jueves. 20.03.2025
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Tachas 607 • A Fina• Karla Gasca

Karla Gasca

Foto, Karla Gasca
Foto, Karla Gasca
Tachas 607 • A Fina• Karla Gasca

Escribir es la única forma que conozco para mitigar el dolor, para resistir un golpe tan duro como lo fue tu partida. Quisiera honrar tu vida, contar lo que fuiste, pero hacerlo en unas cuantas líneas sería una injusticia. Por eso mejor escribo con la intención de sentirte cerca, de imaginar que me observas, serena, desde la cama. 

Nunca supimos qué día naciste. Hicimos cálculos vagos y concluimos que tu fecha de nacimiento caía, más o menos, en el mes de febrero. Establecimos que tu cumpleaños sería el día 14, una resolución cursi que nos ayudó a recordar el festejo. Con el tiempo supe que no nos equivocamos. Tu sola presencia en nuestras vidas era una muestra palpable de amistad y amor incondicional. 

Recuerdo tus travesuras de cachorra, tu afán por robar mis brasieres y correr con ellos por el departamento. Me imagino enojada persiguiéndote, porque eso hice más de una vez. Luego cambiaste la ropa interior por pantuflas y otros objetos agradables a tus encías. Conservo un par de libros con la solapa destruida. Con el tiempo perdiste el interés por masticar mis libros y te limitaste a observarme mientras los leía. Pasaba los ojos de las páginas a tu mirada que parecía devorarme, hasta que cedía y me levantaba a buscar la pelota.

Un día decidiste que la cama de mamá era también tuya. Una cama matrimonial sin un perro en ella es un desperdicio. Sentí celos. Solo te recostabas junto a mí cuando mamá iba a la cocina o salía a la calle. Entonces te acercabas y exigías que te alzara para ponerte a mi lado. Compartimos cobijas, películas y silencios que terminaban por romperse con el ronquido de alguna de las dos.

Para ser tan pequeña eras un universo en ti misma, uno complejo y bellísimo. Le temías a la aspiradora, corrías despavorida al escucharla, pero amabas la secadora de cabello. El aire caliente activaba el mecanismo de tu cola feliz y te ponías a nuestros pies para recibir calor, incluso en verano. Siempre soñé con llevarte a la playa; ahora te imagino en ella, observando todo con la curiosidad de un alma noble que se maravilla frente al mar. 

Emocionada te asomabas por la ventana del coche y recibías piropos de conductores y transeúntes; algunos te chiflaban, otros sonreían al verte. Contemplabas el mundo en movimiento y te sentía feliz en mi regazo. Nos tomaba fotos en el espejo lateral para presumirte, para presumir la alegría de estar juntas. 

Tu forma de mirar al cielo te distinguía. Ni Chiripa, ni la Negra miraban al cielo como lo hacías tú. Aun recuerdo el día que te llevé a pasear al Centro y descubriste al dron que sobrevolaba por encima de nosotras. Lo miraste largo rato entre fascinada y temerosa, como quien atisba un ovni en medio de una noche estrellada o pide un deseo frente al paso de un cometa. 

A menudo ladrabas con insistencia para pedir algo. Yo nunca atinaba; mamá sí. Tiene sed, quiere salir, decía. Conocía tus horarios y necesidades mejor que las suyas. Mamá aprendió tu idioma bastante bien; yo me sentía ajena y fascinada. Mientras escribo esto caigo en la cuenta de que nuestro idioma era el del juego. Nos entendíamos cuando te perseguía alrededor de la mesa hasta marearnos. 

No escribiré sobre tu muerte porque no puedo, porque con tus últimas fuerzas te acercaste a mí para que te abrazara. Te dije duerme, no pasa nada. También dije que todo estaría bien y lo repetí una y otra vez al notar que el mundo entero se resquebrajaba.  

Me cuesta distinguir entre tristeza y lástima. Siento lástima de mí porque ya no estás, porque aún te veo recostada en el sillón de la sala absorbiendo los rayos del sol, o persiguiendo tu pelota favorita, esa con textura extraña que tanto trabajo me costó conseguir. Te veo en la cama vacía de mamá que juega solitario en la computadora. Te veo dentro de mí, cada que cierro los ojos. 

Espero, algún día, observar tus fotos, no con la desolación de quien ha perdido a alguien importante e irremplazable, sino con la dicha de haber coincidido con un alma afín, con un corazón generoso que, sin planearlo, terminó adherido al mío con tal fuerza, que ahora me cuesta distinguirlos.


 

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Karla E. Gasca (León, Guanajuato, 1988). Autora del libro de relatos breves: Turismo de Casas Imposibles (Los Otros Libros, 2023), (Ediciones Liliputienses, 2023). Algunos de sus cuentos figuran en las antologías: Para leerlos todos(2009), Poquito porque es bendito (2012), y Presencial, memoria del encuentro entre colectivos literarios del Seminario Amparán (2021). Becaria del PECDA Guanajuato (2022) en la categoría Jóvenes Creadores, dentro de la disciplina de Crónica. Becaria del programa Impulso a la Producción y Desarrollo Artístico y Cultural del ICL (2023) en la categoría de Literatura con el libro de crónicas: Nemi. Historias de una ciudad. Obtuvo el primer lugar en el Tercer Certamen de Cuento Corto de la Casa de la Cultura Efrén Hernández. Finalista del Premio Latex 2023 de microficción urbana (Editorial MOHO). 

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