viernes. 19.04.2024
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CON EL DESARMADOR EN LA MANO

Con el desarmador en la mano • Cordelias, de Adela Fernández • Esteban Castorena Domínguez

Esteban Castorena Domínguez

Diana
Con el desarmador en la mano, Tachas 414
Con el desarmador en la mano • Cordelias, de Adela Fernández • Esteban Castorena Domínguez

Pier Paolo Pasolini alguna vez dijo: “la disociación es la estructura de las estructuras, el desdoblamiento del personaje en dos personajes es la más grande de las invenciones literarias”. Poco antes de ser asesinado, en su novela Petróleo, Pasolini estaba explorando las posibilidades que este desdoblamiento ofrece para la literatura. De esta manera, el autor italiano se adscribe a una enorme lista de escritores que dedicaron algunas páginas al fenómeno del doppelgänger.

El doble como recurso literario se ha mantenido vigente por su versatilidad. La duplicación permite, entre otras cosas, contrastar ideas contrarias como el bien y el mal o la juventud y la vejez. Da también lugar a equívocos como en la tragedia Helena de Eurípides, en la que se asegura que la guerra de Troya se luchó por una falsa reina hecha a partir de una nube, mientras que la verdadera estaba escondida.

Generalmente el recurso del doble se combina con otros elementos arquetípicos, es decir, símbolos que en el ideario colectivo tienen ya un significado establecido de manera inconsciente por una comunidad. Los individuos reconocen el arquetipo y su significado gracias a que lo han heredado.  Lo interesante de este acervo de conocimiento colectivo es que cada quien lo expresa de manera distinta. Por paradójico que parezca, estos símbolos viejos y cristalizados en el inconsciente quedan a disposición de cada individuo para que los utilice de modos distintos y produzca cosas nuevas. “Cordelias”, de Adela Fernández, es un gran ejemplo de ese ejercicio. En tan solo unas páginas la autora mexicana combina diversos símbolos para dar una vuelta de tuerca a un recurso tan explorado en la literatura universal como lo es el doble.

El relato inicia con un árabe que llega al pueblo para descargar cajas de fruta. Lo mismo que el gitano Melquiades en Cien años de soledad, lo mágico llega gracias a un extranjero que pertenece a una etnia cargada de misticismo. El alimento del árabe es algo muy preciado dado que, según se dice, la tierra del poblado es infértil. Vale la pena subrayar la elección que hace la autora al elegir qué cosa comercia el árabe. El fruto y las semillas que lleva dentro son el medio con el que una planta perpetúa su especie.

Don Luciano, el dueño de la frutería, quita las tablas que sellan las cajas. Dentro de una de ellas encuentra una niña de tres años. El árabe se ha ido y el pueblo no tiene idea de qué hacer con ella. Cuestionan si el comerciante de fruta la robó de algún lado, si alguien la dejó ahí por equivocación. Empiezan a dar hipótesis descabelladas y se preguntan si “a lo mejor los elotes se habían transformado en una niña, hija de la deidad del maíz y que debía ser adorada como diosa; que si tal vez era el mismito diablo que en imagen de aparente inocencia había llegado al pueblo para desatar la maldad y una cadena de tragedias”. Habrá que recordar que el maíz simboliza fertilidad para distintas culturas precolombinas. También es curioso el contraste entre lo bueno (una hija de diosa) y lo malo (el mismito diablo).

La madre de la narradora se abre paso entre la multitud. Pone un alto a las especulaciones y decide quedarse con la niña hasta que el árabe vuelva. El frutero, sin embargo, no vuelve nunca. La niña, entonces, se vuelve la hermanita de la narradora. La madre decide que la pequeña de la caja de fruta se llamará Cordelia. Apenas unas líneas después de mencionar el nombre de la niña por primera vez, la narradora dice: “Con la esperanza de que olvidara su orfandad, [mi madre] le dio cuanto cariño latía en su corazón”.

El corazón, el símbolo del amor por excelencia, está también presente en el nombre de la niña. Cordelia deriva de la palabra latina para corazón, cor, cordis. Adela Fernández no deja un solo detalle al azar.  Las referencias al corazón no sólo simbolizan el amor en sí mismo, sino todo lo que viene con él: el cuidado, el desarrollo y el crecimiento de la niña. Esto cobra sentido cuando ocurre el primer desdoblamiento de la pequeña. Cordelia ve su reflejo en el agua de una fuente y comienza a hablar con ella misma, tal como lo haría el Narciso enamorado de su reflejo. El desdoblamiento ocurre gracias a la conjunción de dos símbolos: el agua como elemento dador de vida y el espejo que ya por sí mismo duplica.

Hasta aquí, la autora ha desarrollado un cuento con muchos elementos comunes en relatos sobre el doble. Se nota que es consiente de la tradición que la precede.  Su aportación a este recurso, su vuelta de tuerca, ocurre cuando decide que un doble no es suficiente, tiene que haber más cordelias y el crecimiento tiene que ser exponencial. La Cordelia original y su doble de la fuente van con la modista a probarse unos vestidos. Frente al espejo esas dos niñas se vuelven cuatro. En adelante, la duplicación continúa sin control. Pareciera que cada una de las niñas fuera una semilla y su reflejo se convirtiera en la tierra donde puede germinar y crear más semillas. El pueblo, desesperado por la aparición de más cordelias, cubre todos los espejos y decide esconder todos los aljibes. Ponen incluso una cúpula sobre la fuente en la que surgió el primer doble. Las primeras hipótesis del pueblo no estuvieron tan equivocadas. La niña parece ser una diosa fértil, pero su duplicación trae desgracias como las que provoca el mismo diablo.

Jorge Luis Borges en “Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius dice: "Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres". El relato de Adela Fernández parece llevar a la literalidad esa sentencia. Las últimas líneas del relato, el último párrafo, dotan de sentido a todo lo que la autora construyó mediante los símbolos. El caso de Cordelia y su desdoblamiento pareciera convertirse en una alegoría del ser humano y su desesperada necesidad de perpetuar la especie.

Si quieres leer el cuento, lo encuentras aquí.



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Esteban Castorena (Aguascalientes, 1995) es Licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Por su trabajo como cuentista ha sido becario del Festival Interfaz (2016), del PECDA (2016) y del FONCA (2018). Su obra ha sido publicada en diversos medios impresos y digitales. Gestiona un sitio web en el que comparte sus traducciones de literatura italiana.


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