EXPERIMENTAL
Tachas 594 • Dejarlos morir • Jeanne Karen
Jeanne Karen
Sé que todavía no es noviembre, pero quise comenzar desde la entrega pasada con temas alusivos a los días: algo sobre la muerte, la pérdida, la poesía, la resignación y quizá también la resignificación de mi propio dolor. En el primer libro que escribí traté de abordar la muerte, pero desde la visión de juventud, un poco ingenua, sin tantas lecturas acumuladas, más bien con la influencia (sin angustias) de algunas letras de mis bandas favoritas. Me gustaba pasar una que otra tarde escuchando en el estéreo de la casa de mis padres algo de lo que consideraba la buena música; poco a poco me adentré en las letras de las canciones.
La poesía estaba de forma recurrente entre mis cuadernos y los libros que conseguía, los que pedía prestados o los que tomaba de algún lugar. A veces hasta por intercambios llegaron a mis manos. Había siempre alguno ya leído del que deseaba desprenderme para poder leer algo nuevo; así eran las cosas en esa época de mi juventud. No me gustaba hacer fotocopias: prefería siempre el objeto, el libro tan deseado, tan codiciado, por lo menos para mí. Las copias las dejaba siempre como último recurso o para esos horriblemente tediosos libros de la escuela.
En mi afán por escribir -como les cuento-, desde esas sanas influencias nació el primer libro. La muerte era para mí algo muy lejano, como una persona distante a la que intentas hablarle pero que realmente no te entiende, tu idioma no es su idioma y no perteneces en realidad a su círculo. Eran poemas como fuegos artificiales, llenos de ruido, de color, de formas del lenguaje. La visión de la muerte no era la de ese espectro que llega a arrebatar parte de tu mundo, a la persona que más te ha querido. Ahora es distinto, ahora no consigo concentrar mi fuerza para escribir del tema o por lo menos acercarme. Tengo miedo, todavía siento la pérdida, la velocidad con que todo sucedió como en una película.
Me quedé en el vacío, fue volver a leer esos poemas y sentir ahora la falta. El arte se adelanta, la poesía nos lee, aparece, convierte en certeza lo que apenas se debate entre un verso y otro. La poesía es tanta luz que ciega, tanta claridad, que apenas somos esas pavesas en el aire, el resto de algo.
Luego viene el sufrimiento, el real, el más cercano, el que está en algún sitio del cuerpo, los abrazos que ya no llegan, la voz que ya no nos dirá las mismas hermosas palabras que apenas recordamos y que nos resultan tan dolorosas que quisiéramos borrarlas de pronto, pero luego llega la hora de extrañar, y todo pesa. No sé realmente qué resulta más difícil, recordar u olvidar. Siento la zozobra en lo segundo, en el olvido; prefiero extrañar, ser extrañada. El olvido lo percibo como el aire, el limbo, la no palabra, algo parecido al silencio pero que inflige más dolor porque viene de algo que añoramos, que tal vez quisimos y que ya no es posible, que ya no está. Olvidar es dejarlos morir, algo así quise escribí en esos primeros incipientes versos, que ahora me dicen que debo volver, que el gran tema de la poesía me llama, ese pilar, ese contrapunto de la vida, ese lado oscuro; me llama para reescribirlo, para poner sobre el papel cómo es ahora para mí, qué tan cercana, tan cierta, tan fuerte puede ser, pero también qué tan tranquila, prudente, consciente soy ahora. Muerte como una continuación de los viejos poemas, muerte como la que nos acompaña a cada paso y que solamente la nombramos de vez en cuando, con un susurro, con un débil latido.
Comparto el viejo poema:
DEJARLOS MORIR
es aceptar que una parte de eternidad les pertenece
una herida abierta sin intención
sobre un cuello blanco –perfecto párpado-
engendra un beso
rueda sobre los labios
esa ofrenda gastada en el altar
Dejarlos morir
mientras sus almas se renuevan en la ceniza
en ese ciclo milenario de lamentos
en que sus coronas
testigos del reino más profundo
florecen cada primavera
Cera y parafina
cubren criptas en su descanso
Cuando llega la hora
se comparten
pan
dulces y vino fermentados al sol
Dejarlos morir
olvidar sus retratos
distorsionados por la lluvia
donde ángeles y demonios aparecen
bailan beben y cantan
la celebración del más allá
Dejarlos morir
sería partir uno mismo
con el alma a cuestas
a ese rescoldo olvidado de Dios
***
Jeanne Karen (San Luis Potosí, México, 14 mayo 1975). Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Temas como la muerte, la introspección y la complejidad semántica en la comunicación en relación con el autismo y las ciencias exactas como las matemáticas y la física, influyen su trabajo en un debate casi ético. Premio estatal de poesía Viene la muerte cantando (1998) Premio de Poesía Salvador Gallardo Dávalos (1999), de Poesía Manuel José Othón (2002 y 2006) Premio de Periodismo Francisco de la Maza por Publicación o Programa de Difusión Cultural (2009).
Ha publicado los libros: Simulación dinámica (Bitácora de Vuelos, 2015), Cementerio de elefantes (Múltiples editoriales). Hollywood (Ponciano Arriaga), Menta (Ponciano Arriaga).