martes. 16.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

Charles Bovary | Bajo la sombra de Madame Bovary

María Guadalupe Larios Castro

Charles Bovary | Bajo la sombra de Madame Bovary

Murió la esposa del médico de Yonville. Se suicido con arsénico. ¿Por qué? Parece ser que no aguantó el verse en la ruina, abandonada por las únicas personas que amó, sus dos amantes. Se olvidó de su pequeña hija, de su padre y de su enamorado marido. Sin remordimiento alguno, tomó la firme decisión y se condenó a una escandalosa agonía. “—¡Pobre señora! ¡Qué pena para su marido!”.[1] Charles Bovary perdió todo por ella. ¿Para qué? Para darse cuenta que, al final, ella ser iría: en realidad nunca estuvo con él.

 Sobre este asunto se ha hablado demasiado y, por alguna razón, siempre se concentran en vida y obra, sufrimientos y delirios de Madame Bovary, marcado con la etiqueta de “mediocre” a Monsieur Bovary y relegándolo a un segundo plano. Tanto el realismo, como las costumbres, la sociedad, las descripciones y formas narrativas, así como la estructura, la biografía de Flaubert, su técnica estilística y, sobre todo, el personaje de Emma, suelen ser puntos en los que se concentra el estudio de la novela Madame Bovary.

Juan Bravo Castillo sintetiza la obra de la siguiente manera:

MADAME BOVARY […] no es sino la historia de una mujer de provincia, mal casada, cuyo itinerario sentimental, partiendo de la desilusión conyugal (que ni la maternidad ni la religión son capaces de compensar), pasa por la tentación extraconyugal, la decepción del adulterio y el suicidio. Un itinerario de fracaso y de muerte, en resumidas cuentas. Una tragedia, un poema de amor, de la deuda y de la agonía de un pequeño pueblo provinciano donde el espacio está marcado por la mediocridad y el tiempo por el tedio.[2] 

Sin embargo, en esta ocasión, sin querer hacer gala de arrogancia, pensando en el sentido de posturas formalistas cuya crítica actual daría poca confiabilidad, entendiendo la obra por sí misma, se desdeña a bastantes referentes con el único fin de centrar la atención en el personaje Charles Bovary, pues tanto la historia como la fábula inician y terminan con él. ¿Hasta qué punto llamarlo protagonista? Quizás es el título engañoso. Lógico pensar que, si lleva por cabeza un nombre, será el referente el protagonista.

Madame Bovary no es solamente Emma. Hay tres mujeres que llevan el apellido: la madre de Charles, la primera esposa y, por supuesto, Emma. Tal pareciera que siempre vivió bajo la sombra del mote. Sombra que no sólo estuvo con él siempre, sino que representó su principal obstáculo para cumplir su deseo. Manipulado continuamente por la figura que ese nombre portaba, se vio sometido a los caprichos y extravagancias de las mujeres, complaciéndolas lo mejor que pudo, aunque ellas invariablemente estaban insatisfechas con él.

Para entender su temperamento, se revisará su formación: criado por una madre un tanto condescendiente, un tanto rígida, que pretende hacer de él un hombre de bien, diferente a su padre quien, al ser borracho, jugador y parrandero, heredó al hijo una sed de disfrutar la comodidad con el menor esfuerzo posible. Fue su padre el culpable de que retrasara sus estudios, su desinterés y la presión de la madre, los que, tras el cansancio de la rutina, lo encaminaron a los placeres de la calle, perdiendo un año escolar justo cuando estaba a punto de terminar sus estudios profesionales.

Luego de que, por fin, obtuvo el grado de médico, Madame Bovary le consiguió como esposa a “la viuda de un escribano de Diepp, que tenía cuarenta y cinco años y mil doscientas libras de renta”.[3]  

   Madame Debuc, además de ser la administradora tanto de lo que tenía como de lo que ganaba Charles, era una mujer muy demandante y controladora. Ahora bien, si Charles lo único que deseaba era poder guiarse a su antojo, se podría decir que fue optimista al creer que una vez casado, el podría gobernar su vida, pero, igual que su madre había frustrado su holgazanería, obligándolo a estudiar, la nueva Madame Bovary lo obligaba a trabajar.

Por estas razones, no fue difícil que, estando aún con vida Madame Debuc, Charles se sintiera atraído por Emma, hija del granjero Rouault, a quien le había curado una fractura en el pie. El destino quiso que el notario estafara a la viuda, desenmascarándola ante los padres de Charles, quienes se dieron cuenta que sus rentas eran mucho menores a lo que ella había dicho que tenía, pese a la enemistad que el hijo hizo con sus progenitores tras defenderla, la fatalidad se la arrebató por un coraje que hizo.         

Una vez viudo, por comodidad, Charles  comenzó a frecuentar a Emma, hasta que consideró la posibilidad de declarase; no obstante, no consiguió hacerlo. Fue hasta que el señor Rouault, se dio cuenta de sus intenciones y considerando que era un buen partido le dijo que esperara afuera mientras él le preguntaba a la muchacha. Diecinueve minutos de espera le otorgaron un sí que se postergó hasta primavera del año siguiente, luego que terminó el luto.

La boda se llevó a cabo. Charles era un hombre muy feliz, los invitados decían que hasta parecía ser él quien había tenido su primera vez y, una vez más,  había abandonado su deseo de guiarse a su antojo, lo primordial para él era complacer a su esposa y hacerla muy feliz. Sin embargo “[…] a medida que se iba haciendo más estrecha la intimidad de sus vidas, se producía en ella un despego interior que la separaba ineluctablemente de él.”[4]

Charles, por el contrario, cada día la admiraba más, pese a sus excentricidades, mal gastos, y mal gobierno de la casa. Él se complacía escuchándola tocar el piano, dibujando algún cuadro, cambiando la decoración, acomodando detalles… “Cuanto menos comprendía Charles tales refinamientos, más le fascinaban.”[5]

Fue el día en que los invitaron al baile en el Castillo, cuando Emma, deslumbrada por la opulencia, reconoció su error; haberse casado con las esperanzas de tener un romance como el de sus novelas. Pues, como señala Vargas Llosa, Emma padece el mismo mal que el Quijote; intenta vivir la ficción en la realidad y por esto se tortura con monólogos internos que la van arrastrando a la depresión:

 

¿Acaso un hombre de veras no debía saberlo todo, sobresalir en múltiples actividades, iniciar a la mujer en la fuerza de la pasión, en los refinamientos de la vida, en todos los misterios? Pero éste no enseñaba nada, no sabía nada, no deseaba nada. La creía feliz y ella le reprochaba aquella calma tan impasible, aquella placida cachaza y hasta la felicidad que ella misma le proporcionaba.[6]   

Y mientras Charles se sorprendía con la forma de vida cortesana, tal cual se sorprende cualquiera ante lo desconocido, su mujer se enamoraba y deseaba ser parte de ese círculo. El conocer a personas cultas, de mundo, la hacían soñar con tierras lejanas como Italia o Paris. Vivía en el campo y, sin embargo, añoraba las praderas, las playas, las montañas que en los libros se describían. Culpaba a su marido por estar feliz en su sitio, se desilusionaba de él y lo despreciaba por no tener ambición. 

La conversación de Charles era plana como la cerca de una calle, y por ella desfilaban  las ideas de todo el mundo con su ropaje más vulgar, sin suscitar emoción, risa o ensueño. Reconocía que cuando vivía en Rouen nunca había sentido curiosidad por ir a ver el teatro a las campiñas de actores de Paris. No sabía nadar, ni manejar el florete, ni tirar con pistola y ni siquiera fue capaz de explicarle un día un término de equitación que ella se había encontrado en una novela.[7]

       

Madame Bovary se fingía la esposa perfecta, más al despedir a la criada, no le importaba el cariño que Charles le tenía. Se mostró enferma e hizo que se mudaran, sin preocuparse, una vez más, por el crecimiento profesional de su marido, que apenas se estaba haciendo de clientes. Él soportó todo esto porque estaba perdidamente enamorado, los escasos deseos de aventura que tuvo en su juventud eran apagados por el de estar con ella.

Llegaron de Tostes a Yonville, Madame Bovary en cinta y con la esperanza de que alguna aventura cambiara la monotonía de su vida. Charles con la esperanza de que un cambio de aires hiciera sentir mejor a su mujer. Sin embargo el que se entristeció fue él pues

la clientela no acudía. Se pasaba sentado  las horas muertas sin decir esta boca es mía, se iba a dormir a su despacho o miraba cocer a su mujer […] los problemas económicos lo tenían preocupado. Había gastado tanto  en arreglar la casa de Tostes, en vestidos para su mujer y en la última mudanza que en tan sólo un par de años toda la dote de Emma,[8] más de tres mil escudos, se habían esfumado.[9]

Lo consolaba el embarazo, pues  sentía quererla más conforme el tiempo de gestación pasaba. Dio a luz una niña, Emma quería varón; por esto, nunca le profesó gran afecto de madre.

Madame Bovary no tardó en encontrar su aventura; primero fue Léon, joven pasante, quien en su inexperiencia la amó con un amor puro, después llegó Rodolphe, quien le mostró la pasión, la usó y  justo cuando iban a huir, la abandonó. Después regresó Léon, convertido en un mantenido de Emma que se despreocupó de la escuela y el trabajo.

Llenó de deudas a su marido y, en su escaso intento por hacer que éste fuera reconocido, cuando “Charles veía ya extenderse su nombre, aumentar su bienestar, siempre arropado por el cariño de su esposa; y ella se sentía dichosa, revitalizada por aquel sentimiento nuevo”,10[10] todo salió mal. El hombre al que pretendía sanar se complicó y perdió el pie. 

Todos se burlaron de Charles: los amantes, el farmacéutico quitaclientes, Emma que lo engañaba y humillaba con semejante muerte. No le importó quedar arruinado, independientemente de sus mismas sospechas, él la amaba, envidiaba a Rodolphe por haber gozado de su amor. Por esta envidia, los perdonó.

Charles personaliza el peor defecto de la burguesía, es ingenuo y confiado como los pobres, y aspira a vivir como los ricos. Es la negación de la realidad, pues, él mismo se ciega en el amor que siente y la comodidad que tiene, se priva de la verdad que está ante sus ojos. Y al final muere, sin preocuparse por lo que deja, sin razón, muere por el simple hecho de estar cansado, de querer morirse.

En Yonville ha muerto el médico, su madre lo ha alcanzado. Una niña trabaja en las fabricas, pues ha quedado huérfana, desamparada.

 

[1] Gustave Flaubert, Madame Bovary, Espasa, Madrid, 2001, p. 433.

[2] Juan Bravo Castillo, “Introducción”, en Gustave Flaubert, op. cit. Confr. con Madame Bovary, Tim Fywell, 2000 [Película más reciente; su argumento se basa sólo en la vida de Emma Bovary].

[3] Gustave Flaubert, op. cit., p. 79.

[4] Ibid., p. 110.

[5] Ibid., p. 135.

[6] Ibid., p. 110.

[7] Idem.

[8] Confr. con Historia del matrimonio Cómo el amor conquistó el matrimonio de Stephanie Coontz, Gedisa, España, 2006, p. 35: “Se juzgaba que ese capital contribuiría ciertamente a hacer florecer el amor.”

[9] Gustave Flaubert, op. cit., p. 163.

[10] Ibid., p. 258.