ENSAYO
Tachas 606 • Cacería y rituales: el patrimonio perseguido • Patricia Balam
Patricia Balam

Introducción
Por siglos, los mayas han practicado la cacería. Desde antes de la conquista cazaban una diversidad de animales no sólo como fuente de alimentos sino sobre todo, en el caso del venado, por motivos religiosos (Brown en Dehouve, 2008, p. 7) pues era una ofrenda especialmente grata a los seres poderosos intangibles (Landa, 1973; Montoliu, 1976; Arias, 1995; Antochiw y Alonzo, 2010; Quintal y otros, 2023). Von Nagy (1997, p. 27) destaca no sólo lo anterior sino también la presencia del cérvido en las artes. Así, en los Códices de Madrid, de Dresde y de París, aparecen, según este investigador, venados como comida ritual, ah- ceh- wah (pan o tamal de venado).
En registros etnohistóricos, los venados están asociados a dos seres poderosos intangibles: el Zip y la Xtabay (Von Nagy, 1977, p. 35 y Landa, 1973, pp. 74, 75 y 94).
Según Landa, en el mes Zip los cazadores veneraban “… a los dioses de la caza Acanum, Suhuyzip y Sipitabai entre otros” (1973, p. 94). Dice también Landa que los mayas “… tenían por cosa horrenda cualquier derramamiento de sangre si no era en sus sacrificios, y por eso siempre que iban de caza invocaban al demonio y le quemaban incienso; y si podían le untaban el rostro con sangre del corazón de tal caza” (1973, p. 76).
Para Thompson, en Yucatán, el Zip “… protege al venado de los cazadores, y lo vigila como los hombres al ganado, hace que falle el tiro el cazador y si este persigue al Zip, las avispas salen de entre el nido de su cornamenta y lo pican” (1975, p. 373)[1].
En la cultura maya actual, el Zip es un ser que suele aparecerse ante cazadores que abusan de la práctica de la cacería. Se dice que es “de viento”, porque cuando el cazador le “tira”, aparentemente se desploma, pero cuando el cazador se acerca a recobrar la presa, no encuentra nada o encuentra a una serpiente. Cabe añadir que en la cosmovisión de los mayas de la península, entrar en algún tipo de contacto con “vientos” es un mal presagio que resulta en alguna enfermedad o incluso en la muerte.
Redfield y Villa Rojas (en Von Nagy, 1997, p. 35), establecen una relación entre los pahuatunes[2], y los santos católicos. Y así, consideran que San Gabriel, asociado al norte, es el patrón de los venados. Sin embargo, en diversas comunidades de Yucatán y Campeche, el santo patrón de los venados es San Eustaquio, cuya hagiografía está relacionada con cérvidos y cazadores. En algunas representaciones del santo aparece un gran cérvido que lleva entre sus cuernos una cruz. Tenemos así que la cosmovisión maya ha terminado por sustituir la cruz de San Eustaquio por un panal de avispas entre los cuernos del Zip, guardián maya de los venados[3]. En Kankab, en el sur del estado, se hacían hasta hace algunos años, novenas en honor de San Eustaquio[4].
En la península de Yucatán predominan tres clases de venados: dos subgéneros de mazama y una del género odocoileus. Los mazama son de tamaño pequeño. Llamados en maya yuuk, unos son de color café rojizo (mazama americana) y otros de color gris (mazama gouazoupera). Los ododoileus son conocidos como venados cola blanca, son de mayor tamaño y en maya son llamados kéej (odocoileus virginianus yucatensis).
La cacería es una actividad, que se lleva a cabo “…no solo en las áreas forestales de diferentes edades que conforman los mosaicos de paisajes (selvas secundarias, maduras y manejadas) sino también en las áreas cultivadas (milpas), pues la mayoría de las especies de caza son visitantes ocasionales, regulares o frecuentes de esas áreas” (Valdivia, 1994, citado por Toledo y Barrera, 2008, p. 349).
Los mayas actuales utilizan varias estrategias para la cacería: por batida, clamoreo o p’uuj; por paseo del monte o xiimbal ts’oon; por espía o ch’uk, y la cacería por “lampareo”. Estas “técnicas de cacería” deben ser consideradas como un complejo incorporado de conocimientos, habilidades, destrezas, representaciones, sentimientos y sensaciones, que permiten el desempeño de los cazadores en el marco de sus formas de vida, culturas locales y regionales[5].
En este trabajo nos acercaremos a las formas en que estas diversas dimensiones (saberes, destrezas, actitudes, creencias) relacionadas con la cacería, y sobre todo con la cacería en batida que se lleva a cabo con el fin de hacer ofrendas a unas cruces objeto de veneración, se expresan en un actividad que, no obstante permite la jurisprudencia vigente, resulta, en la práctica, perseguida.
La cacería
Sobre el tema de la cacería y el aprovechamiento de la fauna silvestre en la península de Yucatán, se han escrito ya varios trabajos, la mayoría de los cuales han sido realizados por investigadores de las áreas de la biología, la zoología y la ecología humana. Trabajos que se ocupan preferentemente del uso y aprovechamiento de los animales silvestres y del manejo sustentable de los ecosistemas. Son pocos los estudios centrados en cuestiones que tienen que ver con el aspecto cultural y social de la actividad cinegética[6].
En otro trabajo[7] nos hemos acercado al tema de estas técnicas o estrategias cinegéticas a partir de información recogida en campo, así como de la que ofrecen varios trabajos de investigadores que se han referido a la temática.[8]
En comunidades y localidades mayas de la península de Yucatán, la cacería de animales silvestres obedece cuando menos a cuatro razones: el autoconsumo, la venta de carne[9], la protección de la milpa de animales que se alimentan de los cultivos, y los motivos rituales, ceremoniales y celebratorios en los que la ofrenda y el consumo de comida es sobre todo de carne de venado, o de guisos que contienen carne de venado.
La predilección por la carne de venado para el sustento familiar en la vida cotidiana es muy importante para los campesinos –cazadores mayas. Por otro lado, la cacería no es sólo cuestión de subsistencia, es un aspecto central en la cosmovisión indígena: no olvidemos a los héroes gemelos del Popol Vuh, cazadores con cerbatanas.
Hasta mediados del siglo XX, probablemente en rituales y celebraciones en honor tanto de seres sobrenaturales como de santos, santas y la virgen, patronos y patronas de pueblos y barrios, la ofrenda de comida se preparaba con carne de venado, por lo que antes de la celebración, los hombres de la comunidad salían en batida de caza para proveerse de una o de varias piezas de venado. Los rituales colectivos agrícolas como el ch’a cháak (petición de lluvia) o el janli k’ol (ofrenda para agradecer la cosecha), significaban una batida previa para cazar venados[10].
La estrategia de caza colectiva o batida es conocida en lengua maya como p’uj. Implica una organización cuidadosa de los participantes y suele ser coordinada por un cazador de experiencia, al que en algunas comunidades llaman “maestro cazador” y en otras, “líder”. El grupo de cazadores está formado por personas con habilidades diferentes que son ubicados en la formación de batida según dichas habilidades y capacidades. En un trabajo ya citado (Quintal y otros, 2023), se incluye información del nombre que reciben en maya cada una de las personas que participan en la batida según su posición y habilidades. El grupo incluye a hombres, niños y perros (Figura .1)[11]. Niños y perros constituyen el grupo de “clamoreo”, los perros ladrando y los niños gritando, para atemorizar a la presa que es empujada hasta donde se encuentran los “tiradores”. La disciplina es férrea pues una falta puede conducir no sólo al fracaso de la batida sino mucho peor aún, a herir, incluso matar, a un compañero cazador.

Cabe destacar aquí que la cacería, sobre todo la del venado, implica como se ha mencionado, habilidades y conocimientos aprendidos en comunidad de generación en generación. El sólo hecho de aprender a “tirar”, es un largo proceso que se inicia cuando el campesino tiene edad suficiente para sostener el arma. Entonces su padre, su hermano o algún pariente, le van enseñando cómo cazar. El cuerpo del aprendiz poco a poco va introyectando los movimientos y gestos corporales propios y característicos. Aprende a reconocer la presencia de animales en el monte, por indicios que la futura presa va dejando a su paso, a reconocer los vientos para no situarse en una posición que denuncie su presencia al olfato del animal, a “beneficiar” al animal, incluso a disponer la carne del venado en el horno subterráneo para cocerla “pibil”.
Integran al grupo de cazadores, en ocasiones hasta cien personas, sobre todo cuando se trata de una cacería con el objetivo de conseguir carne para ofrendar a las entidades sobrenaturales o las(os) patronas(es) de la comunidad. Dado que se trata de una cacería con fines rituales, esto es, cuyo motivo es la ofrenda y el consumo de comida ceremonial, los límites de las parcelas individuales, incluso las fronteras de las tierras y ejidos de las comunidades en las que se va a llevar a cabo el festejo o el ritual, suelen diluirse, por lo que los cazadores se internan en montes de diferentes comunidades.
En lo que sigue se presentarán descripciones de en qué consisten las batidas de caza, a partir de la experiencia con cazadores en dos comunidades que veneran conjuntamente a Tres Cruces.
En relación con lo anterior, cabe aquí anotar que hasta hace algunas décadas y aún hoy, en algunas poblaciones mayas y mestizas, se marcan (ban) los límites o “cabos” de los pueblos, con cruces. Las cruces, situadas por lo general en disposición cardinal y en relación con los caminos que salen del pueblo o comunidad, tienen una función protectora. A veces, estás cruces de madera, descansan sobre un pequeño montículo de piedra, pero otras veces están sobre un altar y protegidas por algún cobertizo de láminas o incluso por un pequeño oratorio o capilla. Puede suceder que en estos cabos a salidas de los pueblos haya más de una cruz. A veces los devotos que pasan a pie por estos caminos, les hacen alguna ofrenda de flores, veladoras, o simplemente se persignan. En el caso que nos ocupa, estas cruces de cabo o de camino son veneradas por los cazadores en el mes de mayo[12].
La cacería de la Santa Cruz
En dos comunidades yucatecas cercanas a la ciudad de Mérida tienen lugar, sobre todo la última semana de abril y la primera de mayo, cuatro batidas, con el objetivo de conseguir carne de venado para llevar a cabo los festejos a la Santa Cruz. Se trata en realidad de rosarios y misas en honor de tres cruces a las que los cazadores de las dos comunidades consideran sus protectoras (Figura 2).

La veneración a las cruces es parte de la “tradición” de muchas comunidades mayas peninsulares. Se las venera sobre todo el tres de mayo. En las comunidades que aquí se consideran, las actividades para la festividad en honor de la Santa Cruz tienen la particularidad de llevarse a cabo con cacería ritual para la obtención de venados como ofrenda a las cruces y para el consumo ceremonial.
Para esta fiesta se han organizado los hombres en dos grupos de cazadores para practicar la modalidad de caza en batida en el monte. Las batidas se hacen durante los sábados. Cada grupo de cazadores sale dos sábados, al amanecer.
Las presas serán ofrendadas el domingo en la modalidad de comida en caldo que se repartirá entre los cazadores y quienes asistan al rosario. Al domingo siguiente se prepara la carne cocida “pibil” (cocida en horno subterráneo), en forma de carne deshebrada (tsik) la cual se adereza como “salpicón”, esto es, con una “salsa” hecha de rábano, cilantro y ocasionalmente cebolla, picados, y naranja agria (citrus augentieum)[13]. Son cuatro cacerías y ofrendas de venado, con repartición de comida para los cazadores, o sea, cada sábado (de cacería) y domingo (de rezos con comida), durante un mes, como puede observarse.
Los cazadores[14]
En este apartado se describen diferentes aspectos de la batida del 17 de abril de 2016. Fue la primera de las cuatro batidas. Se trata de dos grupos de cazadores: uno conocido como “San Juan” y otro grupo al que llaman “del pueblo”. El grupo de San Juan está formado por “socios”, que no son más que amigos y familiares. Los grupos citados, intercalan sus batidas, no las hacen dos sábados continuos, sino que es un sábado por grupo; el domingo hacen el “rezo”. Para esta festividad, las cruces son trasladadas al pueblo vecino en camionetas hasta la casa del encargado de los rezos de ese año. Las cruces están permanentemente en sus respectivas capillas fuera de la mancha urbana. Ahí permanecen todo el año, en el monte (salvo unos días en el mes de mayo cuando se las lleva a la casa del encargado de hacerle sus “rezos”), pues como son cruces protectoras de cazadores, deben estar en los lugares de caza, cultivo, etc., ya que es el territorio que deben cuidar y donde se desenvuelven sus devotos.

Al amanecer del sábado arriba citado, cerca de las 4:30 de la mañana, se reunieron unos 90 cazadores, distribuidos en diferentes domicilios, eligiendo como punto de encuentro el domicilio de algún cazador que tuviera camioneta para, de esta forma, ir al monte. Otros, se fueron en motocicletas o bicicletas directamente al monte que fue elegido para llevar a cabo la batida. Esa madrugada podía observarse el movimiento inusual de muchos hombres con escopetas a la espalda, caminando o en vehículos como los arriba mencionados, para dirigirse al punto de encuentro previamente acordado. Se percibía un ambiente festivo, de alegría por la actividad que estaba por llevarse a cabo.
El domicilio de uno de los cazadores está a unos 20 km del ejido. En la parte trasera de la camioneta del cazador con el que íbamos había unos quince cazadores y unos cuantos perros. Por el camino se veían otros vehículos dirigiéndose en caravana hacia el mismo lugar, y como hemos dicho, seercibía la alegría entre los participantes. Varios, independientemente del vehículo que usaran para transportarse al monte, asistían acompañados de sus perros de caza caminando a lado de sus dueños.
Al llegar al lugar (monte), sobre la misma carretera “blanca” (no pavimentada), los cazadores que habían llegado antes nos pidieron que avanzáramos más aún, en el entendido de que ese lugar ya estaba “ocupado” por ellos. Se escuchaban risas, bromas y gritos en maya, en un ambiente de alegría.
El grupo de los 90 cazadores fue dirigido por los líderes, dos o tres cazadores que indicaban en qué lugar del ejido se distribuirían el “tendido” de cazadores. La voz “tendido” hace alusión al cerco, al despliegue de los cazadores, tanto para introducirse monte adentro sobre terreno, como para tomar sus respectivos puestos en el cerco de la caza.
Se sabe en la localidad que durante este tiempo de caza, nadie, absolutamente nadie debe asistir a sus actividades de agricultura o pastoreo por precaución, porque en esta actividad interviene un gran número de participantes, lo que incrementa el riesgo de accidentes[15].
Los cazadores se introdujeron al mismo tiempo en su respectiva porción de monte y en ese mismo orden se fue instalando cada cazador en su lugar, considerando una distancia de 40 metros entre cazadores. Todavía había oscuridad en ese momento. Una vez en nuestros puestos, había que esperar que “cruzara” el venado para dispararle.
A las seis y media de la mañana aproximadamente, comenzaron a escucharse los primeros ruidos de los clamoreadores, quienes desde más allá de los primeros cazadores van movilizando mediante gritos, ladridos y sonidos, a los venados para acorralarlos hacia los “tendidos” de cazadores. Durante los 40 minutos de clamoreo se escuchaban palabras como insultos en lengua maya (con afán de bromas, no de ofensas), ladridos de los perros, movimientos de los árboles, movimientos intempestivos de posibles animales, indicaciones que se daban los clamoreadores entre ellos (como por ejemplo, “delante de ti”, “ahí están los venados”). Se oyeron hasta once detonaciones de escopetas.
Como se dijo ya, por supuesto, ese día solo se observaron cazadores, porque incluso, unos muchachos que atrapan pájaros, entraron al monte y al ver el movimiento de batida, se regresaron enseguida al pueblo. Se sabe que ese día, al amanecer, el monte está destinado sólo a la batida.
Al salir de nuevo a la carretera hicieron comentarios jocosos como “besarle la mano al cazador” que logró “tirar” un venado. Se trata de una antigua costumbre que en algunas comunidades del oriente del estado aún se practica con respeto pero que en la batida que se describe tuvo un sentido de “recordatorio en broma”, o al menos no se pudo observar directamente un “besamanos” como se ha observado con otros cazadores que lo hacen como signo de respeto. Otros comentarios referían a que se les escaparon algunos venados, o que tal vez la pericia de los cazadores en cuestión fuera dudosa. Como fuere, no hubo conflictos, tampoco accidentes ni desacuerdos. Más bien, estuvieron contentos de obtener cinco presas para las ofrendas a las cruces. Los venados fueron puestos en una sola camioneta y llevados al oratorio.
La persecución de los cazadores
Algunos cazadores han pasado por la “experiencia” de haber tenido algún incidente con la policía. Uno de ellos platicó que en una ocasión iba en la pick up de regreso de una batida. En la parte de atrás iban otros cazadores y los venados cazados. Fueron detenidos por una patrulla. Les quitaron las escopetas y los venados. Tuvieron que ir a Mérida a declarar. Finalmente les dejaron ir.
Otros cazadores han tenido este tipo de “encuentros” con policías. Reportan que en general los policías no son violentos. A veces, incluso, los cazadores “se arreglan” con los agentes.
Cuando los detienen en la carretera, los cazadores declaran que son campesinos, que no tienen dinero, que cazan para comer, para dar le alimentos a sus hijos, incluso para vender porque tienen que completar el gasto familiar.
El tema de la cacería es controvertido. Algunos hablan del peligro que significa la posibilidad de herir, incluso de dar muerte a otro cazador, por error. Pero la policía detiene (o detenía) por lo general, con el argumento legal de “portación de armas de fuego” sin permiso.
Si nos acercamos a la literatura al respecto, vemos que en Yucatán existe ya jurisprudencia en ese sentido. El trabajo de Herrera (2010) sobre peritaje antropológico, menciona uno de los casos más antiguos de peritaje antropológico en Yucatán (2001), acerca de esta cuestión de “portación de armas”. El abogado del acusado, ya encarcelado, solicitó al entonces Instituto Nacional Indigenista (INI) un peritaje antropológico. En el peritaje que fue entregado al juez, se destaca que el señor acusado “… consideraba el arma como una parte de su indumentaria tradicional y la utilizaba para espantar animales así como para cazar de vez en cuando en su parcela. Se indica en este peritaje que para los habitantes de la zona es común y normal llevar una escopeta consigo, para cazar, ya que cuando están trabajando en la milpa, pueden cazar o asustar animales. Estas escopetas las llevan al hombro o bien en la parrilla de sus bicicletas junto con sus implementos de trabajo” (Herrera, 2010, p. 42).Gracias a este peritaje, el Magistrado del Tribunal Unitario aceptó como válido el argumento. El acusado fue absuelto y se le regresaron el arma y fianza.

En otro texto (Herrera y El Makaqui, 2016, p. 55) se asienta que al revisar peritajes antropológicos en Yucatán entre 2010 y 2013, se observa que del total de 122 peritajes, 61 fueron por portación ilegal de armas de fuego.
Cabe aquí señalar que, dado el uso generalizado de armas para cacería en las comunidades, no es inusual que el arma que en un momento dado lleva el cazador, no sea de su propiedad. Tal es la vigencia de esta práctica que cuando quien “tira” a la presa con un arma que no es de su propiedad, debe entregarle una parte del venado al dueño de la escopeta. En este contexto es común que quien porte el arma no tenga el permiso consigo y, por otro lado, la jurisprudencia sustenta el derecho del campesino-cazador a llevar el arma “como parte de su indumentaria”.
Es probable que por la existencia de dicha jurisprudencia sobre la legitimidad de la portación de armas de fuego por parte de los cazadores-milperos mayas, se empiece a detener a cazadores con el argumento de que podrían causar disturbios. En más de una ocasión nos ha sorprendido escuchar, incluso de investigadores aún no familiarizados con las formas de vida de los mayas peninsulares, la preocupación o cuando menos la sorpresa que experimentan al inicio, cuando por primera vez se encuentran con un grupo de cazadores que regresando de una batida, circulan por las carreteras o las calles de la comunidad en motocicletas o bicicletas con sus escopetas, o cuando por las tardes, los milperos regresan de sus milpas en bicicleta portando al hombro o en la parrilla de la misma, su arma. En estas situaciones salta a la vista el desconocimiento de la cultura maya campesina. Y es que estas armas son realmente un instrumento de trabajo de los mayas milperos, pues con ellas defienden los productos de sus milpas del “ataque” de animales como mapaches, pájaros y otros animalitos que también viven del maíz, pero que sin control alguno de parte del milpero pueden acabar con toda una milpa en un abrir y cerrar de ojos.
Si bien el campo yucateco, y en general el de la península, no es uno donde la violencia con armas sea cotidiana, cuando se reportan casos, rara vez en estos, está involucrado el uso de una escopeta, pudiéndose afirmar con cierta confianza que estas armas se usan casi con exclusividad para la cacería. Perseguir la cacería significa poner en riesgo la reproducción y trasmisión de conocimientos transmitidos de generación en generación, acerca del monte y de los animales que en él viven, de las costumbres de estos, del conocimiento sobre los vientos, de la cosmovisión maya en el aspectos de creencias ancestrales acerca de cómo disponer de lo que el monte ofrece sin poner en peligro a los animales y su reproducción, pues hemos visto lo que puede suceder al cazador “enviciado” que caza para vender la carne. La propia cultura maya tiene sus propias formas de veda, mismas que devienen del profundo conocimiento que tienen de sus montes y de los seres que en él viven.
(Texto tomado del libro: Patrimonios en riesgo : múltiples miradas / Laura Elena Corona de la Peña, Luis Miguel Morayta Mendoza, Carlos Barreto Zamudio, Milton Gabriel Hernández García, (coordinadores). Primera edición. México : Universidad Autónoma del Estado de Morelos, 2024)
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Patricia Balam. Centro INAH Yucatán.
[1] Por lo general, en comunidades de la península, el Zip, o dueño de los animales, se aparece a los cazadores “enviciados”, o sea, aquellos que abusan de la práctica cinegética. Se le representa, casi siempre, como un gran venado que lleva entre sus cuernos un panal de avispas. “Encontrarse” con el Zip resulta en algún tipo de enfermedad para el cazador en cuestión. En otras comunidades de la Península, el Zip es un venado pequeño que de igual manera se aparece ante los cazadores abusivos (Quintal y otros, 2023, pp. 243-286).
[2] Los pahuatunes son cuatro, están asociados a la cardinalidad y suelen ser invocados por los especialistas religiosos mayas en las plegarias propias de algunos rituales como el de petición de lluvias.
[3] Una revisión somera, sobre todo de fuentes secundarias, no nos proporciona suficiente información para ente de avispas entre los cuernos. Thompson refiere en el capítulo 9, acerca de los mitos mayas de la creación, varios en los que el héroe da muerte a uno de los personajes que se convierten en una piel de venado y que es rellenada con serpientes y con insectos que pican (1975, pp. 397-446). En este sentido, la idea del panal de avispas en los cuernos del venado podría tener un “antecedente” en estos mitos
[4] Solís Iván, III Congreso Internacional de Cultura Maya, Mérida, 2011.
[5] Véase Quintal, Balam, Gómez y Solís, sobre el tema de los cazadoresmilperos de la península de Yucatán, en el marco del Programa Nacional de las Regiones Indígenas de México, INAH (2023, pp. 243-286).
[6] Véanse los trabajos de Yah (1993), Arias (1995), Montiel, Arias y Dickinson (1999), Montiel y Arias (2008), Montiel (2010), Segovia y otros (2010), Chablé y González (2010).
[7] Véase Quintal, Balam, Gómez y Solís, (2023, pp. 243-286).
[8] Idem
[9] Véase Santos-Fita, 2013.
[10] Es muy probable que en nuestros días los cazadores hagan una sencilla ofrenda antes de salir de caza. En el siglo XVII, en el famoso Auto de Fe de Maní, fueron quemados libros e “ídolos” supuestamente reverenciados por los mayas de ese tiempo. En la obra Don Diego Quijada, alcalde mayor de Yucatán (1938), que contiene documentos sobre el juicio que se hiciera al obispo Landa en relación con el citado Auto de Fe, se apunta que los mayas de ese siglo veneraban a sus “ antiguos ídolos” en cuevas, donde les ofrendaban pidiendo lluvia, buena cosecha y buena caza (Scholes y Adams: XLV). En los años ochenta del siglo XX, en la Comunidad de Ek’Balam, en el oriente del estado, algunos de sus habitantes, cazadores, ofrendaban velas o algo de dinero, a dos figuras de piedra que habían sido recuperados en una parcela del ejido y llevadas al pueblo a casa de unos de los ejidatarios.
[11] Acerca de la participación de los niños en las batidas, véase Gómez Guzmán, Jorge y Patricia Balam Gómez (2019, pp. 91-101).
[12] Véase Quintal y otros, 2003.
[13] Los mayas de la actualidad utilizan diferentes técnicas de preparación de carne. Una de ellas es la llamada chakbil “es una técnica de cocimiento rápido” sobre todo para carne de aves y de verduras. Cuando se trata de cocer carne de mamíferos se llama al procedimiento chee chak (Pereza, 1980: 302). Lo pibil implica cocimiento en horno subterráneo. Para entender la diferencia entre comer carne cruda y cocer en horno subterráneo véase Levi-Strauss (1968, p. 131).
[14] Este apartado se presenta sobre todo a partir de la experiencia de campo de Patricia Balam, quien junto con un amigo, que es cazador, participó en la primera batida. Es bastante raro que una mujer participe en este tipo de actividades, pero quizá la amistad con algunos cazadores explica su presencia en la batida.
[15] El tema de los accidentes ha sido una constante en la historia de la cacería con escopetas en la península. A veces, para la investigación del accidente se acuda a las autoridades; otras, la propia comunidad lo resuelve de manera interna (Quintal y otros, 2010).