domingo. 08.06.2025
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Tachas 595 • La Muerte como péndulo entre realidad y ficción en la obra de Juan Rulfo • Lilia Valdés Avella

Lilia Valdés Avella

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Tachas 595 • La Muerte como péndulo entre realidad y ficción en la obra de Juan Rulfo • Lilia Valdés Avella

“[…] era difícil aceptar una novela que se presentaba con apariencia realista, como la historia de un cacique y en verdad, es el relato de un pueblo: una aldea muerta, en donde todos están muertos, incluso el narrador, sus calles y campos son recorridos únicamente por las ánimas y los ecos capaces de fluir sin límites en el tiempo y en el espacio”. 
Juan Rulfo 

 

La obra de Rulfo se cuenta escasa. En toda su vida, entre 1917 y 1986, es decir, a lo largo de sus sesenta y ocho años, escribió: una novela, Pedro Páramo; varios relatos, entre los que se encuentran Nos han dado la tierra, Macario, El hombre, Talpa, El llano en llamas, Luvina y La vida no es muy seria en sus cosas, entre otros doce más; un poema para cine, llamado La fórmula secreta; y un cuento cinematográfico, El despojo. Estos dos últimos son extractos de guiones de películas en las que trabajó. 

Todos sus textos son el reflejo de su pueblo, de su vida, son los retratos que hacía de la esencia de su tierra mexicana. Él mismo describe su novela Pedro Páramo como un texto donde “se encuentra roto el tiempo y el espacio, el trabajar con muertos facilita el traslado de los personajes... Es una novela de fantasmas que recobran la vida y la vuelven a perder”. Esto es lo que le da estructura a la novela, pues sin la introducción de lo muerto, el texto carecería completamente de sentido, de forma, de estructura. 

Conceptualizarla desde lo intemporal le da sustancia y sobre todo credibilidad a la narración. ¿Acaso será esa imagen lo que transforma la obra de Rulfo y la hace tan cercana al lector? 

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaino, a quien le conocemos con la síntesis bautismal de Juan Rulfo, además de escribir y dar alguna conferencia, o participar en un congreso, tenía por hobby la fotografía, aquellas que se han conservado hasta hoy sirven para ponerle rostro al mundo “real” en el que Rulfo vivió. 

Creemos firmemente que, gracias al placer que experimentaba con la fotografía, el artista incursionó en el mundo del cine, en el que colaboró en las producciones que continuación se enumeran: El despojo (1960), película dirigida por Antonio Reynoso, donde la línea argumental y los diálogos son de él −su duración es de 12 minutos; Paloma herida(1962), dirigida por Emilio Indio Fernández, con argumento y adaptación de Rulfo y Fernández −una hora de duración; El gallo de oro (1964), dirección de Roberto Gavaldón, el argumento es de Juan Rulfo y el guión de Carlos Fuentes −duración una hora y cuarenta y cinco minutos; La fórmula secreta (1964), la dirección y el guión de Rubén Gámez y el texto es de Rulfo −este es un mediometraje de cuarenta y dos minutos (Con ésta puesta en escena ganó el primer lugar en el Concurso de Cine Experimental organizado por la Sección de Técnicos y Manuales del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica ese mismo año); En este pueblo no hay ladrones (1964), de Alberto Isaac, en cuya película Rulfo realiza una aparición incidental al lado de Luis Buñuel, Leonora Carrington, José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis y Abel Quezada, el guión y el argumento están basados en el cuento homónimo de García Márquez; y su última colaboración, Pedro Páramo, el hombre de la Media Luna (1976), la dirección es de José Bolaños, el argumento y el guión de Rulfo y Bolaños −con una duración de dos horas y cinco minutos. 

Básicamente, lo excepcional de la narración rulfiana consiste en dejarse llevar de la mano de los personajes, de la misma manera que un anfitrión conduce al huésped por su casa, mostrándole lo que el anfitrión desea que vea, de esa manera el invitado forma su propia idea de cómo es esa casa. De igual modo, Rulfo invita al lector a conocer su propio mundo a través de sus protagonistas, ese mundo de misterio, leyenda y superstición pueblerina, donde se rompen todas las fronteras temporales, pues el pasado y el futuro se hacen tan presentes como el presente mismo. En este mundo la muerte juega el papel protagónico. Papel que le da forma, sustancia y cuerpo a la narración.La presencia de la muerte en la obra es el reflejo de su propia vida. Al cursar Rulfo los seis años de edad (1923) su padre y su abuelo murieron asesinados. A los diez junto con su hermano, fue recluido en una escuela orfanato en Guadalajara (1927) y trágicamente para él, en ese mismo año su madre muere de tristeza. Coincidiendo con el levntamiento en armas de la iglesia. Es a causa de la revuelta cristera (guerra intestina como el propio Rulfo la bautizó) que éste se queda imposibilitado para asistir a los funerales de su progenitora. La muerte de su madre sucedió muy pronto a la de su padre, lo que fijó en él un “sentimiento de duelo postergado”, de ahí nace la pasión que marcó la obra de Rulfo, dotándola de la singularidad que le otorgó el reconocimiento internacional. A raíz de estas pérdidas es que la vida de Rulfo permaneció marcada por el luto, un luto que pronto se transformo en libros.  

La mayoría de las narraciones de Rulfo son contadas en primera persona, desde un narrador presencial, Rulfoeatos son personajes que participan de la acción. Dichos narradores son, en su mayoría, los protagonistas de sus cuentos y su novela, son ellos quienes transmiten al lector su visión del mundo, su muy particular visión de las cosas y de los hechos, una perspectiva densa y oscura, desoladora. 

En sus textos Juan Rulfo habla de ranas, desiertos, malas mujeres, pueblos, pero el tema más reiterativo en su literatura es la muerte. La concepción de la muerte para Rulfo es intrínseca a él, es la muerte que vivió y sintió, una muerte femenina, la cual le acarició al dormir cada noche y le dio los buenos días al despertar por las mañanas. Rulfo vivió enlutado, lo mismo que sus personajes, desde el popular protagonista de Pedro Páramo, Juan preciado, junto con los Torricos de La cuesta de las Comadres, Urquidi de El Hombre, Macario, Natalia, Justino..., todos los personajes están de luto de una u otra forma, ya sea por sus parientes, por la tierra, o por la revolución... Incluso los animales están de luto, como buen ejemplo es el caballo de Miguel Páramo, el “Colorado”, que continúa recorriendo el mismo trayecto cada noche buscando a su dueño, muerto accidentalmente al caer de su lomo cuando el caballo saltaba una cerca. Posteriormente el caballo fue sacrificado y es su espíritu el que vaga penando por las tierras de la Media Luna. 

Los personajes de Rulfo están muertos y hablan con otros muertos, y con los espíritus, son ánimas en pena, cuerpos sin reposo, almas vagabundas. En los textos de Rulfo predomina una imagen, que el mismo Rulfo escribe en Pedro Páramo y supone el perfil que define su estilo: un puro vagabundear de ánimas que murieron sin perdón (Obras, p.144). 

En Pedro Páramo, por ejemplo, desde las primeras líneas del texto, la trama comienza con la muerte misma. El principal narrador de la historia, Juan Preciado, está muerto. En la segunda mitad de la novela el lector descubre que, tanto quien ha contado la historia como todos los personajes que participan en ella y que narran lo sucedido en Comala, son espíritus, cuerpos, almas, todos sin vida, pero con conciencia y, como diría el maestro, llenitos de recuerdos. 

En la narrativa rulfiana casi todo está muerto: los animales, los campos, los paisajes: Allí todo el horizonte está desteñido; nublado siempre por una mancha calginosa que no se borra nunca. Todo el lomerío pelón, sin un árbol, sin una cosa verde para descansar los ojos, todo envuelto en cal ceniciento (Luvina, p. 64); o a punto de estarlo: 

Fórmula

 

Y aunque

digan que el hambre

repartida entre muchos

toca a menos,

lo único cierto es que todos

aquí

estamos a medio morir

y no tenemos siquiera

donde caernos muertos (Obras, p.204).

Sin embargo en los textos, desde sus cuentos, novela y cartas, mantiene una constante: todos sin excepción son de una fuerza visual palpable. Aun sin conocer ese tipo de lugares, Rulfo logra transmitir al lector sus visiones. El lector sabe cómo es el personaje, el lugar donde habita. Sobre todo, los textos proyectan los escenarios, los paisajes, y lo más fantástico de esto es que esos lugares son puramente ficción. Sin embargo, se palpan tan reales que podrían ser cientos de lugares alrededor del mundo. En sus textos evoca imágenes, fotografías, paisajes, que el lector reconoce rápidamente como suyos, como si también hubiera estado allí.

Algo muy similar sucede con la imagen de la muerte en su obra. La muerte es algo que existe y que materialmente no se ve, es decir, se ve un cuerpo inerte, un féretro, un retrato, lazos negros, yendo más lejos, cenizas o restos humanos, pero no se puede ver la muerte en sí. Es decir, la muerte es una idea y lo que vemos, lo visualmente perceptible es la representación de esa idea. Aun siendo así, nadie se atreve a negar su existencia por el simple hecho de que para los aún vivos, y, según Rulfo, para los muertos también, es palpable, presentible, omnisciente. Se le teme y se le espera, nunca se le ve, y, sin embargo, la imaginación humana la reconoce, o cree reconocerla, entre nosotros. 

Muertos que nos hablan y que cuentan sus historias, que resucitan y que escapan de sus tumbas. Los muertos tienen, según Rulfo, una voz hecha de hebras humanas, con boca con dientes y lengua que se traba y se destraba al hablar, con ojos que son como todos los ojos de la gente que vive sobre la tierra. La muerte es un pueblo donde el silencio tiene su propia voz (Pedro Páramo, p.14.) 

Ahora bien, no se puede descontextualizar el concepto de muerte del que estamos hablando. Como todo el mundo sabe Rulfo es un escritor mexicano, amante de su tierra y sus tradiciones. México es un país de costumbres enraizadas. En sociedades de rituales como esta existen verdades innegables para sus pobladores: la tierra, la madre, la venganza y, por supuesto, la muerte. Rulfo escribe desde la subjetividad de sus personajes, basándose siempre en esas tradiciones religiosas antropológicas, de modo que son parte de ellos, forman parte intrínseca de sus vidas. Lo asumen, no se lo cuestionan. 

Rulfo fue un viajero y, como tal, conoció las distintas caras de su país, las diferentes realidades del mismo pueblo. Fue entonces que se sentó a escribir, “...Un escritor es un hombre como cualquier otro −argumentaba cuando se le preguntaba el por qué no escribía mas−. Cuando cree que tiene algo que decir, lo dice. Si puede, lo escribe. Yo tenía algo que decir y lo dije; ahora no creo tener más que decir, entonces, sencillamente, no escribo”. Y así fue, después no volvió a escribir más. Escribió como si sus personajes formaran parte del real imaginario de esos pueblos. Es en ese imaginario colectivo donde la muerte aparece en el mundo como una realidad. 

¿Cuál es entonces la realidad y cuál la ficción? El hilo que une la una y la otra es la muerte o, mejor dicho, la idea de muerte, “la puritita muerte”. Usted verá eso: aquellos cerros apagados como si estuvieran muertos y a Luvina en lo mas alto, coronándolo con su blanco caserío como si fuera una corona de muerto (Luvina, p.64). 

Existe una delgada línea entre la realidad y la ficción en el mundo de Rulfo, ¿hasta dónde es ficción lo que estamos leyendo?, y ¿dónde termina la realidad? Estas son preguntas que intentaremos queden resueltas al finalizar este documento. 

La realidad de Rulfo es la realidad de su pueblo, la pobreza, el hambre, la guerra, la soledad. Lo es también la tradición, no así la moral, la iglesia o la fidelidad... todas ellas imágenes de su tierra, de una época difícil, una época de transiciones, de luchas, de cacicazgos y de guerrillas, en un país que carecía de recursos para ayudar al pueblo, infectado hasta la fecha de políticos corruptos. Es como encontrarse sembrando semillas de ideales de educación y cultura en una tierra estéril, en la cual sólo se logran algunos brotes a base de mucho esfuerzo, y donde la cosecha no tiene ninguna garantía. 

Juan Rulfo era un ser modesto, muy sencillo, transparente en su forma de hablar y de expresarse. Su mirada era de igual intensidad, posaba la vista en los detalles más sutiles, efímeros, en aquello que normalmente pasaría desapercibido por pueril. Esa es la realidad: sencilla y simple, tan llana como sus textos, aún así Rulfo hacia uso de esa capacidad que poseía para crear atmósferas irreales, como la de Comala o la de Luvina, para darle forma y sustancia a su obra a través de los escenarios. 

La obra de Rulfo es realista por el simple hecho de que describe una época histórica de México. En un lenguaje sugestivo, sublima el habla popular, el habla de su pueblo Apulco, San Gabriel, Jalisco. En sus textos se ven reflejadas las muchas realidades de esos Méxicos: la burocracia, los papeleos, la inutilidad y la corrupción administrativa, la política..., son todos estos males (palpables) de los que echa mano, mostrándolos con falsa ironía para exhibir la palmaria injusticia dedicada a los pobres, a los paupérrimos indígenas con los cuales trabajó y ayudó dentro de sus posibilidades cuando trabajó como funcionario en el Instituto Nacional Indigenista. 

¿Qué puede ser más real que su vivencia en el tiempo de la cristiada? Esta quedó grabada en la mente de Rulfo, tanto que se proyecta en su obra continuamente. Su cuento La noche que lo dejaron solo, es una suerte de tópico rulfiano en el que la ficción y la realidad se entrelazan saltando de los pensamientos a los sucesos. En la narración tres traficantes de armamento van a ser colgados y sólo uno, tras haberse quedado dormido, se ha rezagado tentando a su suerte y parece que ha de salvarse. Esta historia se encuentra claramente ambientada en el tiempo de las guerrillas ocasionadas por la Iglesia, al igual que Pedro Páramo y Luvina

La imagen de la muerte en la obra de Rulfo es como un péndulo que ondea sobre la realidad y la ficción, es el enlace entre ambos mundos, es decir, no hay fronteras, sólo la muerte en la fractura de la una y la otra. La muerte es un péndulo que se balancea sobre un precipicio entre dos tierras al que no se le ve el final, de un lado la realidad y del otro la ficción. Sin embargo son uno mismo, por influencia de ese péndulo, de la muerte, la realidad y la ficción convergen en un mismo sitio: el texto. Por ejemplo, en Pedro Páramo la muerte aparece y desaparece, cuando el lector cree estar pisando firme en la realidad descubre que se encuentra frente a un mundo de ficción; y cuando se reconoce en un mundo de ficción despierta a lo real. La muerte a veces se hace explícita y a veces se disfraza, de manera que sólo el desarrollo de la narración descubre de qué lado estamos pisando. 

Por otro lado, es importante matizar que para Rulfo la ficción es todo aquello en lo que no cree, las promesas de la religión católica, la palabrería política, el concepto de fidelidad… y si no creía en ello tampoco existía, lo demuestran sus textos, en ellos se refleja la poca confianza en los sacerdotes y lo que predican, incluso se expresa irónicamente de ella, vease el ejemplo del padre Rentería en Pedro Páramo “entonces el cielo se adueñó de la noche. El padre Renteria se revolcaba en su cama sin poder dormir: todo esto que sucede es por mi culpa… el temor de ofender a quienes me sostienen…” y continua haciendo reflexiones acerca de cómo ha llegado a venderse al rico, que en este caso es Pedro Páramo, y se ha olvidado de los pobres porque, y es textual, “de los pobres no consigo nada, las oraciones no llenan el estomago” (Obras, 128) hay otro pasaje también en el que el mismo sacerdote trata de buscar el perdón por medio de la confesión, no lo logra pues el sacerdote de otro pueblo le niega la penitencia.

No obstante, y aquí hacemos alarde del título que bautiza esta ponencia, Rulfo no cree en la religión católica, de hecho es muy crítico con ella, y sin embargo sí quedan en él rezagos de creencias religiosas antiguas, esas creencias circundan el concepto de la muerte que él, con sus textos exponía, y que era muy suya, como de tantos mexicanos. Rulfo es producto de su tiempo y su lugar, eleva su aguda mirada de viajero errante como el mejor observador y descubre verdades donde otros sólo veríamos mentiras. Porque él comparte esa vida llena de muertos y esa muerte llena de vida. Por lo tanto, a Rulfo no le interesa la religión pero sí en el concepto religioso de la muerte, y es entonces la muerte el vínculo de unión, el péndulo que va de un lado a otro de las fronteras de la realidad. ¿Por qué realidad? vuelvo a lo mismo, porque la religión para él es una ficción tal y como la planteaba la iglesia, pero hay una realidad y es la religiosidad folclórica, siendo el péndulo que se balancea entre una y otra la muerte. Se preguntarán: ¿Y por qué un péndulo? Según los diccionarios un péndulo es un objeto colgado de un punto fijo y que se mueve libremente de un lado a otro por su propio peso. Así la muerte está colgada de un punto fijo, la pluma de Rulfo, una pluma que se mueve por la hoja en blanco provocando el balanceo de la muerte en el interior del texto. En la obra de Rulfo, en ese papel en blanco, la muerte está viva, la muerte cobra vida y vive, se mueve libremente entre realidad y ficción, tal como ocurre en la cultura popular mexicana. El concepto de ficción no existe porque no existe el concepto de realidad, ni de verdad. La mentira se disfraza de todo aquello que reconocemos como verdadero. Y, mientras, Rulfo juega con nosotros, como un Demiurgo. 

El ejemplo mas claro lo encontramos en Pedro Páramo. Sólo porque en este hay más muertos (por la extensión del texto) que en ninguno de sus cuentos, explico: el punto fijo es la conciencia, la conciencia del lector, la idea de la muerte es ese objeto que cuelga de ella. Este es el péndulo que se balancea sobre lo que la razón dicta que es ficción al leer a Rulfo, y que sin embargo en la obra, en la misma lectura, es real, porque al leer leemos de muertos que nos hablan y nos cuentan historias, o que se escapan ycaminan en la faz de la tierra y todo eso de lo que hablé anteriormente. Para el lector es una realidad que se le presenta dentro de una historia con unas reglas determinadas, lo que sucede, es que se da cuenta a la mitad de que esa historia se la esta contando un muerto, y entonces se plantea la veracidad de lo leído. Que no es verdad, pero sin embargo, gracias a que la historia la cuenta un ente atemporal, la narración cobra aun mayor sentido del que tenia en un principio. 

Pensar en la muerte como acontecimiento, supone pensar la muerte en el tiempo. En una obra caracterizada por su a temporalidad la muerte cobra una identidad nueva, de modo que la muerte se personifica, se materializa en hombres y mujeres. Nunca se les ve la cara, es una muerte sin rostro. La literatura de Rulfo parece estar escrita por una conciencia onírica, en donde lo real y la ficción dejan paso a un mundo sin verdades ni mentiras, como fielmente creemos, debe de ser la literatura. 

Terminamos con las palabras de Reina Roffe, quien escribió que la literatura de Rulfo contribuyó a que en el imaginario de algunos países primer mundistas, México se constituyera en un pivote del supuesto exotismo que exuda Latinoamérica como un país entendido muchas veces sólo a través de folklóricas y deformadas interpretaciones de su realidad (Roffe, Las mañanas del zorro).  

BIBLIOGRAFÍA

JIMÉNEZ, V. (2002): Juan Rulfo, Letras e imágenes, México, Editorial RM.

JIMÉNEZ, Y. (1995): Los cuadernos de Juan Rulfo, México, ERA.

RULFO, J. (2001): Pedro Páramo, Madrid, El Mundo.

RULFO, J. (1985): Obra Completa, Caracas, Biblioteca Ayacucho.

(Para cita: Valdés-Avella, L. (2004). La muerte como péndulo entre realidad y ficción en la obra de Juan Rulfo. Binaria, 4. http://hdl.handle.net/11268/2895)




 

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Lilia Valdés Avella. Universidad Iberoamericana de México.
 

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