Es lo Cotidiano

Bueno, pues mira…

Federico Urtaza

Bueno, pues mira…

En una relación hay dos frases que te colocan contra las cuerdas: “Tenemos que hablar” y “¿Por qué me quieres?” Me desentiendo por ahora de la primera y me concentro en la segunda, aunque en ambas es casi seguro de que las rodillas se aflojan, sudan las manos y la conexión entre el cerebro y la lengua comienza a echar chispas y hace falso contacto.

¿Por qué me quieres? Lo primero que se le ocurre a uno, suponiendo que la respuesta, para que suene salida del corazón, es hacer un recuento de las virtudes y gracias de la persona amada; lo más probable es que a cambio se reciba una mirada no de incredulidad (siempre es agradable escuchar palabras bonitas), sino de “Ah, bien, ¿pero porqué?”

Como queriendo plantarse y dar cara a tan arduo problema, uno puede intentar algo de filosofía, incluso ponerse antropológico y agarrarse de dos tres versos recordados malamente (pero eso sí, cargados de romanticismo nerudiano o carrasposo de Sabines), procurando superar el examen literalmente con rollo.

Pero la mirada, ahora acompañada con una media sonrisa que anuncia un sarcasmo, insiste: “Ah, bien, ¿pero porqué?”

No es elegante ni ayuda a salir airoso del trance alzar los hombros, sonreír con galanura y decir: “No sé, así es y no lo puedo controlar.”

Aunque “…y no lo puedo controlar” le da un efecto dramático a la oración, es preferible no aportar elementos que sugieran opciones ni dudas; quedémonos con “No sé, así es” que aparte de breve, y por ello doblemente bueno como pedían los oradores clásicos, es a fin de cuentas sincero.

Digo, porque por más que se teorice o se produzcan versos, en asuntos del querer las cosas van sucediendo, a veces de sopetón, aunque casi siempre pasito a paso.

Uno se da cuenta de que está enamorado como si experimentara una epifanía, pero esta ocurre tras un proceso en el que intervienen todos los sentidos, los afectos y los dos lóbulos del cerebro.

Y luego, el proceso continúa en la experiencia azarosa del conocimiento mutuo, plagado de circunstancias favorables o adversas para sacar adelante la relación; en pocas palabras, el arrebato se transforma en reconocimiento o en costumbre que acaba por matar.

Cuando se han superado tantas pruebas como un Frodo del amor se llega a la comunidad, al entendimiento, a la convivencia y todo lo que esto implica.

Pero llegar a esta fase, al igual que en la inicial, no facilita dar respuesta a tan ardua pregunta “¿Por qué me quieres?”

Y si uno le da vueltas a la cuestión, en una de esas y encuentra como respuesta algo que a la pareja no le va a gustar mucho: “Mmmm, pues ahora que lo mencionas, creo que debemos hablar.”