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FRENTE AL TABLERO

Montero, el ajedrez y el Alzheimer

Guillermo Cano Moreno

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Montero, el ajedrez y el Alzheimer

Como la gran mayoría de los ajedrecistas que se precian de serlo, mi aprendizaje fue informal: en la sala de la casa y con mi padre, que me cambió el gusto de las damas inglesas por el de las piezas de reyes, damas y caballos.

Resulta anecdótico que él me compró mi primer ajedrez, en una librería en el centro de la Ciudad de México. El recorrido del tren del DF a León era de 12 horas o más, tiempo que bastaba para el movimiento incipiente de las figurillas.

En esa etapa no me interesaba investigar sobre la geografía del tablero, del valor relativo de las piezas o de que las columnas están abiertas para las torres y las diagonales para los alfiles; mucho menos calcular una jugada o una variante.

Luego mi inquietud por mejorar la calidad de juego me llevaría a comprar mi primer libro sobre el tema, el Curso de Ajedrez de E. Lasker. Después caería en mis manos el cuarto tomo de la obra de Roberto Grau, titulado Estrategia Superior.

El gusto por resolver el problema que presenta cada posición de una partida, terminó haciendo del ajedrez mi juego favorito.

Así pasaron muchos años, y la única visión que tenía –como todos, me atrevo a decirlo- era el ajedrez de competencia. Como para llegar a ser campeón. Mi incursión en competencias a principios de los años 70 fue realmente exitosa, pues en dos torneos, un Nacional Abierto de Zacatecas y luego un Sadolun en Puebla, me llevaron de un salto a 1950 de rating, según una revista que editaba la Federación Mexicana de Ajedrez.

He vivido un cambio radical en mi visión del ajedrez. Desde el de competencia, que en muchos casos se enseña de manera aberrante hasta convertir a jóvenes en auténticos tahúres del tablero, a uno más humanista.

Participé como cientos de mexicanos en un curso promovido por la fundación Kasparov, cuyo presidente, Hikíngari Carranza, ha tenido el tino de traer como ponentes a verdaderas personalidades del mundillo del ajedrez, y de lograr que instituciones como la Secretaría de Educación del DF y la UNAM certifiquen los estudios de los participantes.

El más reciente de estos esfuerzos de Carranza ha sido traer a México al psicólogo español Juan Antonio Montero, quien nos impartió a un grupo de interesados un curso sobre el ajedrez como terapia en la prevención del Alzheimer.

Aquella experiencia inspiró en mí, y en jóvenes que en unos días egresarán de la carrera de psicología, el interés por trabajar en un proyecto de intervención y tratamiento para las personas mayores.

Este ajedrez, con sus respectivas adaptaciones en los ejercicios que ayuden a potenciar las habilidades mentales, es sin duda una terapia innovadora para nuestro medio, y es de esperarse que instituciones del sector salud o asistenciales den una buena recepción al milenario juego.

Lo bondadoso de esta terapia es que no pierde el sentido lúdico, y jugando las personas de la tercera edad podrán realizar divertidos ejercicios, que se traducen un entrenamiento del cerebro.

Ahora Juan Antonio Montero visita otra vez México, como ponente del segundo curso para la formación de profesores de ajedrez, también impartido por la fundación Kasparov.

Como consecuencia de las grandes facilidades que internet otorga en estos días para la comunicación, lo hemos invitado que visite León, Guanajuato, y ha contestado que le gustaría conocer la ciudad. De concretarse la visita, es seguro que psicólogos, geriatras, personal especializado de asilos o albergues de la tercera edad, estarán interesados en escuchar sus conceptos.