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Remedios Varo en León

Fernando Cuevas

Remedios Varo en León

Para entrar en ese maravilloso submundo de sueños fantásticos, coloridas subconsciencias y oníricas realidades en donde habitan personajes atrapados en trance de liberación inminente, buscando reconvertirse desde su esencia misma, basta con que nos introduzcamos a la sala Luis García Guerrero del Museo de Arte e Historia de Guanajuato y nos dejemos atrapar por las imaginativas escenas que nos regala Remedios Varo (Girona, 1908 – Ciudad de México, 1963), la reconocida pintora hispano mexicana que encontró en nuestro país el hábitat ideal para desarrollar su potencial creativo, con todo su énfasis surrealista capaz de, en efecto, transportarnos a escenarios que solo perviven en nuestra mente cuando se encuentra en gozosa desconexión de la realidad cotidiana.

En la bien puesta y organizada exposición, nos recibe un clásico que representa una parte importante de las temáticas y enfoque estético de la pintora: Mujer saliendo del psicoanálisis (1960), en la que ella misma explica que la mujer sale de la consulta arrojando la cabeza de su padre a un pozo y en su cesto lleva objetos que representan temores, también por desecharse; el doctor, por supuesto, se llama FJA, iniciales de Freud, Jung y Adler. Sus tonos naranjas y verdes resaltan esa cabellera blanca con un rostro lleno de misterio, expandido a un símil que surge del ropaje; más que aliviada, la mujer que pudiera ser Juliana, parece decidida a soltarlo todo bajo ese cielo amenazante.

Caminos un poco como también dejando atrás la experiencia terapéutica para encontrarnos con otras obras mayores: la verdosa El flautista (1955), con todo y esa magnífica torre octagonal que se desestructura ante el sonido del instrumento, y La exploración de las fuentes del río Orinoco (1959), retomando su propia experiencia y la de su hermano en Venezuela, incorporando además el gusto que tenía por esos particulares transportes que más bien flotaban libres de gravedad gracias a su hechizad locomoción, en contraste con la presencia recurrente de espacios en apariencia cerrados, cual torres o recámaras que solo ofrecen salidas imaginarias.

Y ya sintiéndonos justamente como pasajeros de alguno de estos extraños vehículos que tanto gustaban a la pintora, nos topamos con Mimetismo (1960), en donde nos vamos convirtiendo irremediablemente en parte del decorado, y con Vagabundo (1957), todavía atrapado en los límites auto impuestos. Una reproducción del conocido tríptico, ideal para inventar múltiples historias en tres actos, integrado por Hacia la torre (1960), Bordando el manto terrestre (1961) y La Huida (1961), antecede al original de éste último, también plasmado a lápiz. La llamada (1961) de inmediato arrastra la atención con esa luminosa figura atravesando un pasillo de seres en reposo en papel marginal, acaso anunciando que es momento de volver al mundo.

LA REALIDAD ESTÁ EN LA MENTE

De su obra previa a su mágica llegada a México, se presentan Las almas de los montes (1938), cual oscura naturaleza, y Los títeres vegetales (1938), acercándose a su estilo propio dentro del contexto de las vanguardias, particularmente la surrealista. De su obra realizada durante los primeros años en nuestro País, se presenta una sección habitada por Guitarra y arlequín (1947), Dolor (1948), Cambio de tiempo (1948), Dolor neumático (1948), Vejez (1948) e Insomnio (1947), obras menos conocidas pero que anunciaban la prolífica explosión creativa de los años posteriores.

Otra sección incluye algunos datos curiosos, de ésos que soltados con tino le pueden poner salsa a las reuniones, junto con todo el asunto del litigio por su obra, apuntalado por algunas notas periodísticas y columnas de opinión; comparten espacio por ahí algunas obras como Gato hombre (1943), Carta de Tarot (1957), Paraíso de los gatos (1955), Tauro (1962) y Valle de la luna (1950). Por esta época es también Gato helecho (1957), pintado con base en un sueño de su sobrina y que refleja el gusto de la artista por los pequeños felinos, incluyendo los que se encuentran en proceso de transformación vegetal o los muchos que cohabitaban con ella, los reales y los imaginarios, mientras se dedicaba, acaso como la mujer de Creación de las aves (1957), a darle forma a su imparable imaginación visual y conceptual.

Se pueden disfrutar, para seguir viajando por estas dimensiones no paralelas, sino que se entrometen con la realidad tangible, pinturas de la segunda mitad de los años cincuenta cargadas de una impronta misteriosa como La calle de las presencias ocultas (1956), Visita inesperada (1958, a lápiz) y Presencia inquietante (1959), que nos obliga a estar volteando constantemente. Personajes entresacados de otra época aparecen en los vistosos Ciencia inútil o el alquimista (1955) y El malabarista (1956), que parecen viajeros atemporales de una Nave astral (1960), recorriendo el tiempo circular, en busca de la Naturaleza muerta resucitando (1963).

Eso sí, al salir a la Calzada y empezar a recorrer las calles habituales con las construcciones muchas veces vistas, como que uno empieza a redescubrir una ciudad poblada por seres fascinantes que se ha contagiado de este aliento surrealista. Ahora sí, el León no es como lo pintan, sino como lo podemos imaginar en sus infinitas formas.

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