NARRATIVA
Tachas 546 • Zorro • Rubén Cantor
Rubén Cantor
La plaga de zorros, eso sí fue algo inesperado. En Londres se vuelve creíble, aquí en Caradura es justicia poética, como dijo el escritor. Pero el centro de la historia está en esa anécdota que me contaron hoy y en la cual tomo parte.
Hace más de una semana que llegaron los rojillos, como les hemos llamado. El sociólogo les dice marxistas, nadie le ha hecho segunda. La ola roja de colas esponjadas y orejas puntiagudas es ya una realidad que asimilamos día a día.
Algunos le han sacado provecho. Tenemos negocios como Cazazorros López y Asociados, Taxidermia y algo más, Rótulos El Zorro, por mencionar algunos destacados ejemplos.
Los malintencionados siembran rumores falsos a diestra y siniestra, ahora resulta que todos son dorafóbicos. Lo más descabellado lo escuché de mi vecino: asegura que un vulpino entró al cuarto de su bebé, lo deglutió, se arrepintió y lo vomitó entero, dejándole una horrible hinchazón en la frente, donde él asegura que se hizo más presión al entrar y salir por el tracto digestivo. Nadie se ha puesto a pensar que se le cayó de la cuna bajo su cuidado y lo más fácil fue culpar a los inocentes animales.
Por suerte está en proceso la creación de la Sociedad Caradurense Protectora de Zorros. Yo ya aparté mi membresía anual. Espero que los zorros se queden mínimo un año porque si no sería una completa pérdida de dinero y tiempo. Quiero ser protector de zorros por Kafkacóatl, mi mascota.
Encontré a Kafkacóatl acorralado por una jauría de perros salvajes. Es obvio que los caninos no están muy contentos con la novedad. Se sienten desplazados y han reaccionado de la peor manera posible, desdomesticándose para sobrevivir.
–¡Chu! –grité a los encolerizados, no se me ocurrió nada más.
–¡Chu! ¡Chu! –volví a gritar al no ver reacción.
Temblaba el pobre zorro. Sospecho que más por lástima que por temor los perros retrocedieron lentamente sin perder de vista al perseguido. En algún lugar de Caradura alguien chifló y eso bastó para que se olvidaran de la cacería y desaparecieran.
Me acerqué cauto a él, le acaricié la cabeza. Él me mordió y huyó. Tuve que corretearlo. Ya que lo atrapé nos aprendimos a querer.
Pero Kafkacóatl no es el centro de esta historia. Vuelvo a lo de la anécdota.
Ah, antes de continuar, se preguntarán por qué le llamé así. Por las orejas puntiagudas de Kafka y por su mirada de chivito a punto de volverse barbacoa. La nacionalidad mexicana se la di con el cóatl.
Prosigo. Trabajo en una oficina gubernamental y hoy en la mañana, en el estacionamiento, un compañero me contó una historia tan absurda y estúpida que no hubiera creído a no ser porque me tocó toparme cara a cara con el meollo del asunto nada más al abrir la puerta principal.
Un tipo entró a solicitar un certificado de no antecedentes penales. Mi amigo lo atendió y se tuvo que chutar todo el rollo motivacional del desafortunado: que era su primer trabajo formal y no podía esperar a que llegara la quincena para presumirle los frutos de su esfuerzo a su esposa, quien por cierto está embarazada.
De nuevo cayó en Caradura la justicia poética de la que nos habló el escritor.
Al buscarlo en el sistema para darle su mentado papel, mi compañero se vio en la incómoda situación de informarle una noticia que echaría abajo todos esos sueños. Resultó que no podía expedir el certificado porque el sujeto era un prófugo, acusaciones macabras pesaban en su conciencia.
Tuvo que agarrar valor para pedirle de la manera más amable que se sentara en una silla en lo que llegaban las autoridades a proceder con su detención mientras se aclaraba el problema.
Ahí el desempleado ardió en cólera; era tan transparente que se pudo ver el momento exacto en que su bilis se derramaba por los órganos aledaños.
Esta vez mi compañero no podía hacerse de la vista gorda, ya había alertado a la policía y tenía que encarar las responsabilidades de su cargo. Las desazones del empleado gubernamental.
–Es que a quién se le ocurre venir a pedir el certificado de no antecedentes penales con uno o varios delitos a cuestas. Eso ya es descuido suyo, señor. Lo lamento mucho por su paternidad.
Las palabras sólo echaron sal a la herida en lugar de calmar los ánimos.
–¡Vale zorro! –gritó el acusado la maldición en boga.
–¿En qué más puedo ayudarle, señor? –temeroso preguntó mi colega.
Ahí comenzó la destrucción total, en sentido figurativo, ya que hasta eso, se portó muy bien el enfadado. Más bien ahí comenzó la destrucción auditiva y el terror psicológico.
Gracias a ese acontecimiento supe que mi amigo mentía sobre su dominio del krav magá. Todo un mes nos presumió a todos en la oficina que era ducho en el sistema de combate del ejército israelí. Según él sí pudo aplicar sus habilidades pero su ojo morado confesó que aún no tiene el poder de usar la fuerza del enemigo a su favor.
Los gritos que lanzó el desempleado asemejaban un chillido característico que embrutece a los zorros y los vuelve hostiles. Para su mala suerte, la plaga roja estaba en su cénit y una multitud de colas esponjadas irrumpió en la oficina.
De repente la situación había dado un giro de ciento ochenta grados. El torvo sujeto se veía presa de una ola peluda. Lo tomaron preso y construyeron una fortificación hecha de ellos mismos, uno encima del otro, bien apretujados.
El tipo quedó incomunicado y quién sabe qué tantas cosas le han hecho en el tiempo que ha durado encarcelado. Sin embargo, los lamentos dejan poco a la imaginación. La policía no tiene herramientas para recuperar al forajido y se ha limitado a observar.
Todo esto me lo acaba de contar mi compañero, hace un minuto. Como mi lugar de trabajo está imbuido en la espiral de infortunios –más tarde sabré si mi escritorio fue usado como baño comunal o lupanar–, tengo que permanecer expectante. No es nada grato observar semejante tortura, ni aunque la víctima sea un delincuente.
Como cualquier día, Kafkacóatl me acompañó al trabajo. Lo tengo con correa porque eso exigen las regulaciones en materia de zorros. Caigo en cuenta de que no es como los otros de su especie, él permanece impasible ante el odio desmedido de los rojillos. Consciente de lo que pasa, levanta su cara hacia mí y así nomás me habla.
–Humano, creo que puedo ayudar a ese aciago al que torturan sobremanera mis congéneres. Un minuto de silencio.
–¿Por qué no me habías hablado antes? –por fin puedo articular.
–¿Acaso no puedo utilizar la prosopopeya a mi antojo? Soy un fanático del efectismo por herencia paterna. –Si puedes hacerlos entrar en razón te lo agradecería muchísimo, Kafkacóatl.
–Déjame ver qué puedo hacer. No prometo nada.
Su pequeño traserito rojo y blanco se aleja flemático.
Lo han dejado entrar a la prisión escarlata después de una breve charla llena de cortesías. No me queda nada más que esperar.
Qué curioso que el primer avistamiento de un zorro parlanchín me haya tocado a mí entre toda la raza humana.
Soy afortunado sin duda. Pasan varios minutos y viene a mí Kafkacóatl igual de tranquilo que como partió.
–El asunto está así. Dicen que el tipo les importa un bledo, les es indiferente. Fue el pretexto ideal para demandar ciertas peticiones al gobierno de Caradura. Amenazan con volver virales este tipo de encarcelamientos, hasta abarcar toda la ciudad.
–Muy bien, ¿y qué es lo que quieren para detenerse?
–Primero, que se expulse a los perros. Segundo, que creo será más complicado por la cuestión emocional, el fusilamiento en una plaza pública de los taxidermistas y cazadores de zorros. ¿Cómo ves?
–Tendré que decirle esto al policía que está allá, creo que es el jefe del operativo.
–Sí, anda, te espero.
La reacción inicial del capitán es de perplejidad y conforme le explico a detalle la relación que tengo con Kafkacóatl se muestra accesible.
Ha tomado una resolución que creo acertada. Se la externo a Kafkacóatl y él a su vez a los zorros iracundos.
–Buenas noticias. Retirarán el cerco –me dice mi mascota.
–Perfecto. –Sólo tienen una condición.
–Dime. –Ellos quieren disparar las escopetas.
–¡Qué! ¿Cómo van a sostener el arma?
–Es lo mismo que yo les pregunté pero dicen que ellos se las arreglarán.
–Bueno, le comento al capitán y terminamos con esto.
El policía hace el mismo gesto que yo hice respecto a los disparos, no obstante sigue en pie el trato con los secuestradores. Cae la barricada con gracia peluda y el chivo expiatorio respira tranquilo el aire que le llegaba antes enrarecido. Me da las gracias y se disculpa con mi colega por el golpe en el ojo. Al menos ahora puede pagar su condena como un hombre nuevo, el cascarón de zorros al parecer lo ha hecho renacer.
Mañana seguramente el fusilamiento se convertirá en una fiesta popular y la Sociedad Caradurense Protectora de Zorros, a la cual estoy a punto de pertenecer, regalará playeras y gorras con orejas picudas. Ojalá pueda obtener pronto mi membresía.
Los perros se irán como llegaron los zorros, de un día a otro.
***
Rubén Cantor (CDMX, 1987) Maestro en Literatura Contemporánea de México y América Latina por la Universidad Autónoma de Querétaro uaq. Se inició en la escritura al tomar un curso con Benjamín Moreno. Fue parte del taller de creación literaria con Eduardo Antonio Parra en 2014. Autor de una plaquette de Narrativas. Fue beneficiario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico pecda Querétaro 2016 en la categoría jóvenes creadores.
Actualmente, trabaja en una biblioteca universitaria en el área de desarrollo de colecciones y da clases de redacción en licenciatura.