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Tachas 561 • TDA • Karla Gasca

Karla Gasca

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Tachas 561 • TDA • Karla Gasca

De niña tropezaba constantemente, perdía los suéteres y las chamarras nuevas en la escuela, olvidaba los cuadernos con la tarea en el salón de clases y pasaba varios días sin recreo repitiendo operaciones matemáticas que me parecían imposibles de resolver. Recuerdo la frustración que me causaba todo esto. Cursaba el penúltimo grado de la primaria y ya había desarrollado ansiedad generalizada. Me sentía totalmente incapaz de realizar algunos deberes que parecían sencillos para la mayoría, como seguir instrucciones, hacer deporte, completar tareas básicas y sobre todo, relacionarme. Crecí pensando que había algo mal en mí, que mi cerebro estaba defectuoso y, para mi desgracia, no había repuestos ni reparaciones. 

En 2018, luego de pasar por una serie de dificultades (terminar una relación, perder mi trabajo y regresar a casa de mi madre), busqué ayuda psicológica. La psicóloga me recomendó hacer algunos exámenes y visitar a un psiquiatra que tiene dos consultorios, uno en la zona Centro para personas con pocos recursos económicos, y otro en la zona del Campestre en el hospital más caro de la ciudad. El psiquiatra me atendió en su consultorio sobre la calle Pino Suárez en el Centro, y me pidió que respondiera algunos cuestionarios que, por cierto, me costó trabajo contestar porque me distraía con un rompecabezas de La noche estrellada que parecía bailar frente a mis ojos. Finalmente me diagnosticó distimia (depresión moderada que se ha padecido por mucho tiempo) y déficit de atención. Cuando el médico me explicó la sintomatología de ambos trastornos, la vida cobró un nuevo sentido para mí. 

Sin embargo, una pregunta se estacionó en mi mente: ¿El déficit de atención configuraba mi personalidad o yo era lo que era a pesar del déficit de atención? El psiquiatra me recomendó tomar medicamentos para ambos trastornos y eso hice, por lo menos durante algunos meses; la consulta era costeable pero los medicamentos se salían de mi presupuesto. Tan solo el medicamento para el TDA costaba $1,200 con solo 20 pastillas, y debía tomar una diaria. El tiempo que duré medicada sentí una diferencia significativa, por ejemplo, podía leer en el camión sin que nada me distrajera, estudiaba con mucha más facilidad y me sentía extrañamente feliz, pero todo eso me asustó; me costaba trabajo reconocerme. Tampoco me encantaban los efectos secundarios: náuseas, sueño, dolor de cabeza, inapetencia y pérdida de la libido (aunque esto último quizá sea una ventaja). Finalmente, el desempleo y mis ahorros cada día más raquíticos me llevaron a abandonar el medicamento. 

De regreso a la vida que ya conocía, comprendí que no había nada de malo en mí, aunque mi cerebro estuviera defectuoso. Una gran parte de la población vive con TDA (u otra neurodivergencia) sin siquiera saberlo, y aun así logran salir adelante. Yo misma había surfeado por infinidad de dificultades sin ayuda de ninguna pastilla, más allá del Cevalin con sabor a limón y las vitaminas de los Picapiedra. 

Comencé a leer sobre TDA e incursioné en la terapia conductual, mucho más barata y accesible. Busqué un deporte que me acomodara y así encontré la natación que se ha convertido en una fuente de felicidad inagotable; hago listas para todo e intento mantener horarios específicos para ciertas tareas. Nada de esto es fácil. La frustración se manifiesta constantemente y la depresión amenaza con ensancharse a cada rato mientras que el capitalismo alimenta mis niveles de estrés y ansiedad todos los días. A pesar de todo esto, aprendí a contemplar mis logros como lo que son: una verdadera conquista sobre las dificultades que mi propia mente me impone. Quizá aprender a ser amables con nosotros mismos es el mayor reto al que nos enfrentamos todos los días.







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Karla E. Gasca (León, Guanajuato, 1988). Autora del libro de relatos breves: Turismo de Casas Imposibles (Los Otros Libros, 2023), (Ediciones Liliputienses, 2023). Algunos de sus cuentos figuran en las antologías: Para leerlos todos(2009), Poquito porque es bendito (2012), y Presencial, memoria del encuentro entre colectivos literarios del Seminario Amparán (2021). Becaria del PECDA Guanajuato (2022) en la categoría Jóvenes Creadores, dentro de la disciplina de Crónica. Becaria del programa Impulso a la Producción y Desarrollo Artístico y Cultural del ICL (2023) en la categoría de Literatura con el libro de crónicas: Nemi. Historias de una ciudad. Obtuvo el primer lugar en el Tercer Certamen de Cuento Corto de la Casa de la Cultura Efrén Hernández. Finalista del Premio Latex 2023 de microficción urbana (Editorial MOHO). 
 

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