DISFRUTES COTIDIANOS
Tachas 557 • Vidas caídas, anatomías pasadas • Fernando Cuevas
Fernando Cuevas

Un par de películas en las que se revisan las relaciones matrimoniales, desde sus motivaciones iniciales y su consecuente desarrollo, hasta los propios cuestionamientos que surgen al paso de los años, los acercamientos y distanciamientos, y sobre todo, las decisiones que se fueron tomando en función de las circunstancias. Parejas de escritores que habitan territorios extraños en los que algún factor -un recuerdo, otra persona, la identidad, la distancia cultural, una tragedia, un logro profesional- los llevan a repensar la relación. Una en tono de thriller de jurado y la otra inclinada hacia el drama romántico, sustentadas en sendos guiones que develan lo justo para construir a los respectivos personajes y dejar puertas abiertas al juego de las posibilidades.
La relación que fue
En una cabaña cerca de Grenoble, vive una pareja de escritores, su hijo con debilidad visual y un perro guía. La mujer está en una entrevista con una alumna pero se empieza a escuchar a un volumen muy alto una versión de P.I.M.P. de 50 Cent que impide terminarla, por lo que acuerdan reprogramar. Tras regresar de una caminata, el niño encuentra a su padre muerto en la nieve, debajo de la ventana del ático y el relato abre tres posibilidades: se resbaló, se suicidó o alguien lo empujó, alternativa que coloca a su esposa como la principal sospechosa y sujeta a juicio, a través del cual se va develando la naturaleza de la relación entre los esposos, así como con el hijo.
Escrita en colaboración con su esposo Arthur Harari a partir de una mirada más explorativa que moralista, y dirigida por la realizadora francesa Justin Trier con referentes claros como Anatomía de un asesianto (Preminger, 1959), quien retoma además enfoques y temáticas abordadas en sus filmes Victoria y el sexo(2016) y Sibyl (2019), como los conflictos en las relaciones, entre realidades y posibilidades, crímenes y juicios con presencia de escritores y hasta de perros, ahora afina sus dardos en Anatomía de una caída (Francia, 2023) para introducirse más a fondo en el ADN de una relación atrapada por las decisiones unilaterales, las envidias profesionales, culpas imposibles de superar e infidelidades asumidas pero nunca elaboradas.
Para el juicio, la protagonista contrata a un amigo abogado (Swann Arlaud) y tendrá que enfrentar en el estrado duros cuestionamientos del fiscal (Antoine Reinartz) y dolorosas revelaciones, incluyendo alguna grabación que no conocía sobre una discusión marital en la que abundan reclamos sobre quién hace más sacrificios, victimismos, celos profesionales y la decreciente admiración por la otra persona: grabada por el difunto esposo, acaso como inspiración para su nueva novela coloca a la mujer en la palestra para ser juzgada no solo por la sospecha del asesinato, sino por otras razones acerca de su vida privada y hasta profesional.
Precisamente, la utilización del fuera de cuadro, las perspectivas visuales y los desplazamientos de cámara, remiten a cómo el relato se desarrolla fuera de lo visible, más allá de lo que se alcanza a exponer y por debajo de los sucesos perceptibles. En contraste con la belleza montañosa de la nieve y los paisajes que podrían parecer de ensueño, se despliega una historia matrimonial que va decayendo irremediablemente, acentuada a partir del accidente en cuestión y continuada sin que los propios protagonistas terminen por ser del todo conscientes de su anatómica configuración.
La incisiva e intencionada ambigüedad del guion se refuerza con la interpretación de Sandra Hüller, aquí como la escritora, ahora viuda y buscando expresarse en su idioma, con los matices necesarios para mantener la convicción de su inocencia pero al mismo tiempo denotando cierta necesidad de ocultamiento, mientras que Milo Machado Graner encarna al joven que pierde a su padre y se queda a expensas de reconstruir los hechos, refugiándose en el piano y su perro.
Y justo la dificultad de observar la realidad en su conjunto con sus múltiples y complejas relaciones, acaso representada en las limitaciones visuales del hijo, que paradójicamente es quien termina por ver con más claridad el contexto para construirse su propia historia -quizá también la nuestra- y colocarnos en el mundo de las especulaciones e intenciones, de los deseos incumpldos y los anhelos que se desmoronan paulatinamente. ¿Cómo observar ahora la vida que se presenta frente a la incertidumbre?
La relación que pudo ser
Por su parte, la debutante nacida en Corea del Sur, Celine Song (guionista de la serie de TV La rueda del tiempo, 2021) escribe y dirige la nostálgica y románticamente contenida Vidas pasadas (EU, 2023), en la que un hombre y una mujer que se conocen y quieren desde niños, con todo y dedos entrelazados, hasta que sus vidas se bifurcan porque la familia de ella se muda a Canadá; años después se reencuentran a través de las redes sociales y retoman las conversaciones pendientes, hasta que, después de otra interrupción en su comunicación, se encuentran en Nueva York, donde ella vive y él se traslada desde Seúl, solo para terminar Deseando amar (Kar Wai Wong, 2000).
La sencillez y naturalidad del relato permiten establecer conexiones con los personajes y vivir junto con ellos el juego de posibilidades en el que se encuentran, más en términos de lo que pudo haber sucedido que de lo que en efecto terminó definiéndose, en función de las decisiones de cada uno de ellos: Nora (Greta Lee) es una escritora arrojada que primero quería el Nobel, luego el Pulitzer y después el Tony, como para ir ajustando expectativas, y terminó casándose con un afable colega que conoció en una estancia para escritores (John Magaro); Hae Sung (Teo Yo) siguió un trayecto más convencional entre su estancia obligada en el ejército, sus estudios de ingeniería y la convivencia con sus amigos, apenas refiriendo a una novia.
Con una cámara que se eleva o abre para ver las ciudades de Seúl y Nueva York que refieren a esta distancia no solo física sino cultural e identitaria, además de jugar con las perspectivas y desplazamientos de las apacibles miradas que se regalan los personajes, como bien canta Weyes Blood en la pieza del soundtrack, la historia se va conformando por esas capas que remiten al momento en el que se abren los dos caminos que parecieran definitivos pero que, avanzado el recorrido, no sabemos si se vuelven oblicuos o se mantienen no solo paralelos, sino con tendencia divergente pero que convergen en determinados momentos como para romper un destino que parece manifiesto.
El in-yeon budista se planta desde esa interacción temprana, prístina y trascendente que se sigue manifestando a pesar de que los mismos involucrados no lo tenían tan claro, sobre todo ella: las experiencias pueden ser más definitorias para alguien pero al fin son vividas por ambos y la fuerza del reencuentro puede generar sentimientos impredecibles: las separaciones y las reuniones de los amigos, ya sea en vivo o de manera virtual, se construyen de una forma verosímil y con delicadeza, al igual que la breve convivencia de acercamiento y distanciamiento intercultural con el esposo, auto asumido humorísticamente como un posible villano -en tono metanarrativo- y evadiendo el dilema simple de un triángulo amoroso.
Con una edición que consigue mantener la cohesión de la historia en sus tiempos, con todo y cuidadosas idas y vueltas, sobrevuela emotivamente el cuestionamiento de qué hubiera sucedido si… mientras la música sirve como puente para cruzar el gran océano, recurrir a los recuerdos aunque uno se resista y hasta pensar en las vidas futuras o en aquellas que se quedaron atrás pero de las que no es del todo consciente: al fin asumir las decisiones tomadas, con sus momentos dolorosos y todas las ramificaciones derivadas, o revertirlas si todavía hay tiempo. ¿Siempre habrá tiempo?