sábado. 07.06.2025
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Parentalidad y buenos tratos • Importancia de la sociedad en la autoestima de niñas, niños y adolescentes • Gaudencio Rodríguez

“…no sólo papá y mamá son responsables de garantizar su sentimiento de valía, competencia y agencia…”
Parentalidad y buenos tratos • Importancia de la sociedad en la autoestima de niñas, niños y adolescentes • Gaudencio Rodríguez

La autoestima es ese conjunto de percepciones, pensamientos, evaluaciones, sentimientos y tendencias de comportamiento hacia nosotros mismos, hacia nuestra manera de ser y de comportarnos, y hacia todo lo que somos: nuestra personalidad, nuestro carácter, nuestros rasgos.

De acuerdo, con los estudios clásicos en el tema, también podríamos decir que la autoestima es la experiencia de ser aptos para la vida y para sus requerimientos, lo cual implica la confianza para afrontar los retos y desafíos de la vida, confianza en nuestro derecho a ser felices. Incluye el sentimiento de ser dignos, de tener derecho a afirmar nuestras necesidades y a gozar del fruto de nuestros esfuerzos.

La autoestima surge poco a poco: primero el autorreconocimiento, o sea, la capacidad de reconocerse a sí mismo en el espejo (cosa que el bebé logra hacia los 18 meses); después la autodefinición, la cual aparece a los tres años de edad, cuando la niña o niño es capaz de identificar las características que lo describen a sí mismo, inicialmente en términos físicos, y hacia los seis o siete años en términos psicológicos; finalmente, el autoconcepto, el cual se desarrolla entre los seis y doce años; se trata del sentido del sí mismo que recoge las ideas referentes al valor personal (dentro de este contexto, identificaremos una autoestima alta o baja que acompaña al autoconcepto).

¿Cómo se consigue que una niña, niño o adolescente construya una autoestima sólida? Ya antes he dicho en este espacio editorial que la “fórmula” dice: para que un ser humano se valore y valore a los demás, primero debió sentirse valorado; para que se sienta valioso e importante, primero alguien debió tratarlo con consideración, respeto y dignidad; para saberse capaz y competente primero debió sentirse amado y acompañado por las personas más significativas de su vida, sobre todo durante su vida temprana donde era dependiente y necesitaba de la mirada generosa y tierna de mamá, papá o personas cuidadoras al principio, y después de las personas que fueron apareciendo en su crianza y educación: familiares, vecinos, docentes, instructores, etcétera.

Porque no sólo papá y mamá son responsables de garantizar su sentimiento de valía, competencia y agencia. Somos todas las personas adultas de una sociedad quienes hemos de construir comunidades que atesoren a sus niñas, niñas y adolescentes. Que les miren con buenos ojos. Que faciliten su crecimiento y sano desarrollo. Que vean sus comportamientos errados como oportunidades de aprendizaje en lugar de ocasión para el castigo, grito o humillación. Que enfaticen sus aciertos, no sus equivocaciones. Que no los encuentren un estorbo, sino motivo de alegría. Que garanticen los buenos tratos en la parentalidad, en la crianza, en la educación.

Insisto, la principal manera de garantizarles una autoestima saludable, es haciéndoles sentirse dignos y capaces. Para lo cual resulta fundamental nuestra vinculación respetuosa y amorosa (tratarles siempre como uno de la propia especie), así como nuestra labor para construirles oportunidades para que pongan en juego sus talentos.

También es importante tener consciencia de las palabras que utilizamos. Siempre será útil la práctica de un lenguaje positivo. Por lenguaje positivo nos referimos a la posibilidad de poner atención y énfasis en los méritos, esfuerzos, habilidades, afanes, éxitos, iniciativas y aciertos de la niña, niño o adolescente, dejando pasar de largo aquellas conductas o actitudes negativas (siempre y cuando estas no traigan consecuencias graves para ellos, ni para los demás, ni para el entorno), después de todo suelen hacer más cosas acertadas que erradas durante el día. Y cuando los aciertos son reflexionados, suelen dejar aprendizajes significativos y motivación para el afrontamiento de los retos de la vida diaria.

Sí, las niñas, niños y adolescentes suelen hacer más cosas acertadas que equivocadas. Sin embargo, suele pasar que en nuestra cultura adultocrática, al término del día suelen recordarse sólo sus pocos yerros, debido a eso fue lo único que sus autoridades enfatizaron. De los aciertos suelen decir muy poco o nada debido a que suelen pensar que no tienen ningún mérito, o que son parte de su responsabilidad, o el mínimo que tienen que cumplir: cambiarse la ropa, bañarse, hacer sus múltiples tareas, ser puntuales y limpios…Y al no señalar el acierto se deja pasar la oportunidad de fortalecer la autoestima, autoestima que aporta seguridad, y que se traduce en buen comportamiento.

Nuestras palabras positivas y alentadoras son semillas que han de germinar en el corazón y la mente del niño, niña o adolescente, transformándose en autoestima, seguridad, autorreconocimiento, autoaceptación, capacidad, solidaridad, humanidad y en todo aquello que una persona necesita para valorar, confiar y respetarse a sí mismo, y desde ahí valorar, confiar y respetar a los demás (incluye a todo ser vivo).

Una sociedad que ve con buenos ojos a las niñas, niños y adolescentes, es una sociedad que contribuye a la autovalía de éstos, elemento fundamental para crecer con seguridad y plenitud. Y desde ahí contribuir, paulatinamente, al fortalecimiento de la sociedad.