sábado. 20.04.2024
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Un fan

Daniela Aguilar

I

Las chicas están al borde de la histeria y se apiñan a su alrededor. Chocan sus sonrojadas mejillas contra las ventanillas del auto en el que ellos viajan, posan sus manos en las puertas del hotel. Llevan con ellas sus singles, fotos, pósters de revistas, las listas Billboard…

Los chicos usan los botines imitándolos y caminan con orgullo, desparpajados, despampanantes y melifluos.

Cuando las fotos se revelan aparecen, una a una, aglomeradas, las caras eufóricas, las lágrimas: “¡Le rocé el hombro a uno de ellos!”, parecen gritar algunos rostros. Todos querían algo de ellos.

Podría ser el registro de una enfermedad que parece no tener cura. Sale otro disco, otra canción, una película, y la cosa se descontrola más y más. Es una fiebre. Una maldita convulsión. Una manía.

Es como un cáncer. Cada que un rollo fotográfico se revela hay nuevos síntomas, como en un análisis: nuevos virus y manchas.

Ha sido toda una aventura verlo desde acá como un beatlemanIaco retraído, que no grita ni hace barullo cuando pasan por la calle principal, que no se ha ganado chicas ni nada yendo con su cámara a perseguirlos. Los botines no le van y su cabellera está lejos de ser un mechudo beatle. Pero qué grandes son, ¿no?

Siempre atento a su próxima gira, concierto o entrevista.

Vive en un pisito pero tiene más discos que nadie. Si lo organizara un poco y le pusiera una mano de pintura no estaría tan mal…

Sigue las huellas de esos ocho botines, sigiloso, sin hacerse notar, aunque se ha hecho amigo de Freda, la secretaria de Brian Epstein, hace algunos meses. Con ella se encontraba en The Cavern, donde ya tenía ella su sitio reservado. Por un tiempo le pareció atractiva, luego decidió que lo pasaban muy bien platicando y haciéndose compañía. Podían hablar por horas o no hacerlo y se sentía bien. Algo más lo arruinaría seguro. Y nada más pasó.

Ninguno hacía mucho ruido.

II

Por eso ese día, muchos años después, nadie lo nota. A él, que estuvo allí desde el principio. Suben a la azotea a dar un concierto que casi nadie escucha. Él sí. Lo escucha y lo fotografía.

Pero sabe que es el fin. Enero del ’69. Qué pronto.

En unos meses todo será historia.

Pero no hará libros con las fotos que ha tomado, ni millones en papel verde vendiéndolas, porque él, que siente que ya todo pronto se irá al traste, se siente más defraudado que cualquiera. No tiene sus autógrafos, ni sus saludos. Permanece en el anonimato total pese a haberlos retratado todo este tiempo en tomas únicas.

Cajas y cajas de archivo muerto de una oficina guardan miles de fotos. Una a una le sirven de leña para la chimenea. Llora amargamente acurrucado en un sillón de piel. Él lo sabe: se acabó. Y no quiere tener que ver más con el asunto.

Se va de la ciudad, del mundo, se esfuma, pocos vuelven a saber de él. Del tipo que quemó, en una mala noche, toda su vida. Un fan.

***
Daniela Aguilar
(León, Guanajuato, 2000) es estudiante, escritora en ciernes y entusiasta de los discos. La música pop transformó su vida. Siente una extraña nostalgia por épocas que no vivió, pero ama con intensidad su era de las redes sociales y la inmediatez.

Este texto es parte del no. 6 del fanzine La Trampa del Bulevar (febrero 2017), que recopiló varios textos centrados en el fenómeno de la Beatlemanía.

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