miércoles. 26.03.2025
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GUÍA DE LECTURA 579

Tachas 610 • Elogio de la estupidez, de Jean Paul Richter • Jaime Panqueva

Jaime Panqueva

Elogio de la estupidez, de Jean Paul Richter
Elogio de la estupidez, de Jean Paul Richter
Tachas 610 • Elogio de la estupidez, de Jean Paul Richter • Jaime Panqueva

1783, Johann Paul Friedrich Richter es por entonces un joven de dieciocho años que al poco tiempo de llegar a la universidad de Leipzig descubre su vocación por la escritura. Estudiaba teología, pero ya había sido picado por las ideas de la ilustración y por los escritos satíricos de Jonathan Swift y Christian Ludwig Liscow. De aquellos primeros años proceden Los procesos groenlandeses, una serie de cartas y tratados donde cita a sus tutores y ensaya, entre otros un segundo elogio a la locura, también tras la senda de Erasmo de Rotterdam. Pero la fama vendría más tarde con sus novelas, en particular La logia invisible(1793), Hesperus (1795) y Siebenkäs (1796–1797). Su fama lo llevaría a la ciudad letrada de entonces, Weimar, donde reinaban Goethe y Schiller, quienes lo recibieron muy fríamente, pues su ligereza y humor no correspondía al espíritu solemne de los literatos consagrados. Schiller comentó incluso que Richter parecía haber aterrizado de la luna. 

Para entonces el joven había afrancesado su nombre y, en homenaje a Jean-Jacques Rousseau, firmaba como Jean Paul. De Weimar pasó por Berlín y tras una efímera carrera se asentaría en Bayreuth, donde continuó produciendo sin mayores éxitos. Tras fallecer en 1825 se publicó de forma póstuma su Elogio de la estupidez (Das Lob der Dummheit) fechado en aquella primera época de Leipzig. 1782. 

Su crítica demoledora da voz a la Estupidez misma para que pondere sus aportes a todos los estamentos sociales de su época, clero, nobleza, científicos, académicos, literatos y pueblo raso. Y aún resuena en nuestros tiempos. Para la muestra comparto aquí algunos fragmentos:

La estupidez es el remedio universal largo tiempo buscado contra todas las enfermedades. Pensad en el ser humano feliz cuyo estómago nunca se ha visto perturbado por la cabeza durante la digestión, y que nunca ha malgastado su vigor interno en la fertilización del menor pensamiento: su cuerpo es la viva imagen de la salud.

Los que más han favorecido y alimentado la estupidez del pueblo son los que han sacado mayor provecho. No es cierto que aquella asegure el cielo la otra vida, pero sí es verdad que lo asegura en esta a los que se han hecho sus apóstoles… nunca el clero fue más feliz que cuando el pueblo era completamente estúpido. 

Se pinta a la justicia con los ojos vendados, aunque habría sido más exacto tal vez pintarla vendando ella los ojos a los demás. 

Como un intelectual prefiere hablar antes que pensar, no es extraño que intente preservarse del pensamiento con las palabras, aprendiendo durante mucho tiempo lenguas extranjeras cuando es incapaz de pensar en la suya. 

Hago feliz al idiota tanto en su cabeza como en su corazón. Es cierto que no le proporciono la sabiduría, pero sí la creencia de que la posee. La falta de aquella le protege contra todos lo peligros que hacen zozobrar al pensador en el piélago de males temporales y eternos. No se arriesga jamás a ir por el océano de la duda para navegar hacia la tierra de la verdad. Nunca lee otros libros que los que le arrullan llenándole su alma de esperanza y su cuerpo de sueño. Por eso es siempre apacible, pues es demasiado ciego para ver cualquier cosa temible: y por eso es tan monótono en sus opiniones: no conoce otras que no sean aquellas en las que cree.

…ayudo a los escritores que escriben malos libros para obstaculizar los buenos, y a aquellos que buscan su renombre aniquilando al del otro.

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