GUÍA DE LECTURA 568
Tachas 596 • La vorágine, de José Eustasio Rivera • Jaime Panqueva
Jaime Panqueva
24 de noviembre de 1924, tras haberla cacareado en la prensa dos meses antes para anunciar su publicación: “Trata de la vida en el Casanare, de las atrocidades peruanas en La Chorrera y en el Encanto y de la esclavitud cauchera en las selvas de Colombia, Venezuela y Brasil”, editorial Cromos de Bogotá publica la primera versión de La vorágine de José Eustasio Rivera. Joven normalista que visitó la cárcel por liderar el alzamiento de sus compañeros contra el gobierno del dictador Reyes; abogado encumbrado que litigaría asuntos de tierras en los llanos del Casanare, donde contrajo el paludismo; político y funcionario encargado entre otras cosas de delimitar fronteras entre Colombia y Venezuela, Rivera fue antes poeta que novelista. Su compendio Tierra de promisión, publicado tres años antes, compiló 55 sonetos que describían con pasión los paisajes naturales que, según confiesa el mismo autor en una carta, aún no conocía. Pero llegarían los viajes.
Tras varias misiones diplomáticas que lo llevaron fuera de Colombia a Perú, México y los Estados Unidos, Rivera regresa para unirse en marzo de 1922 a un comitiva que buscaba definir los lindes entre Venezuela y Colombia; había transcurrido casi un siglo de la disolución del sueño bolivariano sin fronteras claras. La Vorágine nace de esa aventura entre llanos y selvas. Tras un año de viaje regresa a Bogotá para encontrarse congresista, al recibir como suplente el escaño de su tío Pedro Rivera. La escritura estaba en curso; profundamente conmovido por la explotación de los siringueros en la selva, Rivera construye una novela que transforma en realidad aquello que debería ser sólo verosímil. ¿Quién podrá distinguir sin equivocarse lo real de lo ficticio en mi novela? Le responde a un crítico y resbala algunas anécdotas: Literatos de alto coturno, como Vasconcelos (sí, el mexicano), están creyendo aún que he sido un simple compilador de los manuscritos de don Arturo Cova… Un sacerdote bogotano vino a pedirme autorización para dirigirse a cierto misionero de Arauca suplicándole que busque a Alicia y a su pequeñuelo.
El éxito de La Vorágine fue inmediato y superó rápidamente las fronteras nacionales. Horacio Quiroga le escribe a tres años de la publicación en 1927: Yo no tenía ninguna idea de usted... Tremenda sorpresa experimenté al hallar en su obra tan grande epopeya y en descubrir en usted un hermano con gustos similares acerca de la Naturaleza. No se puede dar una impresión mayor de ambiente, de fuerza y color que la lograda por usted con el juego de sus endiablados ríos y caños.
Y aun así, el poeta resonaba: Las críticas más incisivas que recibió La vorágine se dirigían a la notoria inclinación de sus formas hacia cadencias alejandrinas. Rivera realizó cinco correcciones y ejecutó más de 3.000 variaciones entre la primera y la quinta edición. Según comenta Luis Carlos Herrera Molina, los cambios se enfocaron en deshacer la cadencia poética para acentuar el efecto de la prosa.
El giro de Rivera hacia la prosa no sólo consolidó su legado literario con La vorágine; también marcó el inicio de un ambicioso proyecto: La mancha negra, novela inspirada en las irregularidades que investigó durante su tiempo en la Cámara de Representantes. Según von der Walde y Serje (Penguin Clásicos, 2023), estas investigaciones sobre concesiones petroleras y la construcción de oleoductos generaron descontento político y acabaron con su carrera parlamentaria. A pesar de este infortunio, su reputación literaria, tanto en Colombia como en el extranjero, continuó creciendo.
Si bien en lo laboral tuvo un periodo inestable, su fama dentro y fuera de Colombia se había cimentado. En marzo de 1928 viaja a Cuba como representante colombiano en el Congreso de Inmigración y Emigración, y de ahí salta a Nueva York. Con sus ahorros funda la Editorial Andes, encargada de publicar la quinta y última edición revisada de La Vorágine que incluiría mapas impresos en las guardas del libro.[1] Además negoció una traducción al inglés y buscó realizadores cinematográficos para convertirla en película. La muerte le sorprendió en ello, Rivera falleció el 1 de diciembre 1928, a los 40 años, a causa de una hemorragia cerebral de origen malárico. Su obra, traducida en la década siguiente a unos 15 idiomas,[2]sigue siendo objeto de estudios y adaptaciones a diferentes formatos. Como buen clásico, es una obra que apenas si hace falta su lectura para conocer la historia y tener una imagen de lo que representa… ha pasado del ámbito de la literatura al de la cultura como un referente que prescinde, casi, del texto mismo y se eleva un poco por encima de él para multiplicarse como referente en diversos ámbitos.
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