La obra de Vicente González del Castillo, patrimonio cultural de Guanajuato
El pasado miércoles 12 de marzo se cumplieron 50 años de la muerte de un poeta, maestro y cronista de leonesidad adquirida, fecha que se recordó presentando el libro de Ernesto Padilla González del Castillo: Vicente González del Castillo, hombre de una pieza.
Tuve el gusto y el honor de recibir la invitación del autor para presentar la obra en un evento realizado en el teatro María Grever. Este es el texto preparado para la ocasión.
***
…Primero que nada quiero agradecer al autor, mi querido amigo Ernesto, por hacerme el honor de invitarme a intervenir en esta presentación editorial que es al mismo tiempo una velada que, como bien dice Ernesto en la página de presentación de su libro, además de que ya lo hemos sentido, tiene una intensa …carga de emoción, admiración y cariño, por tratarse de una obra que recupera para los lectores la memoria de alguien tan relevante y valioso para nuestra querida ciudad de León, como lo es el poeta don Vicente González del Castillo.
En lo personal, esta intervención es un reto dado que debo intentar hacer la presentación editorial de una obra que es en sí misma valiosa, porque recoge una semblanza del trabajo del poeta, del historiador y maestro, presentación que también es de inmediato trascendida por el peso del compromiso de hablar del personaje que además congrega a su familia, pero también a muchos leoneses cercanos en lo afectivo por haber sido sus alumnos, o a tantos otros que, como don Vicente, han sabido de la necesaria presencia que la poesía significa en la vida, en sí misma una poesis en cotidiana construcción.
Agradezco también, y mucho aprecio el gesto de Ernesto, quien me concede en su libro no sólo la posibilidad de su amistad, para mí ya entrañable, sino que además menciona lo que él llama mis …valiosas disertaciones sobre la cultura local y nacional, como contexto a la vida y obra… de don Vicente González del Castillo. Le ganó a mi buen amigo Neto algún arrebato lírico, porque lo que hemos hecho en nuestras siempre ricas reuniones del Seminario de Cultura Urbana de la Ibero, es simplemente platicar sobre los temas que nos son afines en nuestro gusto y amor por la ciudad, por nuestro León, por sus ciudadanos, su devenir y su porvenir. Es de esto de lo que me gustaría ocuparme a propósito del libro de Ernesto, pero sobre todo, a propósito de lo que puede significar en el devenir y en el porvenir de León, acercarnos a la obra de don Vicente González del Castillo. La primera gran aportación de Ernesto con esta obra es precisamente situarnos en la necesidad de recordar a don Vicente, a no apartarlo de la memoria de los leoneses.
Ortega y Gasset dijo que La edad es el modo que tiene el tiempo de estar en nosotros. El tiempo en que nacemos y vivimos nos proporciona los materiales de los que se formará nuestro carácter y permitirá nuestra vigencia, entendida nuevamente a la manera de Ortega y Gasset, como el conjunto de ideas, creencias, valores y costumbres que forman una interpretación de la realidad en la que transcurre la propia vida y la de la generación que nos toca compartir.
Don Vicente González del Castillo nace en 1888. Generacionalmente, los hombres de su época son hombres que buscan construir un futuro de libertad y de progreso en la nación moderna que les toca construir hacia el final de un siglo convulso de búsqueda y afirmación nacionales. Modernos a la manera de quienes desde la literatura daban cuenta de su posición en el mundo: Balzac o Stendhal, quienes viven el debate entre aceptar las reglas del juego del mundo si se quiere participar en el juego o vivir la vida (como Balzac), o vivirla como un acto de afirmación y búsqueda del camino que la historia de su tiempo abre como posibilidad (Stendhal). Intentaré acercarme un poco al tiempo que le toca vivir y en el que se forma el carácter de don Vicente González del Castillo, y con él revivir el mundo que para nosotros es memoria, pero también debiera ser referente de nuestra identidad.
Su tiempo y nuestro León
Seguramente, el niño que era don Vicente escuchó de la terrible inundación de León el año en que nació, cuando apenas su familia había llegado a establecerse en León (si la familia llega de San Francisco del Rincón con el hijo de 4 meses, la llegada coincidió con el mes de la inundación), y le tocó vivir el proceso de recuperación y reconstrucción de la ciudad. Vio seguramente con asombro en su niñez el ferrocarril, que había llegado por primera vez cuatro años antes de su nacimiento, o corrió alrededor de la colocación de la herrería del actual kiosco de la plaza principal cuando tenía apenas 4 años. El niño de 5 años pudo ver tal vez el primer arco de madera que se colocó en la Calzada, y la construcción del arco actual, en 1896 a sus ocho años. Seguramente recorrió con su familia la ciudad de León de entonces en el tranvía de mulas que pudieron llevarlo desde el Coecillo hasta la Calzada o San Miguel, pueblo que dejó de ser lejano y comenzó a anunciarse como barrio leonés a partir de la llegada del ferrocarril.
don Vicente González del Castillo creció maravillado con el progreso de la ciudad de León, que en 1897, a sus nueve años y el advenimiento de un nuevo siglo, logró tener una red de agua con hidrantes en la plaza principal, en la calle de Progreso, en la Plaza de Gallos y otros lugares. Maravilla de la naciente tecnología ver salir el agua por una tubería y no de un pozo, algo que hoy por supuesto no asombra a nadie. El teléfono llega cuando don Vicente tiene diez años, igual de la luz eléctrica, avances cuya presencia seguramente marcaron la diferencia en la historia de su generación respecto de las anteriores. El futuro de progreso se abría a los ojos de don Vicente González del Castillo al final de un siglo que había significado, entre muchas otras cosas, la definición de México como nación, y de León como una ciudad importante, en un medio muy conservador, volcado hacia el interior de la propia ciudad y un ambiente casi feudal, en un medio muy cercano a lo rural. Dice Silvia Arango que hacia finales del siglo XIX, una vez afirmado el sentido nacional y sentadas las bases institucionales y materiales para el progreso y desarrollo, como en Latinoamérica, en México hubo preocupación por la conformación cultural del país y las ciudades. Los avances científicos y los inventos como la luz eléctrica, el teléfono o el telégrafo, fueron el marco propicio para la curiosidad intelectual y el estudio como catalizadores del asombro y la esperanza. Don Vicente González del Castillo vive del asombro por la ciudad que ve surgir, que para 1900 era la cuarta ciudad de México por rango de población. Tal vez el lema del concurso de cuento que gana don Vicente González del Castillo en 1926 resume lo que pudo ser el espíritu de esa época de final de un siglo e inicio de otro: ciencia, imparcialidad, buen gusto y libertad fueron los referentes de búsqueda de su generación. Como pocos, don Vicente González del Castillo representa ese espíritu en el que, nuevamente citando a Silvia Arango, la palabra “cultura” se entendía como “cultivo”, y la educación como el cuidado para que esa semilla creciera y se desarrollara hacia lo superior, hacia la excelencia. Enseñar con el ejemplo, respetar la palabra y el honor. Don Vicente González del Castillo vive en ese mundo donde la comunidad, la familia, los amigos, se cultivaban y se formaban con lazos firmes, sólidos, tan distintos a la actualidad líquida de la que hoy nos habla Bauman. Un mundo que ojalá no olvidáramos como posibilidad. La obra de don Vicente González del Castillo, presentada en el libro de Neto, nos recuerda el compromiso y la distancia que nos puede separar hoy de esa memoria histórica, de un mundo que se fue, memoria en muchos sentidos tan necesaria en nuestros días.
La obra del poeta
Me voy a referir ahora en orden cronológico a dos textos que tratan de la obra de Don Vicente González del Castillo, escritos por personas más autorizadas que su servidor para hacerlo: el primero es de Alejandro Quijano, quien en el proemio del libro de Don Vicente La provincia canta, anota: “Vicente González del Castillo es, como veis, poeta y prosista, crítico e historiador, hombre de letras… el poeta entrañable, sonoro y terso…”. Aquí tenemos un retrato del hombre que era, de la memoria que es.
Salvador Alderete escribe en 1974 en el libro: En torno a los poetas González del Castillo y Ortíz Funes: “Don Vicente González del Castillo ha sabido arrancar chispazos y destilar perfumes hiriendo con su mágica palabra nuestras facultades psíquicas que vibran sacudidas por misteriosos aleteos… creemos encontrar una tricotomía liricoanímica a partir de la cual podríamos hablar de su poesía de intelección, su poesía de incitación y su poesía de ensoñación…”. Cuando Neto recoge y nos recuerda con su libro la aportación de don Vicente González del Castillo (su intelección, incitación y ensoñación) a la cultura y la historia leonesas, nos dice:
Además de dichos testimonios, lo más valioso de este documento (refiriéndose al libro) es, sin duda, su papel como recordatorio, como conjuro para desvanecer las injusticias que con frecuencia comete la memoria. Para hacer que personas de gran estatura moral, afectiva e intelectual como Vicente González del Castillo, permanezcan vivas y sigan siendo señales que orienten el futuro de quienes, en alguna forma, hemos sido tocados por su trayecto vital.
Memoria, identidad y patrimonio
Con esta idea, y para finalizar, quiero invitarles a emprender dos reflexiones, o tal vez plantearé dos provocaciones:
La primera, parte de la consideración de que la memoria histórica de los pueblos tiene como sustento la producción de elementos materiales o inmateriales (arquitectura, literatura, música, poesía) que se convierten en patrimonio cultural, patrimonio que a su vez es el material del que se forma y en el que se sustenta la identidad de este mismo pueblo. León tiene en la vida y en la obra de muchos de sus hombres valiosos, material de un valor patrimonial inestimable que es necesario mantener en la memoria, como condición necesaria para continuar la construcción de eso que Ernesto Padilla González del Castillo ha llamado la leonesidad.
Por esto me atrevo a proponer que la obra de leoneses valiosos (por nacimiento o leonesidad adquirida), como Luis Long, Wigberto Jiménez Moreno, Toribio Esquivel Obregón, por solo citar a algunos pocos, comenzando desde luego con la obra de don Vicente González del Castillo, sean declarados, en los términos de la actual legislación estatal, como Patrimonio Cultural del Estado de Guanajuato. Una declaratoria como ésta es posible si se formula por los cauces y con el entusiasmo debidos, y puede ser el inicio del camino de afirmación de la cultura leonesa en la obra de quienes, como don Vicente, han vivido para ella. Nuestra generación tiene el compromiso de preservar la memoria patrimonial, para que quienes nos sucedan no olviden que en el devenir de su ciudad han intervenido personas de la estatura de don Vicente González del Castillo. Heidegger tiene una frase paradójica: Nuestro origen no está detrás de nosotros, sino adelante. La interpretación y afirmación de nuestro patrimonio cultural es condición indispensable, origen que debemos buscar delante de nosotros si es que queremos evitar el olvido, tan frecuente y tan ingrato, a la vez tan presente en esta actualidad en la que el espacio de lo leonés parece diluirse en la escala de la enorme ciudad metropolitana y multicultural que inexorablemente se abre a nuestro futuro.
La segunda provocación, ahora sí ya para terminar, parte de la siguiente reflexión:
En la textoteca del AHML se encuentra el recorte de nota de un periódico local del 15 de Septiembre de 1965, donde se propone que el AHML lleve el nombre de su fundador, don Vicente González del Castillo. Pide este texto que se considere y se celebre un acto en honor de quien fundara y trabajara con tanto esfuerzo en la preservación de la memoria documental de León.
Algún olvido, alguna omisión, llevaron esa propuesta al cajón donde actualmente se encuentra en el archivo que con la convicción de hombre de su tiempo, don Vicente González del Castillo fundó.
En 1926 don Vicente escribió un cuento corto, Periquín, con el que obtuvo el primer lugar y medalla de oro en el concurso de las fiestas de enero de León.
En este cuento he podido ver la forma como don Vicente fue moderno más a la manera de Stendahl: Cuando la madre de Periquito, preocupada por el trato que el mundo, su ciudad, le daba al hijo que debía vivir para ella y no para su niñez, le preguntaba: …-y te quieren mucho tus compañeros de taller, hijito? Sin decirle a su madre que la vida no era justa ni que el taller, su ciudad, le obligaba a seguir un camino diferente al que su madre esperaba, respondía Periquito sin mentirle:
-En todas partes hay gente buena, madrecita…
Don Vicente declara así lo que yo interpreto como una posición interesante: El Taller (la ciudad) te puede dar un mal acogimiento, la vida es difícil, de trabajo y penurias como la de Periquín, pero también En todas partes hay gente buena…
El cuento termina con las siguientes palabras que don Vicente pone en boca de Periquín: Padre mío… yo te pido… por los pobrecitos niños… que no tienen qué cobijarse… Periquín no pedía nada para él. Si el taller (su ciudad) era injusto, era más importante la gente buena y el cobijo para los demás.
Nos toca hoy ser generosos con don Vicente, mostrarle que sí hay posibilidad, y que en todos lados y en todo tiempo hay gente buena: Propongo que el AHML lleve su nombre. Es poco ante el gran valor que como patrimonio cultural de los leoneses tiene su obra. Muchas gracias por la amabilidad de su atención.