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Cine • Obsesiones y posesiones • Fernando Cuevas

Fernando Cuevas
Antiviral (2012)
Antiviral (2012)
Cine • Obsesiones y posesiones • Fernando Cuevas

Obsesiones y posesiones

Un trío de películas bordean los contornos del terror combinado con elementos religiosos, surrealistas o cienciaficcionales, planteando diversas maneras en las que nuestra mente se puede ver invadida por fuerzas incontrolables, al grado de convertirnos en rehenes de nosotros mismos. Disponibles en las plataformas de confianza.

Fuego purificador

Salvando almas (Saint Maud, RU, 2019) es el primer largometraje de la realizadora Rose Glass, autora de varios cortos previos y también del guion, a través del cual consigue desarrollar de manera compleja a su protagonista (Morfydd Clark, en creciente enajenamiento) una joven cuidadora con algún antecedente traumático que se obsesiona por su paciente, una ex bailarina postrada que llevó una vida disipada (Jennifer Ehle), al grado de involucrarse en una lógica de orientación cristiana, asumiendo que debe luchar contra alguna fuerza maligna e incluso consigo misma, aplicándose autocastigos de intenso dolor físico y procurando que la mujer a su cuidado se redima, alejando visitas indeseables, según sus criterios para la purificación, y rezando incansablemente para pedir apoyo en el cumplimiento de esta gesta vuelta sentido de vida: se construye así un sólido retrato de la protagonista.

Aprovechando una precisa iluminación, puesta en escena de contrastes de acuerdo con el escenario emocional y un score punzante que acentúan la intención de las reveladoras secuencias, la historia se desarrolla entre el cuestionamiento de veracidad acerca de qué es lo realmente sucede y qué es producto de las visiones de la enfermera, ya por completo asumiéndose como responsable de una misión que rebasa una simple labor de asistencia a una mujer enferma: las experiencias sobrenaturales imaginadas o realmente vividas, según la perspectiva, se insertan en una cotidianidad que se asfixia en tratar de entender un mundo ajeno donde priva la búsqueda del placer y resistir los asedios de la mente o del mal, presente incluso en su pequeño cuarto, en las calles de la ciudad costera o en la casa de la mujer enferma, acechando y en espera de cualquier caída para manifestarse y ejercer su dominio.

Contagio mental

Dirigida y escrita por Amy Seimetz (Sun Don’t Shine, 2012), quien también le entra a la actuación y a la producción, así como a la realización de capítulos para series televisivas (Atlanta, 2018; The Girlfriend Experience, 2016-2017), Mañana me muero (She Dies Tomorrow, EU, 2019) es una reflexión sobre la angustia existencial exacerbada por la creencia de que la propia vida se terminará al día siguiente y que, además, se trata de un fenómeno contagioso casi con solo mencionar la creencia. En la tesitura de Está detrás de ti (Mitchell, 2014), con cierto halo de terror abstracto, apuntes metafísicos, ligeras cuotas de humor negro y notas cercanas a un absurdo bien insertado, el relato sigue a dos amigas (Kate Lyn Sheil y Jane Adams) y sus respectivos encuentros con otras personas, llevando consigo la inquietante pandemia invisible que puede provocar la muerte próxima e inevitable.

La cámara se posa sobre los rostros cambiantes de los involucrados, aprovechando los juegos de luces, o bien se desplaza con parsimonia por las reuniones en las que la extraña premonición salta de la sugestión de una persona a otra, entre conversaciones que transitan hacia pensamientos terminales, derrotistas en algunos casos, relacionados con el sentido de la vida, el transcurrir del tiempo, el pasado personal cargado de los inevitables hubieras y el estado de los vínculos afectivos, en otros. La música parece acompañar a esta idea mortuoria que se convierte en certeza sin saber bien a bien porqué, pero que se instala en la convicción de las personas, colocándolas de frente al final de su vida, entre el miedo, la angustia o la aceptación, según el caso. De paso, tiene el potencial de contagiar también al espectador y ponerlo en situación.

El recuerdo de la mariposa

Una asesina a sueldo (Andrea Riseborough) perteneciente a una organización secreta, utiliza los cuerpos de otras personas para ejecutar sus trabajos, a quienes se les inserta un implante en el cerebro para controlarlos y obligarlos a que se suiciden una vez cumplida la misión, al tiempo que mantiene un vínculo familiar con su esposo e hijo, a pesar de las reticencias de su jefa (Jennifer Jason Leigh) y con todos los problemas que implica esta doble vida, incluso ya afectando profundamente su propia identidad, como se puede advertir en el ejercicio que realiza con base en objetos que le pudieran traer recuerdos personales. Filmada con brío y tensión en la vertiente de Up Grade: máquina asesina (Whannell, 2018), Possessor: controlador de mentes (Canadá-RU, 2020) hace explícita la forma en la que una persona es controlada para matar, aún en contra de su voluntad, aquí a través de un artefacto pero en otros casos por medio de la manipulación.

Como lo hiciera en Antiviral (2012), el escritor y director Brandon Cronenberg, de ilustre apellido, plantea la presencia de una empresa siniestra detrás de las actividades desarrolladas, en este caso el asesinato por encargo dirigido a impresentables personajes con alguna cuenta pendiente. Así, en un trabajo donde habría que eliminar a un millonario presumiblemente corrupto (Sean Bean) y a su hija (Tuppence Middleton), utilizando el cuerpo del novio de ésta (Christopher Abbott), las acciones se complican y se pone al descubierto la falibilidad tanto humana como tecnológica del operativo, ya sea por la toma de conciencia, la culpa o el temor de perder aquello que da sentido a la vida y mantiene con un ápice de cordura identitaria. La mariposa disecada en la infancia puede dejar de convertirse en simbólico aleteo para anunciar la presencia de sentimientos profundos.




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