesgos de confirmación y los prejuicios de los usuarios de tal forma que resulta difícil encontrar opiniones nuevas más allá de nuestro campo de especialización o de nuestra creencias. Más que afrontar la diversidad y la disensión, Twitter solo refuerza nuestros sesgos.

Controlar el discurso de la realidad también es, en cierto punto, controlar el mundo. Definir el relato del entorno político o social es crucial. Fue muy conocido el caso de Facebook y su asociaciones con Cambridge Analytica y su influencia el triunfo electoral de un personaje como Donald Trump o la revelación de la ex empleada de Facebook, Frances Haugen, en el sentido de que los directivos de Facebook, Instagram, WhatsApp saben que sus plataformas pueden ser nocivas en el manejo de las emociones de las personas y, sin embargo, no hacen nada para evitarlo. Para Frances Haugen, quien terminó por comparecer ante el Congreso de los Estados Unidos, la empresa de Zuckerberg ha sido negligente al eliminar la violencia, la desinformación y otros contenidos dañinos. Facebook sabe que difundir esta clase de contenidos puede dinamizar las emociones de los usuarios y ello incide en el número de reacciones, lo cual es bueno para los anunciantes y redunda en mayores ganancias para la compañía, pero no solo eso, también crea una imagen deformada de la realidad en donde se difunden apariencias, se engaña con discursos y se influye en la opinión pública. Facebook ha estado engañando deliberadamente a sus inversores acerca de sus malas prácticas o quizá ya lo saben y no les importa. Internet puede representar la verdad y al mismo tiempo, la posverdad; los hechos y la manipulación de los hechos; los eventos y también, los deseos del individuo materializados en un mundo en donde la verdad es desestimada cuando no sirve a los intereses del poder. 

Crackers, spammers, scrapers, son palabras cuyo uso quizá no nos es tan común, pero revelan el grado de sofisticación de algunos bots que son usados para distribuir programas maliciosos, atacar sitios web, robar contenido, publicar contenido de mala calidad, imitar las características personales de los usuarios humanos, difundir información de modo constante muchas veces al día. La red de redes y sus distintas aplicaciones y manifestaciones han perfeccionado el falseamiento de la realidad a niveles nunca vistos. Dados los avances en la generación y edición de imágenes, cualquier hecho puede manipulado, intervenido, falseado, trucado, sesgado. Existe un fenómeno de deefakes o falsificaciones hiperrealistas que hace que cada vez sea más difícil para un usuario distinguir entre fantasía  y realidad. Hay una sensación de incertidumbre acerca de qué es cierto y qué no lo es. Las noticias falsas o fakes news han inundado las redes sociales en algo denominado «infodemia», una plaga de supuestos, noticias engañosas, datos falsos, fotografías fuera de contexto para manipular y estafar. Hay más información en la red de lo que nunca hubiéramos imaginado. Es un mundo de torrentes de datos que hubieran soñado ese par de autodidactas locos que fueron Bouvard y Pécuchet, ese universo que concibió Borges en el El Aleph y la Biblioteca de Babel. Pero también, vivimos la era de la desinformación en donde engañar se ha vuelto muy fácil dada la democratización de los medios informáticos. 

En un mundo tan hiperconectado la ciencia de los metadatos está creando, a partir de la inteligencia artificial, el machine learning y los servidores cada vez más poderosos una serie de mecanismos en donde cada acto humano, por más insignificante que sea, repercute en la perfilación de las conductas de los individuos para averiguar sus gustos, sus deseos, sus expectativas, incluso las más privadas u ocultas incluso para él mismo. La ciencia de los metadatos buscará moldear el comportamiento en una suerte de dictadura informática en la cual entraremos todos. 

Error 404 es una radiografía del comportamiento de Internet en el siglo XXI, un análisis de sus peligros y sus modos de comportamiento, su manera de incidir sobre la imagen que tenemos de la realidad en un mundo posfáctico en donde los hechos no son tan importantes como la narrativa que podemos crear en el mundo virtual que se adeque a los intereses de las corporaciones, gobiernos y grupos de interés. El individuo solo es parte de esa marea que se suma en tsunamis, un ejército de mirmidones, tan innumerables que se deben aprovechar para alimentar las enormes terminales que concentran los macrodatos y que permiten un mejor control de la población, incidir sobre actos individuales y una manipulación que deriva en influencia sobre sus preferencias políticas, adoctrinamiento y hábitos de consumo.






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Noé Vázquez (Cordoba, Ver. 1973), Estudié contaduría pública en la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla aunque nunca ejercí esa carrera. He tenido toda clase de empleos, de lo más variopintos. En este momento soy agente bilingüe en un call center. He publicado en estas revistas: Mito (Córdoba); Turbia (Puebla); Pez Banana(Hermosillo); y Crash (CDMX). Vivo en Puebla de Zaragoza desde hace algunos años. Becas obtenidas: nunca he solicitado alguna. 

Soy lector, amante de la literatura, curioso de ciertos fenómenos culturales. Escribo cuentos y reseñas, en ocasiones me inclino al verso. También me interesa el ensayo. Me gusta pensar que soy un lector que escribe y que usa la crítica literaria como pretexto para seguir leyendo, o bien, que usa las lecturas como un estímulo para escribir algo, lo que sea, aunque sea de vez en cuando, siempre y cuando el trabajo me lo permita.



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