lunes. 20.01.2025
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Le conseguenze dell’amore de Paolo Sorrentino

Juan Francisco Camacho Aguilar

Le conseguenze dell’amore de Paolo Sorrentino

Te esperé desde el sábado
Y no llegaste.
Fui muy lejos.
Juan.

La nota que mi padre le dejó a mi madre en el espejo hace muchos años

2 + 2 = 5

Titta di Girolamo fuma sentado con un papel en la mano y, mientras discretamente le tira una mirada a la barmaid Sofía, que se está cambiando, escribe “Proyectos para el futuro: no subestimar las consecuencias del amor.”

Hace tiempo que quise ver esta película, me habían recomendado a Sorrentino porque hizo una a partir de la divina canción de los Talking Heads, This must be the place (2011), con Sean Penn. El asunto tardó, pero no me gusta ponerme personal. Este es el trabajo que lo lanzó al podio de los grandes directores europeos cuando en 2004 compitió para palma de oro en Cannes.

¿Cuáles pueden ser las consecuencias de amar? Pierde uno todo, porque la consecuencia pareciera ser la repercusión negativa de una acción. Dijera Sartre que todo en esta vida es una elección, y la elección trae consigo resultados, para bien o para mal. Lo triste es cuando duele, pero así se vive. El amante y el amado son los implicados en el juego, el riesgo se corre desde el momento en que se acepta. Así lo entiende Titta di Girolamo, el personaje de Toni Servillo, quien es —como DiCaprio o DeNiro de Scorsesse— la carta fuerte de Sorrentino. Un  hombre que está a punto de cumplir cincuenta años, alejado de su familia, que vive en un hotel. Todos los jueves una mujer le entrega una maleta con un millón de dólares que vienen de Estados Unidos para depositarlos a una cuenta en Suiza.  Es su único trabajo, usted sabrá por qué.

Su única salida es una dosis de heroína todos los miércoles a las diez de la mañana. La misma vida plana desde hace ocho años. Sofía (Olivia Magnani) no es tan diferente, está detrás de la barra del lounge del hotel desde hace dos años. Mucho más joven que él. Hace poco está aprendiendo a manejar. Todos los días se despide de Tita sin que éste le preste atención. Cuando Valerio (Adriano Giannini), hermano de éste, lo visita, deja en claro dos cosas: lo que sucedió con Dino Giuffré, amigo de la infancia de Tita y el hecho de que no debiera de ser tan grosero con Sofía. Una vez claro esto, el hermano parte y la película cambia: somos partícipes de la relación que se gesta entre nuestros protagonistas. Los problemas vienen después. Unos sicilianos le roban la maleta y tendrá que hablar con el jefe para convencerlo de que no ha sido él el ladrón.

El trabajo de personajes es lo mejor. Servillo se luce, muestra el colmillo: la nostalgia por lo perdido, la indiferencia que se va armando como coraza en el alma, la falta de interacción. A veces pareciera que los diálogos refieren a cosas insustanciales, pero poco a poco se entrama cada palabra con el desarrollo de la historia. La música tiene el imperdible toque de los italianos, siempre muy silenciosos, pero adecuados. Mucha sobriedad y temas delicados, justo como su cine.

Me quedo —además del final, que es lacrimógeno— con la escena en la que Tita se queda esperando a Sofía, como todos los que esperamos sin saber qué. Había prometido llevarlo al campo para festejar su cumpleaños número cincuenta. Ahí está la clave de la película: Progetti per il futuro: Non sottovalutare le conseguenze dell’amore.