viernes. 13.06.2025
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Locos celos que matan

Citlalli Luna

Locos celos que matan

 

—¡Te mataré si te haces su mujer! —mis palabras salían secas y ardientes de mi boca—. Me perteneces y no te abandonaré, porque te amo mucho—. La tomé, trayéndola hacia mí, mientras impensadamente mi mano derecha se apoderó del puñal.
Leopold van Sacher-Masoch

 

 

1. Celos que matan

Yo no tolero que nadie más la vea: el sol se introduce por sus poros cada mañana y me dan ganas de matarlo, la luna lo vigila por noche y es cómplice de sus sueños húmedos, el viento le roza las ilusiones y las estrellas, malditas, ni siquiera dejan de brillar para llamar su atención, “odio lo que se interpone entre [su] cuerpo y el mío, así sea el aire”.[1] Los celos son esos pensamientos, ansiedad, impotencia, deseo de muerte del otro, que a veces sentimos cuando alguien se acerca al ser amado, queremos que sólo sea nuestro, que no se lo lleve el tiempo, que el licor no resbale por su garganta porque también nos pertenece.

Francesco Alberoni afirma que:

Celoso está quien se da cuenta, con razón o sin ella, que para la persona amada él ya no es el único, el exclusivo, como ella lo es para él, que ella encuentra en otro ese valor que habría debido encontrar sólo en él, que el otro posee cualidades esenciales a sus ojos; una habilidad que la divierte, que la alegra, que la encanta, que la conmueve.  Bien que el otro es más guapo, más joven o más inteligente. Entonces se siente vacío de todo contenido, de todo valor. Se siente una nada, precisamente porque ella le ha enseñado que era todo. Porque lo ha elevado a donde nunca habrá pensado subir. Y ahora le quita la progenitura apenas conferida, lo echa del trono al que lo ha asociado. Lo expulsa del paraíso, lo hunde en el abismo, y eleva a otro en su lugar.[2]

Algo similar le pasa a Otelo en la obra de Shakespeare: un hombre enamorado que, a pesar de las adversidades, logra unirse en matrimonio con su amada Desdémona, viajan a Chipre y Yago (el alférez de aquél) comienza a meterle la idea de que ella le es infiel con Casio, su teniente. Otelo primero cree que su esposa es honesta, pero después considera que si engañó a su padre para contraer nupcias, ¿por qué le debía fidelidad a su esposo, si todo comenzó con lisonja?, “¡Ruin villano [le dice a Yago], pruébame que es adúltera mi amada! (…) Quien es honrada creo mi esposa, y no lo creo”.[3]

Denis de Rougemont afirma que los hombres preferimos vivir en la desgracia, siempre estamos buscando ese “extra” para sentir que no somos monótonos y que nuestras vidas pueden ser mejores.[4] Otero es un moro exitoso, con dinero y reconocimiento, tiene la amistad del Dux de Venecia y varios senadores, ¿qué más puede pedir? La pareja de nuestro autor tiene una maravillosa relación, llena de amor y confianza. ¿Por qué Otelo dudó de ella? ¿Estaba buscando ese pequeño “extra” o sólo se dejó llevar por las artimañas de Yago? Rougemont también argumenta que aunque tengamos el amor perfecto, siempre estamos deseando algún obstáculo, por ende tendemos a imaginarlo[5] y en este caso nuestro personaje comienza a ver cosas donde no las hay. Sin embargo, Harold Bloom también menciona que “Otelo es una gran alma irremediablemente superada en intelecto e impulso por Yago”[6] y además Reuben Brower, en el mismo libro, comenta: “Su heroica simplicidad era también una heroica ceguera”.[7]

Todo mundo ve la verdad menos Otelo, la gente se sorprende por las actitudes terribles con su esposa, ella, sumisa y comprensiva, lo excusa diciendo que está preocupado por algún asunto de Estado. Su perdición fue la nobleza, el amor a Desdémona y el profundo odio que su alférez sentía por él, no por ser moro, sino porque él amaba a la misma mujer y sentía envidia de todo lo que su amo tenía. Provocar la muerte fue su mejor venganza.

YAGO. Vos lo pedís, pues dadlo ya por hecho [la muerte de Casio]. Mas que ella viva.
OTELO. ¡No! ¡Maldita sea! ¡Vaya al infierno la mujer lasciva![8]

El amor que él profesa  a su mujer es inmenso, tanto que prefiere su muerte a compartirla con otro, no tolera la traición, la mentira de aquella dama que parecía tan honesta y pura que merecía ser enterrada junto a un emperador, la odia y la sigue amando profundamente.

“Es sorprendente que los celosos, que se pasan el tiempo tramando pequeñas suposiciones en falso, tengan tan poca imaginación cuando se trata de descubrir lo verdadero”.[9] Y es que cómo tolerar la imagen de su [nuestra] Desdémona en brazos de otro hombre! Para Otelo ya hasta las miradas de su amada lo habían traicionado, sentía [al punto de casi pronunciarlas él mismo] las palabras de Casio hablando de ella y no era nada más esa sensación de pérdida, también imaginaba cómo se reía de su amada porque sólo la utilizaba, ¿cómo es que otro hombre se burla de aquella casi diosa por la que Otelo es capaz de sacrificarlo todo? Tal vez si la amara con la misma magnitud que él, la traición podría ser justificada, pero trata el pañuelo de su amada [que él mismo había obsequiado como objeto de fervoroso amor] tal si fuera la prenda de una campesina, de una mujer sin nombre. Así, después de mandar matar a Casio, nuestro amante entra en la habitación de su esposa, le pide que se arrepienta, ella, que niega hasta el final el pecado del que se le acusa, muere estrangulada a manos del ser querido.

¿Qué son los celos sino una extensión enfermiza del amor? Esa base en la confianza es donde se fundamenta el cariño, la seguridad de que si ella sigue allí es porque tiene una buena razón, “ojos tenía y me eligió,”[10] uno siempre tiene otra opción, la que Otelo tomó fue creer en aquello que no podía escuchar, sólo ver en las palabras de otro, confiar en aquel que se decía su fiel servidor y amigo, dejarse llevar por la imagen de Desdémona en brazos de otro hombre, compartiendo los besos, el cuerpo húmedo, las caricias de fuego, dividir el amor y sembrar la mentira, dormir bajo el cobijo de sábanas con olor a otro y, finalmente, eligió acabar con su vida, porque con el último aliento de ella entre sus manos, las buenas razones se le habían agotado.

2. Locura que mata, Otelo no estaba loco de celos

 

Loca porque te quería hasta la locura, loca porque quiero que seas mío, loca porque no quiero que busques en otro lo que yo sé darte y me sobra.
Juana “La Loca”

 

Yo siempre he querido estar loca, tal vez lo estoy y no me doy cuenta. También quisiera amar tanto y volverme loca de amor. “Privación del juicio o del uso de la razón, acción inconsiderada o de gran desacierto”,[11] bajo estas definiciones se podría inferir que Otelo definitivamente estaba loco, ya que, privado de su juicio y dominado por los celos, no sólo imaginó toda la aventura que su esposa “tenía” con Casio, sino que le quitó el aliento con sus propias manos. Esto, por ende, es una acción desconsiderada o de gran desacierto cuando descubre la verdad y no le queda más que la muerte.

La locura en voz de Erasmo de Rotterdam nos dice: “Poco a poco voy remediando sus males de manera que cuando llega el fin de su existencia y la parca va a cortar el hilo de sus vidas, ninguno se deja llevar de buen grado y se aferran a la vida”,[12] la locura en el siglo XVI es vista de manera diferente, se consideraba que estaban bajo su dominio aquellas personas que reían y se olvidaban de sus males y estaban embriagados por la esperanza y los placeres.

Podemos entonces arriesgarnos y decir que Otelo fue un loco [¿de amor?] hasta que creyó firmemente en las intrigas de Yago. Él sonreía y era feliz con su esposa, la amaba entre todas las mujeres y se sentía el hombre más afortunado del mundo. La locura fue aplastada por los celos. Él ya no sonreía y los pesares que arrastraban sus pasos eran tan grandes que ni siquiera el placer que antes le proporcionaba verla era capaz de quitarle el velo del engaño.

¿Cómo podemos describir a Otelo? ¿Un loco? ¿Un celoso? ¿Un asesino? Todas y cada una de estas palabras le quedan perfectamente, era un loco [de felicidad] que amó de una manera extraordinariamente pasional a su mujer, a tal punto que no pudo tolerar la idea de que fuera de otro. Fue el asesino no sólo de Desdémona, sino también de toda la felicidad que su vida poseía, de las ideas que tenía de su amada. Él mismo fue desgajando a Otelo, triturando su amor, su confianza, su nobleza y clavando un puñal que le quitó la locura, el amor, los celos y, finalmente, la vida.

 

[1] Juana “La loca”.

[2] Franceso Alberoni, Te amo, Gedisa, Barcelona, 1997, p. 111.

[3] William Shakespeare, Otelo, Cumbre, México, 1982, p. 306.

[4] Cfr. Denis de Rougemont, El amor y occidente, Kairós, Barcelona, 2006, p. 53.

[5] Idem.

[6] Harold Bloom, Shakespeare, Norma, Bogotá, 2001, p. 446.

[7] Reuben Brower, en Harold Bloom, op. cit., p. 446.

[8] William Shakespeare, op. cit., p. 300.

[9] Francesco Alberoni, “Celos, celosas y celosas”, en http://guadalupeloaeza.typepad.com/abuelas_bien/2009/02/celos-celosas-y-celosos.html

[10] William Shakespeare, op. cit., p. 300.

[11] RAE, en www.rae.es

[12] Erasmo de Rotterdam, El elogio de la locura, Época, México, 1998, pp. 42-43.