lunes. 23.06.2025
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RESEÑA

Tachas 569 • Cuete y plomazo: mormones, streaming, armas y el discurso sobre seguridad en México • Sergio Miranda Bonilla

Sergio Miranda Bonilla

'Masacre de los Mormones' Foto, Max
'Masacre de los Mormones' Foto, Max
Tachas 569 • Cuete y plomazo: mormones, streaming, armas y el discurso sobre seguridad en México • Sergio Miranda Bonilla

Conectando los puntos en el dibujo: en época de campaña presidencial se publica una serie documental sobre los episodios violentos que involucraron a las familias mormonas LeBarón, Langford y Miller en Chihuahua durante 2019. Al mismo tiempo, se está promocionando en redes un librito de Michel Matar Hagg a favor de liberalizar la portación de armas por parte de la población civil en México.

La periodista Columba Vértiz De La Fuente publicó en Proceso un minucioso artículo sobre la serie documental, que puede consultarse para mayores datos sobre el audiovisual. 

La narrativa de la serie se centra en el drama individual/familiar. Consciente de los valores de cierto sector conservador del público mexicano, por ejemplo, el trabajo muy pronto explica la poligamia mormona para quitar de en medio el tema y construir lo antes posible un relato dramático y emocionante, apelando a funciones afectivas y a un contexto mediático en el que, para cierto público sensible a cuestiones raciales, duele más el llanto de un niño rubio que el de diez morenos. El tono es anecdótico y explota la dinámica héroe/víctima al estilo docustreaming (la serie puede verse en Max). Las poderosas familias mormonas se presentan como una isla de sueño americano en un contexto social que parece desdibujado.

A diferencia de otros trabajos documentales sobre violencia en México, como "Ayotzinapa: el paso de la tortuga" de Enrique García Meza (2018), "Las tres muertes de Marisela Escobedo" de Carlos Pérez Osorio (2020) o "Duda razonable: Historia de dos secuestros" de Roberto Hernández (2021), el contenido de "Masacre de los mormones" soslaya o de plano desecha el carácter estructural y sistémico de la violencia en México.

La serie desvincula la legítima demanda de justicia penal por la masacre, a todas luces atroz, de la lucha por limpiar el sistema jurídico mexicano en su necesaria relación con la justicia social y el equilibrio de las relaciones económicas en nuestro país. La urgencia de justicia en el caso es incuestionable, y vale lo mismo que cualquier otro caso de violencia homicida en nuestro país, sean las víctimas del origen étnico que sean. Y ciertamente no es responsabilidad de la serie proponer un ensayo de Estado sobre políticas de seguridad a nivel macro. Son los recursos apelativos y emotivos del trabajo los que llaman la atención y lo insertan en cierta tendencia discursiva vigente e identificable en la actualidad.

Como bien lo ha expuesto Oswaldo Zavala en sus excelentes análisis del discurso securitario sobre narco, violencia y crimen organizado en México (2018, 2022), y a diferencia de aproximaciones como las de Anabel Hernández que, amén de su valor periodístico, insisten en una exploración individualizante, psicologizante y, por momentos, morbosa del fenómeno criminal, la manera en que nos referimos a, y damos cuenta de, estos fenómenos reflejan y a su vez inciden en las decisiones políticas que los enfrentan, toda vez que tienen consecuencias muy palpables en orientaciones económicas. Como señala Zavala, el fenómeno no solamente pierde al centrarse en "la maldad de los malos", como place a la industria mediática del llamado "crimen real" como género, sino que lesiona los intereses públicos de soberanía política y económica de nuestros países en el sur global cuando se les desvincula de intereses extractivistas y políticas de despojo territorial y de recursos naturales.

La caricatura de enfoques individualizantes es el pensamiento estadounidense de "american hero", bandera confederada y del "don't tread on me", profundamente de derecha, coincidente en muchos puntos con los valores de miembros de iglesias norteamericanas como la mormona, machista, hostil e intimidatoria, y que ve en la regulación de armas una intromisión del Estado en la libertad individual ante la demanda, por supuesto legítima y palpable, de seguridad pública por parte de la población civil. 

La falla en el razonamiento, sin embargo, se puede rastrear desde el pensamiento individual-capitalista que atribuye las condiciones materiales a decisiones individuales, y que no ve en el Estado un sistema de mecanismos en que las comunidades se pueden organizar para satisfacer necesidades de interés público, sino un enemigo a vencer contra intereses privados. Esa postura cae ante el riesgo de proponer soluciones simples a problemas complejos, en una argumentación asociada con el pensamiento de derecha que no comprende los problemas mientras no tocan individualmente a quien así piensa. Se trata de una postura ética profundamente heterónoma y preconvencional, en la taxonomía de desarrollo de Kohlberg, infantil a todas luces, que atribuye la motivación conductual a la expectativa de premio o al miedo al castigo, incapaz de empatizar con las necesidades y derechos de la comunidad más amplia a la que nos debemos.

¿Quienes ganan en esta idea: ¿las empresas fabricantes de armas contra las que el gobierno mexicano ganó ante la Corte de Apelaciones norteamericana, que dictamina que dichas organizaciones son corresponsables en el tráfico de armas a nuestro país, y por tanto en la escalada de violencia? ¿Cómo seguir defendiendo que la posesión indiscriminada de armas, como insisten la NRA o afines y como argumenta el libro "México desarmado" de Matar Hagg, contribuye a la seguridad pública en un país, como los Estados Unidos, lastimado con cientos de víctimas de tiroteos masivos, muchos en escuelas, y cuya cifra se ha incrementado exponencialmente desde mediados el siglo XX? 

Ante la irresponsable tergiversación de una frase como "abrazos, no balazos", con que la oposición insiste en desvincular propagandísticamente la política de seguridad de la 4T de un proyecto de justicia distributiva y fortalecimiento social, y más allá de la evaluación multidimensional sobre su éxito o fracaso, conviene preguntarnos si el mejor camino a la seguridad pública es, en términos de charro mexicano, que toda la población "traiga cuete", limitándose a la ausencia de conflicto armado como consecuencia de un ambiente de destrucción mutua asegurada (como en la amenaza nuclear internacional), por miedo a que "nos peguen un plomazo", o si se busca la paz como fruto de la justicia en todas sus dimensiones. 

Por el momento, esta discusión no parece afectar demasiado la balanza de cara a las elecciones federales de junio de 2024, pero ante la fascinación que en ciertos sectores ha generado la extrema derecha encarnada en nombres como Bukele, Milei o Bolsonaro, valdría la pena no dejar de lado el tema. Hacia 2030, entre Téllez, Lozano, Verástegui y su coqueteo con Trump o el mismo Salinas Pliego y personajes afines, puede llevarse México una terrible sorpresa. 

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Otra breve reflexión del autor sobre el tema puede leerse en al apartado "Mito III. Legalizar la portación de armas de fuego aumentaría la seguridad: la policía no puede", de la colaboración Tres mitos y un cuarto: creencias para salir de la sartén por la parrilla derecha.



 

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