INTENTOS DE AFINACIÓN
Tachas 556 • Objeto transicional• Karla Gasca
Karla Gasca

Por la mañana sentí que algo puntiagudo me lastimó la mejilla. Separé mi cara de la almohada y encontré un trozo de plástico que me costó trabajo identificar, hasta que vi a Güa-güa, el perro de peluche que me regaló mamá cuando yo tenía poco más de un año. Le faltaba un buen pedazo de ojo. El pobre ha pasado por tantos procedimientos quirúrgicos que decidí mejor dejarlo así; aparte de que será difícil encontrar un ojo idéntico al suyo.
¿Y tú tenías algún objeto transicional cuando eras niña? Me preguntó una vez un hombre que se empecinó en saber cosas de mi infancia en un intento bruto de comprender mi manera de ser, misma que le parecía, casi siempre, reprobable. Le pregunté qué era eso y me explicó: “Un objeto transicional es un objeto de apego, como un peluche, que proporciona consuelo cuando eres niño”. De inmediato pensé en Güa-güa y contesté que sí, que lo tenía y que aún lo conservo. ¿Y por qué no te deshaces de él?, me preguntó. No recuerdo exactamente qué le contesté, pero sí recuerdo que me hizo sentir avergonzada por haber guardado, durante todo este tiempo a mi viejo peluche de la infancia.
En la tira cómica Peanuts hay un personaje que va a todos lados con su mantita; Linus. En una ocasión Lucy, hermana de Linus, le señala lo incómodo de tener un hermano que necesita de una estúpida mantita. Él la escucha e intenta renunciar a su objeto transicional, sin éxito. Lucy pretende ayudarlo y le entrega la mantita a Snoopy para que se cubra del frío durante un viaje que hará al desierto. Muy pronto Linus comienza a experimentar algo parecido al síndrome de abstinencia, junto con un sentimiento de desamparo difícil de sobrellevar.
Conozco perfectamente esa sensación.
Como ocurre en la mayoría de las familias mexicanas, mi madre me dejó al cuidado de alguien para ir a trabajar. Tuve suerte de que esa persona fuera mi abuela Rosa. Para que no la echara tanto de menos, mamá me dejó un peluche que a ella le habían regalado en su época universitaria. En cuanto comencé a hablar lo nombré “Güa-güa”, por el simple hecho de que es un perro y así hacen los perros. Junto con el apego al peluche desarrollé el hábito de chupetearme un dedo, igual que Linus, sólo que en vez del pulgar yo chupeteaba el costado del dedo índice y así me quedaba profundamente dormida, acariciando una de las largas orejas del Güa-güa. Cuando lo olvidaba en casa de alguna tía, mi papá tenía que ir por él sin importar la hora, porque no paraba de llorar. Acepté ir al kínder solo porque podía llevarlo conmigo. Lo cargaba a todos lados y sin él me sentía totalmente perdida.
El psicoanalista inglés Donald Woods Winnicott fue quien acuñó el término de objeto transicional. Lo nombró así porque se trata de una fase del desarrollo intermedia entre la realidad psíquica y la externa. Básicamente permite al niño mantener un vínculo fantasioso con la madre cuando ella no está. Conforme se crece, este objeto deja de ser un peluche o una mantita y se sustituye por ilusiones, símbolos u otros objetos que proveen seguridad. De esta forma comenzamos a desapegarnos del primer objeto transicional hasta que, finalmente, se le abandona. Según Winnicott, “no se lo olvida ni se hace un duelo por él, simplemente se regala a un limbo”.
Güa-güa nunca ha estado en un limbo. Recuerdo haberlo llevado a una exposición sobre “objetos favoritos” en la primaria y a algún viaje a la playa con la familia. Eventualmente reemplacé el costado del dedo índice por algún cigarro, pero nunca me deshice de mi perro de peluche. Poco a poco dejé de sentir adhesión a él, pero el cariño nunca se fue. Cada que lo veo encima de mi cama reconozco y agradezco lo que hizo por mí; todo el tiempo que me acompañó reconfortándome como nada ni nadie. Por otro lado, también me recuerda los temores de la infancia que permanecen: el miedo a la soledad y al abandono. Quizá sean esos miedos los que debería regalar al limbo y no a un inofensivo peluche. Pienso que la próxima vez que alguien me diga que debería renunciar a mi objeto transicional, contestaré como Linus a Lucy: nunca, nunca, nunca.
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Karla E. Gasca (León, Guanajuato, 1988). Autora del libro de relatos breves: Turismo de Casas Imposibles (Los Otros Libros, 2023), (Ediciones Liliputienses, 2023). Algunos de sus cuentos figuran en las antologías: Para leerlos todos(2009), Poquito porque es bendito (2012), y Presencial, memoria del encuentro entre colectivos literarios del Seminario Amparán (2021). Becaria del PECDA Guanajuato (2022) en la categoría Jóvenes Creadores, dentro de la disciplina de Crónica. Becaria del programa Impulso a la Producción y Desarrollo Artístico y Cultural del ICL (2023) en la categoría de Literatura con el libro de crónicas: Nemi. Historias de una ciudad. Obtuvo el primer lugar en el Tercer Certamen de Cuento Corto de la Casa de la Cultura Efrén Hernández. Finalista del Premio Latex 2023 de microficción urbana (Editorial MOHO).
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