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Claudio Monteverdi en León

Fernando Cuevas de la Garza

Claudio Monteverdi en León

Desde adolescente, este genial músico adelantado a su época, mostró una notable capacidad de aprendizaje con el apoyo de Antonio Ingegnieri, maestro de capilla, y un gran sentido compositivo que fue desparramando primero en ligeros motetes, después en sus elaborados libros de madrigales, particularmente en los últimos, y sobre todo en su música de drama (El regreso de Ulises a la patria, 1641; La coronación de Popea, 1642), donde se evidenciaba su gusto por la exploración de las posibilidades de la polifonía y las formas de rasgos más disonantes, innovadores y trascendentes para el desarrollo de la música tanto religiosa como.

Fue también maestro de coro y director de la catedral de San Marcos de Venecia, donde su talento floreció prolíficamente en la composición de motetes, madrigales y otras formas de composiciones religiosas; terminó ocupando el puesto de Maestro de música de la Serenísima República Veneciana. Sus cautivantes juegos antifonales que invadían las composiciones, más allá de la estructura elegida, anticiparon ciertas tendencias expresivas que explotaron en los años del Barroco; el gusto por el contrapunteo y la yuxtaposición de texturas vocales de distinto rango, que saltan de un tono absolutamente sacralizado a otro que puede sonar mucho más terrenal, según el momento narrativo.

Se ha considerado que Orfeo, favola in música (1607), resultó esencial para la evolución del género operístico y sentó las bases para su ulterior desarrollo, particularmente en Italia. Arianna (1608), de la cual solo conocemos una parte llamada Lamento de Ariadna, lo consolidó como el renovador de esta forma musical y si bien en sus tiempos enfrentó oposición por sus propuestas musicales, como suele suceder con los genios, hoy ocupa el merecido lugar de privilegio entre los grandes maestros del arte sonoro.

La Víspera

Ahora, como parte de la celebración del cuadrigentésimo quincuagésimo aniversario del nacimiento de este compositor cremonés, también cantante e intérprete de la gamba, sólido puente entre el renacimiento y el barroco tanto en estilo como en temática, llegó al Teatro del Bicentenario de nuestra ciudad la presentación de una de sus obras capitales: Vísperas de la beata Virgen, compuesta en 1610 y que será interpretada por la Cappella Barroca de México & I Fedeli de Alemania, bajo la dirección del siempre elusivo Horacio Franco, a partir de un espíritu que buscará situarnos en aquella época en la que el componente religioso se mantenía presente en buena parte del desarrollo artístico.

El espacio enmaderado del Teatro resultó un recinto ideal para el despliegue del también virtuoso flautista en la dirección, orquestando espacios y movimientos tanto de los instrumentistas como de los vocalistas para construir el tejido sonoro justo, sobre todo aprovechando el escenario incluso en las zonas invisibles para el entusiasta aunque reducido público. Las texturas de los distintos rangos vocales parecían fortalecerse con el apoyo de las cuerdas entre violines y violas, y los elusivos alientos conformados por el trombón, los cornetos, las sacabuches y las flautas de pico (una de ellas tocada por el director), conectados todos ellos por la estructura nuclear, cual epicentro armónico: órgano, contrabajo y violonchelos como pilares del edificio sonoro.

La obra también fue grabada en el 2007 por Alia Voz, dirigida por Jordi Savall y editada en dos discos compactos, con el coro del Centro de música antigua de Padua, el conjunto instrumental y vocal catalán La Capella Reial y notables solistas entre los que se encuentran Montserrat Figueras, María Cristina Kiehr, Guy de Mey y Gerd Turk, entre otros. El bien diseñado cuadernillo, escrito en varios idiomas, da buena cuenta de la obra misma y su enfoque sacro, el proceso de grabación en la Basílica de Santa Bárbara, donde probablemente la presentó el propio autor, no obstante las condiciones climáticas difíciles, y el espíritu que alentó el proyecto de esta grabación, previamente.

La interacción entre los instrumentos de aquellos días con los coros, abriendo espacios exclamativos para las voces solistas de orientación mística, nos va absorbiendo paulatinamente, como suele suceder con las experiencias litúrgicas profundas, para ubicarnos por completo en tiempos y espacios de espiritualidad artística donde la búsqueda misma se convierte en el propio sentido de la escucha. Las cuerdas y los vientos se integran de manera orgánica entre los salmos, las antífonas, los conciertos y el himno, generando capas sonoras que se entretejen para formar epifanías de redescubrimiento.

La obra en cuestión, desarrollada predominantemente por la presencia de seis voces, por momentos provenientes de serafines, e igual cantidad de instrumentos, aunque se dejan escuchar algunas partes con distinto número de involucrados de alcance coral, abre con un suplicante responsorio que nos coloca de lleno en las texturas del barroco en ciernes y cierra con un imponente magníficat, entre los cuales se articulan diversas formas musicales con cantos que van del agradecimiento a Dios, la petición para descubrir los caminos sagrados, la alabanza por permitirnos ser parte de su obra y la glorificación a la que se aspira en compañía del creador. Como era en el principio, ahora y siempre. Estamos en la víspera.

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