GUÍA DE LECTURA 560
Tachas 588 • ‘La sirena de mi abuelo’, de Carlos López Ortiz • Jaime Panqueva
Jaime Panqueva
Hace unos años, en el Seminario para las Letras Guanajuatenses tuve la oportunidad de conocer a Carlos López Ortiz, escritor nacido en Chicago, cuyas raíces de Uriangato lo trajeron a corta edad de vuelta a la tierra donde ha desarrollado su trabajo. Por aquellos días, bajo la tutela de Geney Beltrán, escribía una novela juvenil sobre los problemas de un grupo de preparatorianos en su último año, que se publicaría como Fuera de Control (Ed. A; 2020),
La semana pasada, en La nave de Argos conversé con él alrededor de su libro más reciente, La sirena de mi abuelo (Alas de cuervo, 2023), una colección de quince relatos oscuros. Como bibliotecario y promotor en el sur del estado, conoce de cerca los intereses lectores de muchos de sus visitantes, así que no me sorprende que haya escogido el género de terror o suspenso para desarrollar su escritura.
Los cuentos, concretos, sin grandes desviaciones de la trama o pausas para describir ambientes y personajes, nos llevan de una forma directa a los conflictos entre fuerzas amenazantes que acechan a los personajes. Provenientes del más allá, agazapados al interior de sus familias o en las caliginosas profundidades del mar, emergen de repente para ajustar cuentas o simplemente engullir o destruir a sus víctimas. No hay grandes discursos, ni intentos de explicación: el mal puede surgir en el momento menos pensado para destripar o trastocar el orden cotidiano. Efrits, fantasmas, brujas, alienígenas, monstruos u animales fuera de sí reavivan en sus historias nuestros temores más arcanos, e incluso los más contemporáneos.
Como muestra, transcribo su breve cuento Parque de diversiones.
Diez. Decenas de personas caminan felices.
Nueve. La larga fila para la montaña rusa.
Ocho. El grito de las adolescentes en la casita de terror.
Siete. El niño regordete comiendo algodón de azúcar.
Seis. La botarga regalando globos.
Cinco. El niño que se separó de su familia.
Cuatro. La abuelita que se sienta en la banca.
Tres. La niña que le toma una foto a su princesa favorita.
Dos. Los guardias de seguridad llevan a rastras dos hombres que se pelearon.
Uno. La pareja que se toma una selfie con el parque lleno de juegos y atracones como fondo.
Cero. El destello blanco que ilumina más que el sol, seguido de un calor abrazador que toma a sus víctimas desprevenidas, sin distinguir entre hombre, mujeres o niños.
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