El que se va se lleva su memoria, su modo de ser río, de ser aire, de ser adiós y nunca.
Rosario Castellanos

Las leyes inflexibles del azar, está visto, eligen las entrañas del caos para cumplirse.
Augusto Roa Bastos

Ya es inevitable hablar de las muertes. Vienen días de tradición en los que se inscribe el recuerdo de nuestros muertos. La muerte es una certeza, el nacer es azar. Cada día recibimos noticias de la muerte. La muerte se siente cerca con los amigos y amigas que pierden a un ser querido. Nadie esta preparado para la orfandad. Aun en el ciclo de la vida desde lo racional, la muerte nos toma por sorpresa, desencaja la mandíbula, se desordena la mente, se aprieta el corazón. Es nítido que nadie está listo para aceptar la ausencia de un hijo, de una hija, de un esposo, de una compañera de vida. La muerte tiñe la vida que sigue con los colores del dolor y de la remembranza.

Quienes desaparecieron son ánimas, fantasmas e ilusión de un retorno que se vuelve una esperanza, esa que nunca muere. Sus familiares esperan localizar vivos o muertos a quienes la ausencia hace presentes todos los días y las lágrimas se sueltan desde el rostro para rociar la tierra donde se pisa con paso firme a veces y otras con un andar tembloroso para encontrar señales, rastros o evidencias de sus cuerpos inertes a los que de una u otra manera se quiere encontrar.

La indiferencia de las autoridades ante los desaparecidos y la indiferencia ante las víctimas de homicidios dolosos en Guanajuato, que hasta el 16 octubre del 2021 son ya 12,454, cifra correspondiente al 12% del total las muertes dolosas en lo que va del actual sexenio. La realidad es que se van llenando de crespones negros las puertas de los hogares donde la muerte los tomó por sorpresa. Los datos son duros, la indiferencia y el dolo de las autoridades en Guanajuato raya en lo grotesco, donde la impunidad e ineficiencia se convierten en conferencia de prensa, en comunicado oficial, y lo único que crece en los escritorios son carpetas de investigación sin resultados, que se acumulan como triste evidencia del gran desprecio a la vida desde el gobierno y la negación institucionalizada para que haya algo de justicia.

Los saldos de esta vorágine de las violencias que estamos viviendo, tiene también una narrativa que eriza la piel, que hace cerrar los puños, que la boca quede seca, que las palabras falten, junto con el aire que se enrarece y hace que los ojos se llenen de coraje. Los contextos de la vida de muertos y desparecidos no distinguen las condiciones sociales, aunque es cierto que a los más pobres, a los más vulnerables, se les carga todo: pobreza, enfermedad, carencias de todo tipo. Aun así, padres, madres, abuelos, hermanos, hijos, tíos, primos, la familia toda se une en lo real y en lo simbólico. Las categorías para nombrarse a sí mismos, implica un dolor adicional e inherente para saber que son revictimizados, tanto ellos como sus familiares muertos o desaparecidos. El poder no tiene corazón, pero sí intereses.

La pandemia de covid-19 nos llenó de inesperados muertos. El encierro, el confinamiento y las políticas públicas de salud hicieron que la vida cambiara de tajo. La vida cotidiana se transfiguró en días; en unas cuantas semanas, los escenarios y las condiciones de vida quedaron de cabeza, y las consecuencias de todo lo que ha implicado la pandemia en el contexto socioeconómico del país, hace que aún no podamos observarlas con claridad.

El saldo social de pobreza, pobreza extrema y abandono escolar que se incrementó, junto con cientos de miles de personas con secuelas permanentes por el covid-19, junto con el desempleo y la precarización del trabajo, entre otros efectos, tiene su correlato en la gigantesca brecha que históricamente ha existido entre los más pobres y los dueños de grandes fortunas en Latinoamérica. El número de multimillonarios en la región subió de 76 a 107 y el total de la fortuna acumulada por el selecto club escaló de 284 mil millones de dólares a 480 mil, y ahí están nuestros 14 multimillonarios mexicanos. La acumulación de la riqueza creció a costa de las nuevas necesidades consecuencia del covid-19. El mercado no tiene escrúpulos y queda claro que sólo quiere ganancias.

Los muertos se acumulan en los panteones, en los escritorios de las fiscalías, en los semefos y en las fosas clandestinas. Cada número de las cifras, de las estadísticas de la muerte, corresponden a una persona que tiene un nombre, un rostro, una familia, un pasado, una historia vida a la cual se le quitó el futuro. Los muertos estarán presentes en los próximos días en altares, en decoraciones y en la fusión del Halloween con nuestros Días de Difuntos.

A la muerte la seguiremos integrando como tradición para abrazar y recordar a nuestros muertos, a nuestras personas amadas, pero ese recuerdo lo deberemos transformar en enojo, en coraje, en protesta social, en dignidad, en solidaridad y dolor compartido. Tal vez ahí, encontremos caminos reales para exigir justicia y para la justicia social, y con todo ello elaborar un duelo que permita lograr la paz de haber encontrado a cada desaparecido y tener la certeza, esa que da tranquilidad en el corazón y en el alma, de que por fin, pese a todo y en contra de todo, se haga justicia, que es lo mínimo que merecemos como sociedad.