sábado. 07.06.2025
El Tiempo

El objetivo en redacción

"Escribir sin un propósito propicia productos inconsistentes, superficiales o absolutamente inútiles. Como decía Séneca «Ningún viento es favorable si no se sabe a dónde ir»."

El objetivo en redacción

Escribir siempre tiene un propósito. Éste puede ser tan variado como la necesidad de quien redacta. Es decir, que podría responder a exigencias científicas, estudiantiles, laborales o emocionales. Por ello, puede tener un fin administrativo (como los memorandos), uno recreativo (como novelas, cuentos o poemas), uno normativo (como los manuales de procesos, reglamentos y leyes), escolar (como los trabajos estudiantiles), científico (como los ensayos y artículos de revistas especializadas), informativo (como las noticias) o reflexivo (como los artículos de opinión). Esto es, que el objetivo puede ser tan variado como las propias actividades humanas.

Nadie escribe sin un propósito. Ni aún el autor de poesía deja de tenerlo (quizá, dar rienda suelta a su condición emocional, con introspección; o buscando halagar a la musa). Escribir sin un propósito propicia productos inconsistentes, superficiales o absolutamente inútiles. Como decía Séneca «Ningún viento es favorable si no se sabe a dónde ir». Es decir, que inspiración sin propósito no será más que una sensación de euforia pasajera (poeta sin musa –ficticia o real– es navegar sin rumbo).

Normalmente, para que el redactor logre con mayor eficiencia su propósito debe considerar varios aspectos. Como primera instancia, contemplar la reacción de su lector. ¿Qué le interesa?: ¿que se forme una opinión?, ¿que esté al tanto de algo?, ¿que tome decisiones?, ¿que se presente en algún lugar?, ¿que se sienta halagada o intensa?

Pero para conseguir una reacción cercana a la esperada, el redactor debe contemplar el perfil de su lector. Por supuesto, entre más preciso sea éste, más fácil será recurrir a palabras y estructuras propias del receptor de la comunicación. Por el contrario, si se desconoce el perfil de destinatario, el redactor deberá acudir con mayor regularidad a los términos coloquiales o a mayor número de explicaciones.

Ningún aspecto del lector debe omitirse porque, incluso, alguno podría ser determinante. La edad, por ejemplo, en narraciones infantiles o folletos para ancianos. En cada caso –además de la temática– la estructuración y el tipo de palabras juegan un papel fundamental para conseguir la reacción ideal.

El tono enunciativo, directo y sin mucho detalle es más característico de un perfil con baja escolaridad o infantil. En tanto, a mayor escolaridad y hacia adultos aún sin llegar a la llamada tercera edad, un lenguaje más complejo es el más adecuado. En este sector, la estructura de la oración también puede ser de mayor complejidad. Me refiero, a que el uso del punto y seguido será demanda regular en menor escolaridad y juvenil; en tanto, oraciones más complejas puede aplicarse al otro grupo mencionado en este párrafo.

 El objetivo es el punto inicial de todo texto, es el lugar de inicio, la consideración previa antes de enunciar la primera palabra. Precisarlo, comprenderlo, definirlo es fundamental para escribir y dar sentido a un escrito. Es suficiente con recordar que redactar viene del latín redigiere que significaba ‘redirigir’. No es posible replantear, organizar, priorizar u ordenar alguna idea si no es claro hacia dónde dirigir la composición, si no hay propósito. Solo con un objetivo, el ejercicio reflexivo de escribir adquirirá sentido.