ENSAYO
Tachas 600 • Coyoacán, el otro amor urbano-literario de Jorge Ibargüengoitia • Federico Velio Ortega
Federico Velio Ortega
La relación entre Jorge Ibargüengoitia y la ciudad de Guanajuato ha sido más que abordada por historiadores y ensayistas. Luis Palacios, Amaranta Caballero, Carlos Ulises Mata, Eduardo Caballero, Flor Aguilera, Jaime Castañeda Iturbide y una larga lista de abajeños y abajeñas, a quienes hay que agregar Jorge F. Hernández (cuevanense que nació donde le dio la gana), Juan Villoro (otro escritor con sangre cuevanense, pues su madre era de Guanajuato), Cristina Sacci, Alejandro Lámbarry y otros tantos más, han explicado la obra y vida del escritor, y es ineludible mencionar su vínculo con Cuévano, el trasunto de Guanajuato.
Pero, ojo: hay quienes dicen que Cuévano no se inspiró en Guanajuato, sino en otro rumbo que conserva el señorío de antaño: Coyoacán, a la que el escritor rebautizó literariamente como Coyotlán.
Para los estudiosos nacionales de la obra de Ibargüengoitia, los lugares literarios de su obra son ambiguos y completamente ficticios; para las y los guanajuatenses que reivindican al autor, es un honor que la Atenas de por aquí y sus alrededores sean considerados la inspiración para una fina sorna que él siempre negó que lo era.
Pero (va para el otro ojo): hay quienes afirman que esos personajes caminaban por Coyoacán y no por Guanajuato. Cuéntenlo a quien más confianza le tengan.
En lo que coinciden estudiosos locales, nacionales e internacionales, es que gran parte de la obra ibargüengoitiana tiene una carga autobiográfica, de ahí que personajes y lugares convertidos en literatura tienen, ineludiblemente, una inspiración en lo real.
Tres viñetas ibargüengoitianas sobre Coyoacán [1]
[…] a principios de los sesenta. la manera de ir al centro consistía en llegar a la esquina, dar vuelta a la izquierda, caminar dos cuadras y tomar un camión de la línea "Colonia del valle-Coyoacán", que pasaba vacío porque la terminal estaba a unos 200 metros. En media hora llegaba uno al cine Insurgentes y en cincuenta minutos a la Palma. Cuando recuerdo el momento de abordar uno de los camiones modestos aunque puntuales y limpios me quedo helado: ¡estaba yo viviendo en la Edad de Oro del transporte urbano de la Ciudad de México! Lo que sigue es decadencia: los camiones empezaron a circular repletos a todas horas, los tiempos de recorrido se volvieron incalculables, cambiaron las rutas y había que caminar cinco cuadras para tomarlos. En 1971 comencé a tomar peseros. En 1973 dije que el trabajo que me costaba escribir los dos artículos que publicaba en Excelsior cada semana era menor que el que me costaba llevarlos a Bucareli y regresar a Coyoacán, la gente creía que era broma pero era verdad. En 1979 salir de la casa era una complicación: había que hacer cita con el taxista […]
Los mundos urbanos de Ibargüengoitia
Ibargüengoitia tuvo varios domicilios. En el caso del estado de Guanajuato, la casa de Paseo de la Presa (de los Tepozanes), donde nació y regresó como inquilino ya como adulto, y el haberse hospedado en la casa de Manuel de Ezcurdia, finca que ahora alberga al Museo de la Universidad de Guanajuato, así como la exhacienda de San Roque, ubicada al sur de Irapuato.
Desde Coyoacán, afirmaba Luis Palacios en Ibargüengoitia y los senderos cuevanenses (trabajos reunidos), el escritor comenzó a evocar al Bajío y la ciudad de Guanajuato (p. 28).
En resumen: Jorge Ibargüengoitia nació en Guanajuato, pero creció en Coyoacán. Igual que su sarcásticamente amada Guanajuato, a su patria chica adoptiva en el Anáhuac también le creó un trasunto:
“La ciudad de México, al crecer, fue tragándose, como un cáncer, los pueblos que estaban a su alrededor. Uno de ellos fue Coyotlán, que queda al sur”; y, al igual que a Cuévano, le hace una peculiar descripción: “Desde que llegaron los conquistadores ha sido un pueblo de postín. Hasta la fecha tiene plaza de armas, convento del siglo XVI, calles arboladas, casas coloniales habitadas por millonarios, vista a la Sierra, aire puro, agua abundante, etc.” (Jorge Ibargüengoitia, “Manos muertas” en La ley de Herodes, p. 45.).
Al escritor le tocó ver la transformación de ese espacio que en su momento tenía espíritu de provincia y no de anexo metropolitano:
“Llegó ahí cuando dos ríos malolientes circundaban la zona, las casas de los conquistadores no habían sido redescubiertas como joyas de la Colonia, un par de fondas ofrecían tamales, alguna vaca luchaba por entrar en un jardín y nadie se interesaba en Frida Kahlo, cuya casa azul estaba a unas diez calles de la del escritor…”
Juan Villoro en Jorge en diez o doce pasos. Instrucciones para leer a Ibargüengoitia, pp. 11-12.
Aunque el escritor vivió en París hasta antes del accidente en el que muriera, la mayor parte de su vida fue en una casa de Coyoacán con su madre, tías y abuelo: la casa que construyó en un terreno comprado cerca de arroyos coyocoanenses, ubicada en la calle Reforma, del Barrio de Santa Catarina, en Coyoacán, ahora alcaldía de la ciudad de México.
El amor que tuvo por Coyoacán y por los trazos urbanos de antaño lo llevó a oponerse a modificaciones citadinas de lo que hoy es una alcaldía, y a que recurriera a triquiñuelas políticas y legales para comprar un terreno en una zona donde, por ley, no debían construirse casas ni abrirse calles. El resultado fue el surgimiento de la calle Reforma en el Barrio de Santa Catarina y la construcción de la casa en marras, hecho del que tuvo el cinismo de publicar, a su manera, en el cuento “Manos muertas”, el relato que no sólo describe la irregular urbanización de Coyoacán, sino que también hace una denuncia a la corrupción de la regencia de Ernesto Uruchurtu.
Es una zona muy semejante a Guanajuato: una calle que confluye en un circuito de tres lados, al que se accede por un callejón que no tiene banquetas -como muchos de Guanajuato- y gira por angostas calles por donde aún hay fincas con fachadas al estilo antiguo, en armonía con la vieja Coyoacán. Tiene pavimento de asfalto que sustituyó al antiguo empedrado.
María Cristina Secci, otra estudiosa admiradora de la obra de Jorge Ibargüengoitia, escribe sobre esa finca:
“En 1955, después de vender el rancho de San Roque, (Jorge Ibargüengoitia) adquiere un predio a las pocas cuadras del jardín de Coyoacán. A lo largo de dos años construye la casa donde se establecería con su madre y su tía; ahí sigue la hermosa casa en la calle Reforma 7 (…). Ibargüengoitia se decidió por Coyoacán, un suburbio de viejas construcciones coloniales y alejado del centro de la ciudad, porque le gustaba su soledad, sus calles vacías y su tranquilidad pueblerina, pese a estar en medio del ajetreo y el barullo de la gran metrópoli.”
M. Cristina Secci, La realidad según yo la veo. La ley de Jorge Ibargüengoitia, pp. 41-42.
Coyoacán se cree Cuévano
Por detalles como los anteriores no faltan coyotlanenses que quieren ser cuevanenses. Creen que la mención a esos dos ríos pestilentes corresponde al “Canal de la Hedionda” y el “Río de la Marranilla”, que aparecen en Estas ruinas que ves son en realidad los arroyos que cruzaban por Coyoacán en tiempos del escritor. Desconocen que en cuestiones de apestosidad, Guanajuato mantiene su vigor (caminen por la calle Subterránea y lo comprobarán).
El saber que los coyoacanenses se quieren apropiar de la identidad cuevanense amerita un duelo al amanecer. Elucidemos ese misterio y resolvamos esa duda que huele a afrenta.
El 28 de agosto de 2022, el historiador Alberto Peralta coordinó el ciclo Paseos Literarios, auspiciado por el Instituto Nacional de Bellas Artes, a través de la Coordinación Nacional de Literatura, en Coyoacán, a la que calificó como “el prototipo literario del Cuévano de Ibargüengoitia”.
La finalidad: “recrear el pueblo de Cuévano, lugar imaginario donde transcurren algunas de las obras emblemáticas de este escritor”.
El paseo literario tuvo como punto de reunión la Plaza de la Conchita, situada en el Barrio de la Inmaculada Concepción en Coyoacán y puso como recomendación leer Estas ruinas que ves.
Decía la reseña del INBAL:
“Cuévano es el lugar donde el escritor Jorge Ibargüengoitia desarrolló la trilogía compuesta por las novelas Estas ruinas que ves (1974); Las muertas (1977) y Dos crímenes (1979), pueblo ubicado dentro del también inexistente estado de Plan de Abajo”.
Y los coyocoanenses -en voz de Alberto Peralta- tuvieron la osadía de afirmar lo siguiente:
“Como modelo para crear este sitio imaginario, Jorge Ibargüengoitia se alimentó de su experiencia como habitante del antiguo pueblo de Coyoacán, donde vivió mucho tiempo, de tal manera que las calles, callejones y plazas de este barrio capitalino son una influencia palpable para construir el pueblo ficticio”.
Y agregan:
“Uno de los ejes conductores que atraviesan las tres novelas mencionadas es la descripción de la vida cotidiana de Cuévano, así como el relato de las peripecias que sufren los personajes de Jorge Ibargüengoitia en el microcosmos que configura el pequeño poblado.
De ahí que Peralta invitara a:
“(…) reconstruir imaginariamente, a partir de una caminata, algunos detalles plasmados en estas obras. El recorrido empezará en el centro de Coyoacán, para después dirigirse a los callejones en Santa Catarina, después por la calle de Francisco Sosa y la calle de Tres cruces. La evocación del Cuévano de las narraciones de Jorge Ibargüengoitia continuará por calles tradicionales del antiguo pueblo, como son las de Progreso, Montecristo, Tata Vasco, Escondida, Aguacate, Aurora y Reforma”.
Otro ejercicio que se realizaron como parte del paseo, fue comparar el antiguo y el nuevo Coyoacán. El motivo:
“Hablaremos de ese Coyoacán que Jorge Ibargüengoitia defendió tanto en la cuestión patrimonial con el fin de preservar su carácter de pueblerino. En mucha de su obra periodística, Jorge Ibargüengoitia denunció todas las transformaciones que estaban sucediendo en ese Coyoacán tradicional que a él le tocó conocer”.
Alberto Peralta es doctor en Historia y Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH); licenciado en Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y licenciado en Ciencias de la Comunicación por el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), 1996.
Colabora como investigador en el Centro de Investigación y Documentación del Patrimonio Histórico de Coyoacán, para el cual escribió una Historia de los Callejones y las Calles, además de estudiar las tradiciones de sus pueblos y barrios, la arquitectura religiosa y el origen de sus capillas originarias, con varios artículos y conferencias.
Habla náhuatl y trabajó como guía especializado en historia de México para el Área de Fomento a la Lectura del INBA, así como en el programa "Historia Viva" de la Universidad Iberoamericana y la Universidad de California
Es el intelectual que nos quiere quitar al Cuévano de Ibargüengoitia y (tercer ojo) no ha sido el único paseo: el febrero de 2014 se realizó otro similar.
Tres viñetas sobre Coyoacán [2]
Antiguamente era una esquina común y corriente, con una taquería y un puesto de periódicos. Pasó el tiempo y arreglaron la calle, recortaron la banqueta y los árboles quedaron en el asfalto. Éste era tan plano que cuando lavaban el cochambre de la taquería y echaban el agua a la calle, se quedaba estancada. Se hizo un charco que duraba de marzo hasta diciembre. Algún tiempo más tarde abrieron la avenida Cuauhtémoc y la circulación aumentó considerablemente. Si quería uno cruzar sin peligro había que esperar a que hubiera congestión en Taxqueña, si se hacía el cruce corriendo había riesgo de no poder subir a la banqueta porque chocaba uno contra el muro de gente que estaba esperando el camión. Un día le dije a mi esposa:
- Ya sé cómo va a ser mi muerte. Voy a morir en la esquina de Centenario con una bolsa de pan en la mano, atropellado por un Volkswagen.
Y que tenga su calle
El 10 de julio de 2016, el escritor Germán Castro publicó en la revista Nexos un artículo en el que proponía que se pusiera el nombre de Jorge Ibargüengoitia a una calle de Coyoacán. La propuesta era la de Reforma, donde el guanajuatense vivió.
El periodista explica que en varios estados –Guanajuato, el natal del escritor, o en Coahuila, Querétaro y el Estado de México-, sí figura como parte de su toponimia. Y se queja: no así en la capital, “donde además radicó buena parte de su vida, para ser exactos en la delegación Coyoacán, a la que incluso se refiere en uno de los cuentos de su obra La ley de Herodes”.
El articulista tuvo poco eco al lanzar la convocatoria en la plataforma Change.org, pero dejó precedente de un tema que aún no muere.
Germán Castro dijo en un programa de Radio Fórmula:
"La intención es llamar un poco la atención sobre la escuálida identidad nacional que respetamos en la toponimia. Y la calle ésta de Reforma en Coyoacán, tiene la suerte de que ahí vivió Jorge Ibargüengoitia. Sería padre, además estaría cerca de Francisco Sosa, que es otro gran escritor", dijo.
Sosa analiza varios cuentos de La Ley de Herodes y sostiene que lugares y personajes (algunos de ellos con sus nombres reales, como el de Carlos Fuentes) tuvieron en Coyoacán su descripción o inspiración.
Finalmente la propuesta no prosperó, pero ahí están las angostas calles de Reforma, en espera de que más valientes le quieran cambiar de nombre. Puede leer el artículo en marras en https://cultura.nexos.com.mx/calle-jorge-ibarguengoitia/.
Como respuesta ante la osadía de afirmar que Cuévano es Coyoacán, y de que allá Ibargüengoitia sí tenga nombre de calle y acá (conde nació) no, tuve a bien declarar hace unas semanas a Coyoacán como territorio anexado a Guanajuato.
Así como Estados Unidos tiene a Alaska y Hawai, Guanajuato tendrá a Coyoacán. Allá vivieron también Diego Rivera y Efrén Hernández, y a la casa de El Indio Fernández, en la calle Zaragoza, acudía José Alfredo Jiménez a echar trago. Motivos sobran.
Allá no hay presa para abrirle compuerta ni Bufa para su fiesta de la Cueva. Ya veremos qué festejo le inventamos. Lo importante es que haya danza del Torito, mientras comemos pan de Acámbaro, guacamayas y nieve de bote y bebemos cerveza en una carpa para que la guanajuatización sea plena.
Tres viñetas sobre Coyoacán [3]
Salimos a la calle y fuimos caminando. Al cabo de unas cuadras nos detuvimos en la entrada del Centro Cultural de Coyoacán. En una jaula pequeña de concreto había dos coyotes dando vueltas. Además de enjaulados estaban amarrados. Eran las mascotas de Coyoacán. La carne que les habían dado estaba pudriéndose.
Cuando regresé a la casa le dije a mi esposa:
-Yo creo que ya acabé de estar aquí. No quiero seguir viviendo en la ciudad de México. ¿Por qué no vendemos la casa y nos vamos de viaje cinco años?