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Tachas 474 • La crisis de los opioides: La investigación, el documental y la serie • Fernando Cuevas

Fernando Cuevas

El crimen del siglo (EU, 2021)
El crimen del siglo (EU, 2021)
Tachas 474 • La crisis de los opioides: La investigación, el documental y la serie • Fernando Cuevas


La causa principal de la llamada crisis de los opioides en Estados Unidos es la adicción generada por consumir analgésicos, recetados legalmente, con algún derivado de esta sustancia, bajo la supuesta idea de que no generaban esta condición y de que quienes morían o se volvían fármaco dependientes era por su propia responsabilidad. El medicamento OxyContin, surgido a mediados de los noventa y producido por la empresa Purdue Pharma que los Sackler habían comprado a inicios de la década de los cincuenta, fue el detonante definitivo de esta incesante generación de personas adictas, vueltas zombies, y de múltiples muertes por sobredosis, más de medio millón a la fecha.

La farmacéutica es propiedad de la, ahora lo sabemos gracias a las investigaciones y demandas, siniestra familia Sackler, conocida por su poder económico y político construido a lo largo del siglo XX, pero también por sus múltiples acciones filantrópicas y donaciones en favor de la cultura a museos de renombre, con el crédito correspondiente desde luego, y a varias de las universidades más connotadas de su país y de otras latitudes: como si mentir fuera un mal necesario para hacerse de millones de dólares y poder utilizarlos en causas nobles, a manera de justificación moral, si bien apareciendo siempre en primera fila y rompiendo el principio de hacer el bien sin decirlo.

El meollo del asunto, además de la condición de dolor y cómo evitarla a toda costa en las sociedades actuales, es que la organización encargada de dar el permiso al medicamento (FDA), determinó que sí se podía vender y que cumplía con todos los requisitos para comercializarse a través de una prescripción médica, advirtiendo que el riesgo de adicción era sumamente bajo en condiciones normales: conforme las evidencias salían a la luz, la familia intensificaba las campañas para desmentirlas o anularlas, amenazas de por medio, y para seguir promoviendo el producto que les generó millones de dólares. Ahora, están buscando estrategias para librar la cárcel, que seguramente nunca pisarán: declararse en bancarrota, hacer donaciones. Tres artefactos comunicativos han dado cuenta recientemente del asunto. Veamos.

La investigación periodística

Profusamente documentado y con un gran olfato narrativo, Patrick Radden Keefe, quien colabora en The New Yorker, Slate, la New York Times Magazine y que ganó gran notoriedad por No digas nada (Reservoir Books, 2019), donde retoma el caso de una viuda secuestrada a principios de la década de los setenta con el conflicto irlandés como trasfondo, El imperio del dolor. La historia secreta de la dinastía que reinó en la industria farmacéutica (Taurus, 2021) recorre la historia de cerca de cien años de los Sackler, a la manera de las grandes sagas familiares con alta dosis de turbiedad: inicia con la historia de los tres hermanos –Raymond, Mortimer y Arthur- dedicados a la medicina durante los finales años veinte y los treintas del siglo pasado.

Arthur, con visión mercadológica, diseñó una exitosa campaña para que el Valium se convirtiera en un tranquilizante altamente consumido, desde su aparición en los años sesenta. Años después, Richard, hijo de Raymond, tomó el control del emporio y lanzó al mercado el OxyContin, acompañado de un poderoso aparato publicitario y de distribución, sello de la casa, que involucró a visitadores médicos que se encargaban de vender las mentiras, no en todos los casos conocidas por ellos, a los galenos, quienes a su vez, recetaban la aparentemente mágica sustancia, capaz de mitigar fuertes dolores. El problema: el componente era fuertemente adictivo y eso no se dijo en su momento.

El texto se articula a partir de lo que el autor llama libros: El patriarca, La dinastía y El legado, cobijados por un esclarecedor prólogo, un reflexivo epílogo y un apartado de las fuentes con sus respectivas notas que hacen las veces de un curso aplicado de periodismo de investigación, como si se tratara de una presentación tras bambalinas de la manera en la que se fue articulando el texto, aclarando, entre otras precisiones, que ningún miembro de la familia aceptó a concederle al autor una entrevista. Se trata de un documento que además de su valor literario, se puede tomar como un modelo de cómo se debe integrar una indagación compleja sobre un tema controversial y de vital actualidad.

La miniserie documental

Dirigido por el especialista Alex Gibney (The Ruling Classroom, 1980; Los últimos frikies, 2019), quien igual ha revisado las sectas que los colapsos económicos, la corrupción en el mundo del deporte y las corruptelas de cuellos blanco y que recientemente realizó la miniserie Painkiller (2022), El crimen del siglo (EU, 2021) es un minucioso recuento visual de cerca de cuatro horas dividido en dos episodios, acerca del encumbramiento que llevó a cabo Purdue Pharma sobre las evidencias acerca de los riesgos de su producto estrella, poniendo especial énfasis en las complicidades gubernamentales y las de los círculos de élite, con las consecuentes forma en la que las relaciones de poder terminan por mostrar su músculo al momento  privilegiar los ingresos a la salud de la gente.

Con fluida edición y un preciso sentido de la construcción argumental, se van presentando testimonios (incluyendo al propio Radden Keefe), documentos y secuencias que permiten contextualizar tanto histórica como socialmente el desarrollo de esta crisis, apostando hacia una mirada crítica que se extiende al mundo de las farmacéuticas voraces y de prácticas poco éticas, capaces de mentir, tergiversar u ocultar información con tal de mantener intactas sus ganancias y, por supuesto, incrementarlas lo más posible: en este capitalismo salvaje, parece prevalecer la ley del económicamente más fuerte, contando con la omisión del gobierno en turno y en perjuicio del ciudadano común.

La miniserie de ficción

Creada por Danny Strong, quien colaboró en Empire (2015-2020) y Billions (2017-2022), la miniserie Dopsick (EU, 2021) tiene el acierto de mostrar en forma poliédrica y equilibrada el conflicto generado a partir de la inundación en el mercado del OxyContin, empezando por poblaciones de corte más rural, con indicativos flashbacks y planteando desde la intimidad familiar hasta la influencia social, la manera en la que este medicamento afectó, y lo sigue haciendo, a comunidades y personas en Estados Unidos. La serie le da espacio a todos los involucrados, metiéndose a la recámara de varios de ellos: la familia Sackler, vendedores, médicos, pacientes que resultan adictos y, desde luego, los agentes federales.

El reparto es notable: entre otros, aparecen Michael Keaton como el optimista médico de pueblo, preso de su viudez y enclavado en un contexto depresivo, en el que le receta la milagrosa medicina, después de dudarlo, a algunos de sus pacientes, en especial a una joven (Kaitlyn Dever); Will Poulter en el papel del vendedor cada vez más dudando de la veracidad de las indicciones, sobre todo cuando se sugiere incrementar la dosis, situación que no parece afectar a Phillipa Soo, en el rol de la colega visitadora médica: Peter Sarsgard y John Hoogenakker asumiendo el papel de los agentes investigadores, supervisados por Jake McDorman y buscando alianzas con Rosario Dawson, quien había intentado indagar el asunto; Michael Stuhlbarg, desatado en manías como el impulsivo y ambicioso heredero del poder que pretendía expandir el mercado a Alemania, donde no obtuvo el permiso.

A partir de una dinámica edición y un equilibrado guion que permite darle contorno a los personajes y situaciones alrededor del conflicto central, la miniserie lanza múltiples dardos críticos a la manera en la que se fue construyendo la mentira y cómo se involucraron varias personas, tanto de la empresa misma como de los círculos gubernamentales, ya sea dándole la vuelta al caso o de plano encubriéndolo; de paso, se desenmascara la función de los supuestos centros de rehabilitación que funcionan solo como un requisito, y se deja de manifiesta la manera en la que el consumo del analgésico terminó siendo un pasaporte a la heroína, más económica y accesible sin receta, y de ahí a la muerte.

 

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