Cuando comencé mi biblioteca personal no estaba formada por libros nuevos, eran volúmenes regalados, adquiridos de una u otra forma, libros que llegaron a mis manos casi por suerte. La buena fortuna que he tenido a lo largo de mi vida me llevó a ser la dueña de una excelente colección de tomos de poesía, género literario al que vuelvo siempre, que comparto, que vivo. 

Existe en mi mente un sonido característico, el momento en que por fin pude desprender la película plástica, que protegió la obra que estaba por leer: un libro de poesía que pude comprar en una librería, un volumen nuevo, una antología de poemas del querido poeta chiapaneco Jaime Sabines. Tenía quizá diecisiete años, deseaba poder escribir poesía. No pensaba mucho en los futuros lectores y lectoras, solamente necesitaba calmar mi propio impulso. La forma en que la emoción, que como lectora se apoderó de mí esa vez, fue algo único, como encontrar en otras palabras lo que yo misma deseaba decir, las cosas que presentía, los versos que no tenía pero que deseaba. La lectura de ese primer libro de poesía abrió para mí un campo infinito. Por primera vez estaba frente a las metáforas precisas, frente a la forma del lenguaje que me perseguiría por muchos años.

Luego vienen los recuerdos de la textura y del aroma, ligados absolutamente a mis sentidos, y que nunca se separaron de la felicidad de tener un libro en mis manos, un libro abierto con el que me era posible entrar al mundo literario, al sitio de todas las llaves y de todas las cerraduras. 

Ahora, con las nuevas tecnologías, acercarse a un libro por primera vez es distinto: abrir una cantidad casi infinita de archivos, navegar por conocimientos que apenas soñamos. No sé si sea la misma emoción, aquella de remover el papel celofán, separar las hojas, con cuidado para no mancharlas, cuidando no cortarnos con el filo del papel nuevo, sin aristas, sin redondeces, asombrosamente disfrutable al tacto, a la vista. Las hojas de distintos tipos de papel, blancas a veces, otras de color marfil, un poco pálidas, otras casi amarillas; el grosor, el espesor, la porosidad, que quedan no solamente en las yemas de los dedos, también en las palabras, en las ganas de escribir nuestra propia obra. 

Llegar a un libro nuevo es llegar a un portal, un viaje interminable que podemos seguir en cuanto se abre otra vez ese objeto preciado, esa gracia con hojas, esa puerta comunicante.

El día 12 de noviembre celebramos en México el Día Nacional del Libro, el día del cumpleaños de nuestra enorme Sor Juana Inés de la Cruz. Que siga inspirando la poeta, la mujer de fe, la científica, la prolífica autora de cientos de poemas y de cartas, que siga animando a las futuras generaciones, sobre todo a las niñas que ahora están enfrentando por primera vez la emoción de encontrar ese poema que es como una flecha ardiendo, una saeta, un relámpago, y no me importa si aparece en una historia de Instagram o en Tik tok, porque sé que irremediablemente en algún momento las llevará a buscar el libro, a abrir ese objeto que todo lo contiene.

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Jeanne Karen (San Luis Potosí, México, 14 mayo 1975). Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Temas como la muerte, la introspección y la complejidad semántica en la comunicación en relación con el autismo y las ciencias exactas como las matemáticas y la física, influyen su trabajo en un debate casi ético. Premio estatal de poesía Viene la muerte cantando (1998) Premio de Poesía Salvador Gallardo Dávalos (1999), de Poesía Manuel José Othón (2002 y 2006) Premio de Periodismo Francisco de la Maza por Publicación o Programa de Difusión Cultural (2009).

Ha publicado los libros: Simulación dinámica (Bitácora de Vuelos, 2015), Cementerio de elefantes (Múltiples editoriales). Hollywood (Ponciano Arriaga), Menta (Ponciano Arriaga).

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