ENSAYO
Tachas 580 • Doctrinas, ideologías y prácticas racistas • María Dolores París Pombo
María Dolores París Pombo
Para evitar confusiones o afirmaciones absolutas a que puede dar lugar el carácter polisémico del término “racismo”, tenemos que diferenciar las doctrinas racistas, desarrolladas fundamentalmente durante los siglos XVIII y XIX en Europa y “exportadas” con mucho éxito hacia América Latina en aquella época, de las ideologías racistas que parecen tener mucha mayor sobrevida y capacidad de difusión en el mundo entero, hasta la actualidad.
El racismo doctrinario se desarrolló durante los siglos XVIII y XIX en Europa. Las doctrinas racistas fueron influidas por algunas tesis elaboradas en el marco de las ciencias naturales durante esa época, tales como el darwinismo, el neodarwinismo, el positivismo y la biosociología. Se basaban en dos procedimientos complementarios:
a)Clasificación, valoración y jerarquización de las poblaciones humanas.
b)Naturalización, fijación en el tiempo (consideración atemporal) de los rasgos culturales más visibles de algunas comunidades.
El racismo doctrinario encontró eco en el pensamiento social latinoamericano y en la filosofía decimonónica, en particular en las ideas positivistas, en el darwinismo social y en el liberalismo[1].
Después de la Segunda Guerra Mundial muchos filósofos llegaron a considerar que la refutación científica de las teorías racistas sería suficiente para derrotar el racismo en el mundo moderno. El racismo sería algo así como una “grave equivocación” y, una vez demostrada su falsedad, no tardaría el mundo en desembarazarse de esa tara. Juan Comas y Santiago Genovés, por ejemplo, criticaron acuciosamente las teorías sobre las razas humanas. En sus escritos sobre el racismo, insistían en los errores y la irracionalidad de los mitos y de los prejuicios racistas[2]. La lucha antirracista parecía entonces girar en torno a la refutación de las axiologías raciales con pretensiones científicas y a la demostración de que “desde un punto de vista biológico no es posible establecer jerarquía alguna entre individuos y poblaciones [pues] es la cultura la que crea la especificidad humana”[3]. Estas antítesis quedaron asentadas en la Declaración de Atenas, patrocinada por la UNESCO.
El propio Juan Comas reconocía la existencia del prejuicio racista y de la discriminación racial en México, pero los atribuía a sectores muy pequeños de la población ladina en algunas regiones del país, interesados en mantener los sistemas bárbaros de explotación económica de los indígenas. Más que nada, consideraba Comas, se trataba de grupos desinformados que tendían a disminuir o a desaparecer a medida que avanzaba la labor educadora (en particular la labor indigenista) para suprimir el menosprecio hacia el indio[4].
Sin embargo, a pesar de las amplias campañas de educación y conscientización que siguieron al holocausto en Europa y en América, el racismo parecía difundirse inexplicablemente, materializarse en todas las instituciones, multiplicarse en formas de discriminación y de segregación en todas las ciudades y metrópolis occidentales. Aunque pasó por diversas metamorfosis que lo alejaban tanto de las doctrinas “nazifascistas” como de los argumentos cientificistas elaborados por el materialismo vulgar a lo largo del siglo XIX, el racismo había logrado hundir raíces ideológicas en todas las culturas occidentales y en los más diversos grupos sociales.
La historia del racismo parece demostrar que la continuidad de las ideas, actitudes y prejuicios racistas no puede explicarse por la ignorancia y la falta de desarrollo del espíritu científico. Por ello, debemos entender hoy en día el racismo como una ideología que mantiene ciertos mecanismos de categorización y de exclusión para ejercer el poder sobre sectores subalternos.
De acuerdo con Hannah Arendt, la ideología es
un sistema fundado sobre una opinión única cuya fuerza permite atraer a la mayoría de la gente y cuya amplitud le permite guiarse a través de diversas experiencias y situaciones en la vida moderna. La diferencia entre la ideología y una simple opinión reside en el hecho de que la primera afirma detentar la clave del devenir histórico, o bien la solución a todos los enigmas del universo, o incluso el conocimiento profundo de las leyes ocultas del universo que gobiernan, supuestamente, sobre la naturaleza y sobre el ser humano[5].
En Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt afirma también el valor político de las ideologías, que intervienen en todas las situaciones relacionadas con el poder. Es importante resaltar, en este sentido, el papel legitimador de la ideología. De alguna manera, ésta constituye un mecanismo discursivo que refuerza la opresión y justifica la desigualdad.
La ideología aparece muchas veces como un cuerpo coherente de afirmaciones basadas en una tesis fundamental. En el caso del racismo, esta tesis sigue afirmando —como en el caso de las teorías que pretendían tener un carácter científico— la superioridad natural de algunos pueblos, basada en una percepción ahistórica de sus culturas. El racismo opera como un pilar ideológico de los procesos de dominación en la medida en que legitima el predominio político de cierto grupo etnorracial a partir de su identificación con la nación. Potencia los procesos de explotación al permitir la estratificación laboral y la desvalorización de la fuerza de trabajo de ciertos sectores sociorraciales.
La ideología racista es un sistema de representaciones que se materializa en instituciones, en relaciones sociales y en una organización peculiar del mundo material y simbólico. La discriminación es una de las prácticas que refleja más claramente el imaginario racista. Consiste en un trato diferencial hacia ciertos sectores sociales definidos por rasgos culturales, biológicos o fenotípicos, reales o imaginarios. A través de las prácticas discriminatorias, la ideología racista parece difuminarse en todas las instituciones sociales modernas: la vivienda, la escuela, la empresa, el sindicato, la policía, etcétera.
Algunos autores han llamado la atención sobre la falta de concordancia que existe, en las sociedades latinoamericanas, entre el discurso y las prácticas sociales, de manera particular en torno al racismo[6]. En efecto, mientras que, a pregunta expresa, la enorme mayoría de las personas parece rechazar la existencia de razas superiores o inferiores, las prácticas de discriminación y los prejuicios racistas son generalizados. Esta duplicidad es resultado de la complejidad de los procesos identitarios en los pueblos que tienen un pasado colonial. Efectivamente, la fortaleza de los vínculos identitarios depende de los sentimientos de autenticidad y de la construcción arquetípica de un “nosotros” (el mito del origen). A partir de la independencia, muchos grupos hegemónicos en Mesoamérica y en la región andina han tendido a buscar el momento fundante de la nación en las raíces históricas precoloniales para justificar la ruptura ideológica con la metrópoli y ampliar la base popular de legitimidad del Estado. Sin embargo, la relación con el pasado indígena es contradictoria: las civilizaciones precolombinas y las ideas de grandeza imperial permiten construir una suerte de estrato mítico de la nación, pero los procesos de integración nacional (cultural, política y económica) se basan siempre en el mestizaje y en la urgencia de asumir como propia la modernidad occidental.
La ambigüedad y ambivalencia de los nacionalismos latinoamericanos permiten la alternancia —según las circunstancias históricas— de actitudes paternalistas o claramente excluyentes, y de políticas asimilacionistas o diferencialistas en relación con los pueblos indios. Mientras que el nacionalismo estatal proclama la existencia de una comunidad imaginada homogénea, con un proyecto común de desarrollo, en las prácticas socioculturales, políticas y económicas se sigue evidenciando un universo simbólico racista.
En América Latina existen niveles muy distintos de sistematicidad de la ideología racista. En la mayoría de los países, el racismo no constituye un cuerpo doctrinario coherente ni cerrado. La ideología racista se expresa más bien como conjuntos relativamente contradictorios y cambiantes de estereotipos y mitos. En ciertas regiones se difunden opiniones y prejuicios sobre las predisposiciones culturales de los pueblos indígenas o de las poblaciones negras. En otras regiones, la fuerte tradición autoritaria del poder político, aunada a la pervivencia de oligarquías blancas fuertemente excluyentes, han provocado un racismo sistémico que atraviesa la sociedad y las instituciones. En coyunturas críticas, esta ideología ha llegado a transformarse en un racismo total, asumido por el Estado como doctrina oficial. Éste fue el caso del Estado guatemalteco a inicios de los años ochenta, cuando el gobierno de Ríos Montt, representante de una alianza militar-oligárquica, cometió un verdadero etnocidio al tiempo que la ideología racista se manifestaba en todas las instituciones políticas.
(Fragmento tomado de: París Pombo, M. 2002. En: Estudios sobre el racismo en América Latina. Política y cultura, ISSN-e 0188-7742, Nº. 17. CEPAL. Chile.)
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María Dolores París Pombo. Es doctora en Investigación en Ciencias Sociales con especialidad en Estudios Políticos por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Actualmente labora en El Colegio como profesora-investigadora, adscrita al Departamento de Estudios Culturales. Premio Iberoamericano Book Award 2019, por Latin American Studies Association.
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[1] Enrique Flores Galindo (1a. ed., 1986). Buscando a un inca. Identidad y utopía en los Andes: México, Conaculta/Grijalbo (Colección Claves de América Latina), 1993; Enrique Florescano. “El indígena en la historia de México”, en Historia y Sociedad, núm. 15: México, 1977.
[2] Véase Alicia Castellanos Guerrero. “Racismo, multietnicidad y democracia en América Latina”, en Nueva Antropología, núm. 58: México, diciembre, 2000.
[3] Alicia Castellanos, op. cit., p. 57.
[4] Jorge Gómez Izquierdo. “El discurso antirracista de un antropólogo indigenista. Juan Comas Camps”, en Desacatos, núm. 4: Ciesas, México, diciembre, 2000
[5] “Un système fondé sur une opinion unique se révélant assez forte pour attirer une majorité de gens et suffisamment étendue pour les guider à travers les diversees expériences et situations d’une vie moderne moyenne. Car une idéologie diffère d’une simple opinion en ceci qu’elle affirme détenir soit la clé de l’histoire, soit la solution à toutes les énigmes de l’univers, soit encore la connaissance profonde des lois cachées de l’univers qui sont supposées gouverner la nature et l’homme” (citado por Wieviorka. L’espace du racisme: La Découverte, París, 1991, pp. 63-64)
[6] Alicia Castellanos, op. cit.