Es lo Cotidiano

La bestia

Mónica Navarro

Aparecieron de repente. Era una familia de raza negra, nada común en mi pueblo, y pedían dinero en los semáforos; dos mujeres, un joven y dos niños. Venían del Salvador y tenían como destino los Estados Unidos.

Me contaron que buscaban algo mejor pero que unos hombres armados habían disparado al vagón donde venían y tuvieron que bajarse y huir; por eso estaban en Salamanca. Ahora pretendían llegar por carretera, porque su transporte inicial estaba muy vigilado.

Lo llaman la bestia. Es un tren que sale de Guatemala con destino a Estados Unidos y que quienes desean emigrar usan como recurso para escapar en busca de una nueva vida. Nadie sabe su hora de salida. Están a la expectativa y de repente, de cualquier lado salen a abordarlo. Desde este lado del país es en Oaxaca y Chiapas, donde suben los mexicanos que también buscan llegar al país del norte. Es conocido como la bestia, una de muchas cabezas.

Es una bestia indomable porque no detiene su paso para que lo aborden. Al subirlo se ponen en juego el hambre, las ganas de escapar y se conjugan con la agilidad y el ingenio, pero una vez montado, el frio, el sol, la lluvia y el hambre, son factores difíciles de vencer. Pero no todo es terrible; como ellos están decenas de viajeros que ofrecen apoyo moral, porque no tienen más qué dar. De la nada caen cobijas y comida de un cielo de personas que  la lanzan en el camino. Pero también aparecen soldados y guardias que los obligan a bajar; y a quienes capturan, los deportan.

Celia salió con su hermana, hijo y sobrinos. Traían poco dinero y las robaron encima de los vagones. Me contaron cosas increíbles, como el que Celia tenía puestos seis pantalones y cinco blusas además de la chamarra, porque no pueden viajar con equipaje. Sobre la bestia se olvida el pudor y se aprende a beber agua de lluvia, a realizar sus necesidades con la ropa puesta y a desconfiar hasta del rostro amable del vecino. Supe de niñas que se cayeron en el camino, de padres que decidieron seguir y llorar la pérdida, y después el rechazo y la cara de desaprobación de quienes desde nuestros autos los miramos con desconfianza, levantamos los vidrios de los autos y seguimos el camino. No todos, afortunadamente. Una persona desinteresada les pagó una noche de hotel y le regaló comida para un día.

Así como aparecieron se perdieron. No los he vuelto a encontrar. Me vienen a la cabeza las historias relatadas por otros emigrantes, salpicadas de heroísmo, de dolor, de tortura. Posiblemente hayan sido deportados. Tal vez estén más al norte pidiendo dinero. Posiblemente ya estén en la frontera y los espera la migra, el desierto, el hambre.

Desaparecieron del paisaje urbano pero se han quedado en mi cabeza.